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Unidos para salir del terror
Israel no deja atrás ni a los supervivientes ni a los caídos el 7 de Octubre
Nunca desde la fundación del Estado judío había habido tanta división

Salí el 11 de octubre del aeropuerto de Barcelona, con los Mossos d’Esquadra y la Policía Nacional aparatosamente desplegados alrededor de los mostradores del vuelo que me llevaría a Tel Aviv la madrugada del 12. Despegamos una hora tarde para esperar a una familia que se había perdido. “No les dejaremos en tierra”, explicó el comandante en hebreo y en inglés.
“En la mentalidad israelí está hondamente arraigada la idea de que nunca se les deja atrás, nunca se les abandona”, explica Einat Kauffman, psicóloga experta en trauma que trabaja con supervivientes del 7 de Octubre. Ese mismo día se pasó doce horas al teléfono con un niño de 9 años que estaba escondido con su hermano de 6 en un armario, frente al cadáver de su madre asesinada por Hamás. Doce horas son muchas. El móvil se fue quedando sin batería. El cargador estaba en la cocina. ¿Debía ir a buscarlo?, le preguntó el niño a Einat Kauffman, quien se enfrentó así a la decisión más difícil de su carrera. Y de su vida. Le dijo que sí, que fuera a por el cargador… ¿Y a por unas galletas? Con el corazón en un puño aguardó. Silencio. Más silencio. Demasiado silencio. Al fin, el inmenso alivio: los niños no le hablaban porque, hambrientos, se estaban comiendo las galletas.

En la mañana del 13 de octubre pude asistir a ese mismo milagro, a ese mismo alivio, multiplicado por los cientos de miles de personas que afluían a la Plaza de los Secuestrados de Tel Aviv. Mayores y jóvenes. Con niños. Con perros. Drones sobrevolando, móviles colapsando, un museo sirviendo de oasis para los sedientos de wifi. Calma tensa. Muy tensa. ¿Les soltarán de verdad? ¿A los veinte? Nos han mentido tanto. Y de repente, las primeras imágenes de los hijos, hermanos, novios. Un tsunami de alegría revolcando a la multitud, embriagándola. Embriagándonos. Se alzaban manos al cielo para saludar a los helicópteros camino de los hospitales...
Mientras la política y el mundo seguían su curso, en esa plaza empezaba el día después. Del terror. Un terror que no por acaparar titulares deja de ser un gran desconocido. Uno de los éxitos de propaganda de Hamás ha sido amplificar el sufrimiento palestino mientras el israelí cursaba bajo el radar. Poco se habla, por ejemplo, de las atroces violaciones sufridas por mujeres…y por hombres. Los judíos sufren de incógnito.

Einat Kauffman defiende a capa y espada el derecho de los supervivientes al duelo privado y al anonimato. A que no les paren por la calle por mucha hambre atrasada que haya de darles cariño. O de obligarles a pronunciarse sobre el conflicto. Nunca desde la fundación de Israel había habido tanta división, dentro y fuera. En la Plaza de los Secuestrados convivían los partidarios de que se abra la tierra y se trague a Hamás con los que quisieran ver desaparecer por el mismo agujero al miembro del Likud que esa misma mañana criticaba el alto el fuego.
“Yo de Netanyahu no hablo”, advierte Luis Har, secuestrado con cuatro miembros de su familia, más la perrita, la mañana del 7-O. En cambio, se emociona hasta las lágrimas cuando recuerda a las tropas que le rescataron en Gaza el 12 de febrero de 2024 en una operación digna de Fauda. “Los soldados nos protegían con su cuerpo y uno se quitó las botas y me las dio al verme descalzo”, recuerda.

También en Israel, “el pueblo salva al pueblo”: Einat Kauffman subraya que esa fe ciega de los judíos en no ser dejados atrás no es hacia tal o cual gobernante, sino hacia la comunidad. Por mucho que el antisemitismo arrecie y haga dudar de todo. Por ejemplo, ¿qué pasa con los rehenes que no sobrevivieron, con esos cuerpos que Hamás se resiste a entregar? “Como Hamas siempre miente, podría quedar alguno vivo para usarlo como moneda de cambio”, sugiere Kauffman. Dominique Lapierre y Larry Collins ya describieron en su libro "Oh, Jerusalén" el asombro árabe ante la terquedad judía para recoger a sus caídos en combate, incluso si en cada salida para recogerlos caían más. Ese no dejar a nadie atrás, ni en el aeropuerto del Prat, quizá explica por qué siempre salen adelante.
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