Mali

Los refugiados de Bamako (II): “Los franceses asesinaron a 80 personas en Doura y nadie dijo nada”

Empujados fuera de sus casas por la amenaza yihadista, los refugiados de la etnia peul malviven en la capital en torno a acusaciones de pertenecer a ámbitos yihadistas

Hogares del campamento de refugiados de Niamakoro.
Hogares del campamento de refugiados de Niamakoro.Alfonso Masoliver Sagardoy

Babacar nos lleva a los límites de su parte del campamento de Niamakoro, hasta que llegamos a la zona ocupada por refugiados de la etnia peul. Al primero que se cruza le coge y le dice que vaya a ver al jefe Adulai para anunciarle que íbamos a hacerle una visita. Aquí, es curioso, el suelo está más llano que en el lado de la etnia dogon y apenas hay estiércol de res. Se respira un aire, no solo más limpio, sino también más acomodado (que podría decirse) respecto a las zonas del campamento donde viven otras etnias más desafortunadas.

El jefe Adulai nos espera en su palacete de chapa. Esta descripción no debe sonar despectiva porque su recibimiento desde el trono de hamaca fue sumamente revelador. En el momento en que llegamos y se produce el saludo entre los dos hombres, los dos jefes, entre ellos pueden leerse los gestos de lo que esto es, al fin y al cabo: el encuentro de dos personalidades que controlan un total de 450 familias, el encuentro de dos tradiciones distintas, dos pedazos distintos de Mopti (Mali) desde hacía generaciones, y, por qué no decirlo, dos etnias diferentes. El blanco que acompaña es un aditivo vistoso de la delegación dogon. Tal y como marca su tradición, el jefe peul no tiene la necesidad de levantarse ante la visita de otra tribu. Se mantiene sentado en su trono-hamaca, expectante.

Matanzas rusas, francesas, malienses

El trasfondo de este encuentro era el mismo que si hubiera árboles, rebaños y cultivos de arroz rodeándolos, aunque en este momento no había árboles ni nada, al menos en su estricta apariencia. Había gallinas con sus polluelos manchados de barro, dos o tres perros callejeros que merodean por las chabolas más alejadas del campamento, mujeres que cocinan, agua de lluvia, y añadiendo estos ingredientes y las tradiciones junto con el “palacete” del jefe peul se creó un paralelismo que revistió de color el barro del entorno.

Tras saludarnos y presentar a sus dos hijos y un sobrino que le acompañaban, Adulai nos ofreció asiento. Comenzó explicando que estaban allí por consecuencia de “los yihadistas y las FAMA (Fuerzas Armadas de Mali)”, aunque no es tan rápido como Babacar para decir que los terroristas pertenecían a la etnia peul. Responde que “entre los terroristas los hay de muchos sitios del centro del país, ya sean de Djenné, Niono, Koro o Bankass, ¿y sabes por qué lo sé? Porque muchos de los refugiados también vienen de allí”. Adulai tiene setenta y cinco años. Él es un jefe peul menudo y septuagenario, demasiado poderoso y demasiado viejo para tener que trabajar. Recibe a los visitantes en su trono improvisto. Trabajó durante muchísimos años cuidando de sus rebaños y ahora le llaman le chef Adulai, aunque todos sus rebaños se los quedaron los yihadistas y el trabajo de su vida se ha desmoronado, próximo al final.

Su hijo mayor confirma la matanza donde asesinaron a 300 peul en Moura, añadiendo que allí murieron conocidos suyos, y no niega que acompañaban a las FAMA unos “soldados blancos” para asesorarles en la tarea. Se refiere, todos lo sabemos, a los mercenarios rusos del grupo Wagner que hoy rondan a miles (la inteligencia europea calcula que se tratan de 3.000) y que ahora apoyan a las FAMA en sus misiones.

Sean las misiones que sean. Pero el hijo de Adulai, Zakaria, se apresura a decir que los franceses tampoco se quedaban cortos en sus mejores días. Denuncia que, en una ocasión, “los franceses asesinaron a unas 80 personas en Doura (cerca de Segú) y nadie dijo nada. Hacían igual que hacen ahora, decían que los muertos eran terroristas y los archivaban así, aunque muchos de estos 80 no eran terroristas sino inocentes. Y hubo más”. Al preguntarle si está seguro de esto, pasmado, el otro no solo asiente sino que asienten todos con él, algunos hacen espavientos para reafirmarlo, Babacar incluso llega a llevarse dos dedos a los ojos como para indicar que él lo había visto, no lo de los 80 muertos, “sino otra vez que ocurrió con menos gente”.

Rencillas comunes

“Aquella vez nos confundieron con peul”, escupió Babacar en ese momento. Había aguantado el tono hasta entonces pero yo le notaba revolviéndose desde que Adulai dijo que los yihadistas también venían de Niono, y recordar la matanza que asegura haber visto debió de tirar del último nervio: olvidando la entrevista que estaba teniendo lugar se giró a reprocharle a Adulai que “se había tragado el dinero para la cisterna” y que se lo devolviera de inmediato. El resto consistió en un rápido cruce de palabras en el impenetrable idioma bambara entre los dos jefes, cuyo tono aumentaba a cada intercambio. Zakaria me tradujo que se peleaban por el desacuerdo de la cisterna y quiso restarle importancia con una sonrisa. Sin embargo, algunas palabras afrancesadas se deslizaban en el discurso de cada uno, permitiéndome entender que realmente hablaban de quién era o no era terrorista en el área de Mopti. A juzgar por los gestos que hacían, se limitaban a hacer breves referencias al dinero de la cisterna, que pasaron de ser demandas a argumentos en el discurso impetuoso de Babacar.

Hay un momento donde Adulai levanta las manos y reconoce con pesar que la Katiba Macina la componen una práctica totalidad de peul, “pero que no por eso deja de haber otras katibas con miembros de otros lugares”. Babacar dice saber de que etnia eran los que se quedaron con su arroz y con su burro y lo repite a quien le escuche, aunque sea un peul.

“Trabajo”

La discusión termina en tablas tras interceder algunos de los presentes, momento que Adulai aprovecha para quejarse de que su techo de chapa tiene goteras. Babacar comenta que a él le ocurre lo mismo. Otros hombres murmullan un asentimiento. A medida que la conversación entre los jefes se prolongaba, especialmente en los momentos donde la discusión fue más acalorada, curiosos y vecinos se fueron acercando para poner el oído. Varios de los recién llegados reiteraron que los “soldados blancos” acompañaban a las FAMA en Moura, y todos los presentes asienten cuando se le pregunta a Adulai lo que necesitaban los hombres y éste conteºsta con la gravedad y la firmeza de un líder: “bara”. Incluso Babacar deja escapar un sonido de aprobación. Bara significa trabajo en la lengua bambara, por si no se ha entendido.

Adulai opina que “el trabajo da tanto sentido al hombre como a la hormiga”, y el resto de los que están vuelven a mostrar su acuerdo. Coincide con Babacar en que también les urge el colegio. “Aquí hay más niños que mujeres y hombres juntos” mientras “el colegio es su mejor forma de salir de aquí, si no volvemos a casa”. ¿No volverá? “No lo sé, yo soy viejo”. Y sus nietos, ¿volverán? “No lo sé. Por eso necesitan un colegio”.