Oriente Medio
¿La chispa para «la gran guerra»?: todos los escenarios de Líbano
Tras la eliminación de Nasrala, las FDI contemplan una incursión terrestre en el país vecino para expulsar a los milicianos de Hizbulá más allá del río Litani
En la tarde del viernes, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu se encargó de despejar todas las dudas –alimentadas, sobre todo, por la diplomacia francesa y estadounidense en su voluntad de frenar la escalada en Líbano en los últimos días–: Israel está decidido a asestar un golpe definitivo a Hizbulá y no está dispuesto a hacer concesión alguna conducente a una eventual tregua. La orden de asesinar al secretario general de Hizbulá, Hasán Nasrala, en su escondite del sur de Beirut –en una foto inmortalizada por su equipo tras abandonar el atril de la Asamblea General de Naciones Unidas– y la nueva ronda de bombardeos durante la madrugada y jornada del sábado sobre Dahiyeh –con la intención de destruir parte del arsenal de la organización oculto, según Israel, bajo edificios de viviendas– confirma que, por ahora, nada hará cambiar de opinión a un Netanyahu que cuenta con el apoyo pleno de su Gobierno y de gran parte de la opinión pública de su país –a diferencia del caso de Gaza– para golpear con más dureza aún a la milicia proiraní. Y al que la ausencia de una respuesta de Hizbulá a la altura de los golpes sufridos en diez días negros para la organización, que ha quedado prácticamente descabezada y que ha sufrido una importante merma de sus capacidades militares en el sur y el este de Líbano, le espolea aún más para seguir atacando.
Simultáneamente, y con arreglo a un plan que las autoridades israelíes no han ocultado nunca, las Fuerzas de Defensa israelíes preparan en la frontera norte –en las últimas jornadas el Estado Mayor israelí anunció la llamada de dos brigadas de reservistas– una eventual incursión en suelo libanés con el objetivo de «cambiar el equilibrio de fuerzas sobre el terreno». O lo que es lo mismo, destruir el arsenal de Hizbulá en la región y forzar a la milicia a retirarse por encima de la línea del río Litani –uno de los compromisos recogidos en la resolución 1701 del Consejo de Seguridad– después de meses de bombardeos, especialmente intensos en la última semana y media, y con muchas localidades próximas a la frontera destruidas y abandonadas.
Aunque la milicia chií ha perdido más de 1.200 hombres desde octubre de 2023, se estima que la integran al menos 20.000 soldados a tiempo completo. A juzgar por experiencias pasadas, incluida Gaza, el escenario de una invasión terrestre es el menos favorable para Israel, que sabe que se adentrará en un terreno sembrado de trampas en el que los miles de soldados de Hizbulá contarán con una previsible ventaja por el conocimiento del montañoso sur libanés. Pero los mandos militares israelíes saben que solo la entrada –como en Gaza– en la zona le permitirá reducir lo suficientemente la amenaza como para permitir el regreso de las decenas de miles de familias desalojadas del norte de Israel, objetivo anunciado por Netanyahu en varias ocasiones.
Aunque nadie duda de que Hizbulá seguirá lanzando cohetes y misiles hacia suelo israelí, como ha venido haciendo en los últimos once meses y, con mayor intensidad, coincidiendo con la última escalada, la gran pregunta es si la milicia está dispuesta a hacer uso de las armas más sofisticadas de un arsenal que Israel no subestima. La posibilidad de que una salva de proyectiles lanzados desde el sur de Líbano fuera capaz de superar el sistema antimisiles israelí y provocar daños de envergadura en ciudades o zonas urbanas aboca a la milicia y Líbano a un escenario de guerra total de horizonte desconocido.
Clave será en los siguientes movimientos de Hizbulá y del resto de milicias integrantes del conocido como Eje de la Resistencia la posición que adopte la República Islámica de Irán, patrocinadora de una pléyade de fuerzas proxy repartidas por Yemen, Siria e Irak, en la actual fase del conflicto bélico.
Ante la ausencia de una respuesta de Hizbulá a Israel al asesinato de su líder espiritual, los rebeldes chiíes de Yemen conocidos como hutíes lanzaron un misil hacia territorio israelí neutralizado por el sistema defensivo de Tel Aviv. También en la tarde del sábado, las autoridades militares israelíes dieron cuenta del lanzamiento de decenas de cohetes desde el sur de Líbano hacia el norte de Israel y Cisjordania igualmente neutralizado por el escudo defensivo de las FDI.
La vaguedad de las palabras de ayer del líder supremo, Alí Jamenei, tras conocer la muerte de Nasrala –«apoyar al pueblo libanés y a Hizbulá con todos los medios de que dispongan y ayudarles a enfrentarse a un régimen malvado»– no permite extraer conclusiones definitivas sobre si Teherán está o no dispuesto a entrar de lleno en un conflicto con Israel –y Estados Unidos, cuando el nuevo presidente, Masud Pezeshkian, tendió la mano recientemente a Washington para la reanudación de las negociaciones nucleares– que podría tener consecuencias definitivas para la supervivencia del régimen de los mulás, que tiene no pocos problemas domésticos, y muy serias para el conjunto de Oriente Medio. La dureza y determinación de la ofensiva israelí contra Hizbulá de los últimos diez días hace, por el contrario, más plausible algún tipo de operación militar de las FDI contra las capacidades militares de la República Islámica que una temeraria huida hacia adelante de las autoridades iraníes.
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