Tribuna

Ucrania no es más que el principio: La guerra no es un problema solo de Europa del Este

La ruptura transatlántica no es más que un paso necesario en el objetivo del Kremlin para establecer un nuevo orden mundial "postoccidental"

Berlin (Germany), 09/05/2022.- A woman (R) photographs the Brandenburg Gate illuminated in the national colors of Ukraine in Berlin, Germany, 09 May 2022. German Chancellor Olaf Scholz received French President Emmanuel Macron earlier at the Chancellery, where they announced, various buildings all over Europe will be illuminated in the Ukraine colors on Monday evening, among them, the Eiffel tower in Paris. (Alemania, Ucrania) EFE/EPA/CLEMENS BILAN
La puerta de Brandenburgo iluminada con los colores de la bandera ucranianaCLEMENS BILANAgencia EFE

A pesar de las distintas insinuaciones y de los eufemismos utilizados por los canales oficiales del Kremlin para referirse a la guerra en Ucrania, la realidad es que desde un primer momento los objetivos reales de Putin quedaron claros. La subyugación de Ucrania a Rusia era meramente un movimiento en el complejo tablero que se estaba dibujando a nivel internacional, el primer despliegue de piezas en un escenario que algunos tildaron de desorden, y en realidad deberían haber sabido ver que estaba en un proceso de reordenamiento global.

En verdad, al ministro ruso de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, ya aseguró durante el primer mes de la contienda que “esto no se trata en absoluto de Ucrania, sino del orden mundial” y añadía que, sin embargo, era un momento fatídico y definitorio de la historia moderna. Y es que, de haber sido aceptadas, las demandas planteadas por el Kremlin en diciembre de 2021 a modo de ultimátum hubieran supuesto el fin de la arquitectura de defensa occidental en Europa Central y del Este, imponiendo además restricciones sobre la soberanía de aquellos Estados que tras la caída del régimen soviético buscaron el amparo del paraguas protector de la OTAN y del apoyo político y económico de la Unión Europea. Las demandas incluían la retirada del armamento nuclear de Estados Unidos en Europa, pieza clave de la cobertura defensiva y estratégica en el continente desde hace 75 años.

Hasta aquí nada nuevo. El verdadero problema radica en que ni en Estados Unidos ni, por lo visto, en algunos rincones de Europa, parece que se hayan enterado de lo que realmente está en juego. Desde los mítines multitudinarios del expresidente Trump nos llegan alarmantes declaraciones que parecen confirmar la deriva nacionalista y populista del presunto candidato en materia de política de seguridad y defensa, vitoreado por sus seguidores por unas palabras que bien deberían helar la sangre de cualquier europeo con unos mínimos conocimientos históricos (también de nuestros aliados del otro lado del charco). Se equivocan aquellos que en Europa piensan que este es un problema del Este, y se equivocan en Estados Unidos aquellos que piensan que esto es un problema europeo.

Pero es que, en Washington, vuelven a resonar aquellos argumentos que abogan por una retirada de Estados Unidos del panorama internacional, decisión que tendría consecuencias devastadoras a nivel global, dejando vacíos que serían, sin duda, ocupados prontamente por actores que bien podrían poner en jaque la estabilidad tan trabajosamente conseguida en estas últimas décadas. En realidad, esta brecha transatlántica no es más que un paso necesario en el objetivo del Kremlin, una condición sin la cual no podría establecerse un nuevo orden que en 2017 Lavrov ya había calificado como “post occidental”.

Un orden “post occidental” que dejaría atrás la arquitectura internacional que, a ojos de Moscú y Pekín, habría supuesto un freno a sus aspiraciones expansionistas a lo largo de las últimas décadas. Un orden “post occidental” que volvería al perverso concepto de las esferas de poder, regiones y países cuya soberanía sería no solamente cuestionada, sino directamente destruida, reduciendo a sus gobiernos y ciudadanos al papel de marionetas en una obra protagonizada por grandes potencias.

¿Significa entonces que China y Rusia trabajan juntas?

No. Si bien comparten el objetivo de debilitar la unidad occidental, pues sus intereses geopolíticos están enfrentados y sus realidades son bien distintas. La paradoja aquí es que, probablemente, sea Pekín quién más frutos haya recogido de la relativa estabilidad global de los últimos tres cuartos de siglo. Pero a China se le acaba el tiempo ya que se enfrenta a diferentes crisis (desde la demográfica, pasando por la financiera o la energética, entre otras) que bien podrían suponer su desaparición como actor principal de esta película haciendo de Pekín un factor impredecible. Xi Jinping vería con buenos ojos los desarrollos en Ucrania, entendiendo, como Lavrov, que se trata de mucho más que un mero conflicto por la soberanía de Kyiv, distracción que sirve además de válvula de presión para rebajar tensiones en el Pacífico mientras se debilita el eje del Atlántico Norte.

Nos encontramos pues ante un cuadro desolador, con una situación en Ucrania cada vez más complicada, y con una situación internacional que no invita al optimismo, donde en ciertos sectores comienzan a dudar de la necesidad de continuar el apoyo económico y militar a Kyiv. Lo que Zelensky y los ucranianos heroicamente evitaron con la estrepitosa derrota a los rusos en los primeros compases de la guerra, bien puede ser conseguido ahora por Putin con la tradicional táctica rusa de mandar cuerpos al frente hasta cansar al enemigo. Ante la imposibilidad de recibir más apoyo de Occidente, empeñado en no reconocer la importancia de lo que está verdaderamente en juego, la resistencia de Kiyv bien podría llegar a su fin.

Una victoria de Rusia daría pie a un mundo más peligroso e inestable con una China herida e impredecible y un Estados Unidos resuelto en seguir la táctica del avestruz.

¿Y, Europa?

Veremos cómo reaccionan en Bruselas, París, Berlín, Varsovia o Roma. Nos toca decidir qué papel queremos jugar. En un mundo multipolar o “post occidental” Occidente ha de tomar las riendas de su destino, sabiendo que la amenaza exterior es cada vez más real en un mundo sin estructura. Europa tendrá que despertar y buscar soluciones conjuntas en un contexto hostil.

*Borja de Arístegui es profesor de Geopolítica en la IE University.