Geopolítica
La crisis de Ucrania redibuja un orden bipolar
La creciente presión de Occidente sobre Rusia para evitar un conflicto en Europa alienta el acercamiento entre Vladimir Putin y Xi Jinping
El conflicto de Ucrania se ha enredado con otros intereses geopolíticos más allá de Rusia y Europa. En China, el presidente Xi Jinping también tiene una pugna en su vecindario: Taiwán, una potencia tecnológica que Pekín insiste debe anexionarse a China.
A Xi le preocupa que un antiguo territorio vinculado al imperio se acerque demasiado a EE UU, inquietud que comparte con el líder ruso, Vladimir Putin, en Ucrania. Según uno de los escenarios con los que trabajan los servicios de inteligencia estadounidenses, China podría usar como ejemplo la reacción de Washington en Ucrania y contemplar una invasión de Taiwán. Esto, según los expertos, desataría una nueva guerra fría entre China y Estados Unidos.
Los equilibrios de poder entre EE UU y Rusia en Europa del Este podrían repercutir en otros escenarios geopolíticos. La aparente sintonía de Moscú y Pekín hace temer también por la estabilidad de Asia Oriental. Con la apertura de los Juegos Olímpicos de Invierno de fondo, Putin y Xi se reunieron por primera vez en persona desde hace más de dos años. Los dirigentes celebraron una cumbre bilateral el viernes. Putin estuvo acompañado por funcionarios rusos, incluidos los ministros de Exteriores y Energía y el director ejecutivo de una importante petrolera rusa, Rosneft. Por lo que es probable que la cooperación económica y energética fueran el foco de las conversaciones.
La coordinación de maniobras militares, a través de un ejercicio militar conjunto a gran escala en el norte de China y la creación de la primera patrulla naval conjunta en el Pacífico occidental son prueba de la buena relación entre Putin y Xi. Si bien no se espera que esta sintonía se traduzca en un escenario donde Pekín se involucre militarmente en un conflicto apoyando a Rusia, su lealtad se demuestra ayudando al Kremlin económicamente y extendiendo acuerdos comerciales.
Rusia mantiene con China fuertes transacciones mercantiles, tecnológicas y militares. Después de las sanciones de 2014 tras la anexión de Crimea, esta alianza ha proporcionado a Moscú un balón de oxígeno monetario. En enero, Pekín anunció que el comercio bilateral entre China y Rusia alcanzó 128.500 millones de euros el año pasado, más del doble de los 60.000 millones en 2015. En la visita del presidente Xi a Moscú en 2015, el líder chino disipó las dudas de la alianza sino-rusa. Ambos firmaron un acuerdo que estableció la convivencia de dos grandes proyectos: la Franja y la Ruta de China y la Unión Económica Euroasiática liderada por Rusia, declarando que las dos iniciativas son complementarias.
Pekín pasó de ser un competidor regional a un aliado comercial e inversor. El entusiasmo de las dos grandes economías se disipó rápidamente, los contratos comerciales entre pequeñas y medianas empresas chinas y rusas se estancaron y no progresaron. Moscú descubrió que Pekín no era un socio fácil y la influencia china se extendió más en Rusia que viceversa.
La energía y la agricultura, a través de jornaleros, representan la mayor parte del comercio. China consume carbón y gas ruso a través del gasoducto Poder de Siberia. En 2014, cuando Putin recurrió a Xi, firmaron un contrato de gas por más de 349.000 millones de euros. Para Rusia, China es el aliado perfecto. No le dice cómo debería vivir, ni condiciona tratados comerciales a políticas internas rusas, como el respeto a los derechos humanos o la libertad de prensa. Su vínculo es puramente pragmático, China no reconoce la independencia de Abjasia y Osetia del Sur, ni la anexión rusa de Crimea, mientras Rusia no apoya las reivindicaciones territoriales de Pekín en Taiwán y el mar del Sur de China.
Los lazos comerciales de Rusia se extienden por el mundo. Moscú tiene un papel destacado en Oriente Medio y afianza sus alianzas en África, que ve en Europa un antiguo colonizador y a China como un futuro colonizador con interés económico y no como exportador de una ideología, lo que permite hacer negocios.
En el terreno diplomático, China se beneficia de la crisis ucraniana. Rusia ha monopolizado la atención internacional en un momento donde los ojos del mundo estaban puestos en las violaciones de los derechos humanos en el país. Rusia y China mantienen una relación de apoyo mutuo contra lo que ellos consideran injerencia occidental en sus asuntos. Ambos votan a menudo en bloque en la ONU y ven en su vínculo una fuerte dupla para contrarrestar a Estados Unidos.
En una llamada telefónica entre el ministro de Exteriores de China, Wang Yi, y el secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, la semana pasada, Wang pidió que se tomaran en serio «las legítimas preocupaciones de seguridad de Rusia». En la última reunión del Consejo de Seguridad, China, votó junto a Rusia para desestimar una reunión del Consejo que convocó EE UU para debatir el despliegue militar de Moscú en la frontera ucraniana.
Sobre el ruido de las alarmas de guerra, los esfuerzos diplomáticos estadounidenses, ucranianos y europeos siguen manteniendo a Moscú sentado en la mesa de negociaciones.
La hipotética invasión de Ucrania, seguida de unas sanciones económicas sin precedentes, haría más fuerte el vínculo entre Moscú y Pekín, abriendo un espacio para ampliar las oportunidades comerciales para China. Este escenario llevaría al mundo a una bipolaridad con el temor de una guerra fría entre EE UU y China.
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