Seis meses del seísmo
Cuando una casa es el mayor temor de los niños en el sur de Turquía
Seis meses después, los menores en Nurdagi continúan traumatizados por el devastador terremoto
El ruido de las excavadoras es lo único que se escucha en los barrios residenciales de Nurdagi, en Gaziantep. Los pocos edificios que quedan en pie están abandonados. Alguna cortina da movimiento a lo que antes del terremoto del 6 de febrero de 7,8 grados en la escala richter eran pisos llenos de vida. Las barras de acero del hormigón armado revelan las antiguas posiciones de los bloques y es que Nurdagi se ubica muy cerca del epicentro del seísmo de ahí que la devastación fuera tan letal. Murieron alrededor de 2.500 personas de los 16.000 habitantes.
Un colegio destruido y con las aulas vacías es sintomático de la nueva realidad del sur de Turquía tras el terremoto. Los centros escolares han sido también afectados por el seísmo que mató a más de 50.000 personas hace seis meses y los niños, temen volver a sus escuelas.
A unos kilómetros de esta ciudad fantasma, LA RAZÓN visita uno de los programas de apoyo psicológico que Unicef tiene repartidos por más de 46 localidades de esta zona tan damnificada. «Más de 9 millones de personas han sido afectadas por el terremoto, de ellas 2,5 millones son niños», recuerda Can Remzi, de la agencia de Naciones Unidas para la infancia en Turquía. Sus programas duran unas seis semanas e intentan aumentar y promover su resiliencia tras el impacto de una tragedia como la que experimentaron aquel 6 de febrero.
«Los niños están aún traumatizados y tienen miedo de volver al colegio», explica, antes de mostrar las unidades móviles en las que se realizan los juegos educativos cerca de un campamento, para que puedan acudir andando la mayoría de los menores que ahora residen en tiendas y contenedores en medio de un páramo.
«Están muy conmovidos», reconoce. De hecho, la mayoría de las actividades para superar los miedos se celebran al aire libre.
«Necesitan atención médica, especializada. No duermen por la noche, están deprimidos, tienen ansiedad, hasta problemas de respiración y de habla. Hay muchos niños con dificultades para controlar la ira», enumera Gizem Ozgun, que asegura que las actividades también están abiertas para los padres. «Queremos que sepan que el miedo no es para siempre, que el dolor no dura para siempre», asevera.
Las pequeñas Fatma, Kader y Ece, de entre 7 y 9 años, acaban de terminar una actividad en este centro improvisado de Unicef. No conocen España y les interesa saber qué se come en mi país. «¿No hay dolmas (hojas de parra rellenas)?», pregunta Fatma sorprendida.
La educadora social les ha pedido que dibujen en un folio en blanco sus miedos. La niña en el pupitre de al lado ha dibujado una serpiente –los menores que viven en tiendas de campaña en descampados las sufren–, pero ellas tres han pintado su mayor temor: una casa. Y es que el mundo de estas tres niñas se derrumbó aquel 6 de febrero. Con esa hoja han hecho un avión de papel y lo han lanzado al aire, para intentar dejar atrás su desasosiego. Esas casas que se tambalean, que se caen y que matan a hermanos, padres, primos y abuelos.
Después de tirar los aviones de papel, en esta actividad de Unicef, les han dado una cometa a cada una. Aquí, deben colorear sus sueños. Muchos soles sonriendo, flores y mariposas inundan este original lienzo en blanco. Y, por fin, tras montarlas, llega la diversión: ahora hay que volarlas.
Las risas vuelven a esta zona de Nurdagi. Por un momento, podríamos estar en un recreo de cualquier parte del mundo.
Durante estos instantes, Fatma, Kader y Ece se han olvidado de lo que ocurrió hace seis meses, lo que más les importa es que su pequeña obra de arte llena de sueños suba lo más alto posible mientras la sujetan. Una quiere ser dentista, la otra doctora y la más mayor, piloto, aunque todavía no ha montado en un avión.
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