Guerra M23
Milicianos congoleños: "Necesitamos más armas"
Milicianos y líderes de la sociedad civil en el frente lamentan la falta de acción del Gobierno congolés para protegerles del M23
Sheldon Hama Zahiga espera con resignación a que le corten la cabeza antes de que pase una semana. Es el jefe de la sociedad civil de la localidad de Kirotshe (provincia de Kivu Norte, República Democrática del Congo) y sabe que esta es la suerte que corrieron sus homólogos cuando el M23, un grupo guerrillero financiado por Ruanda, conquistó los pueblos de Kitchanga y Kishishe. Los rebeldes están ahora en la colina que domina Kirotshe y esperan al momento adecuado para lanzar su ofensiva final. Sheldon no puede verlos, pero ellos pueden verle a él desde los arbustos. Ráfagas de disparos se suceden de forma intermitente a lo largo de la entrevista y sus ojos corretean nerviosos por la ladera, casi hasta saltar de sus cuencas y esconderse en el verde que reflejan.
“No confío en que las cosas vayan a salir bien. He mandado a mi mujer y a mis hijos con unos familiares que viven en Goma pero yo me he quedado aquí. No puedo irme. No puedo irme porque mi lugar está aquí hasta el final… como el capitán de un barco”. Así se expresa. De una localidad que habitaban en torno a 500 personas, sólo quedan 50. El resto han huido más allá de la línea del frente para cobijarse en los campos de desplazados de Sake y de Goma, ciudades más pobladas, más protegidas, con mayores oportunidades de resistir al embiste del M23.
Kirotshe la defienden únicamente las milicias populares conocidas como Wazalendo. Jóvenes (e incluso niños y niñas) voluntarios que combaten con machetes y protegidos por un embrujo antibalas conocido como gri-gri, hasta que abaten al enemigo y pueden arrancarle el Kalashnikov de las manos. Luego, para desesperación suya, el Gobierno congoleño les requisa el preciado fusil y sólo se lo devuelve para realizar las acciones que considere necesarias. Kirotshe está defendido por niños, jóvenes supersticiosos armados con machetes y una AK-47 por cada cuatro combatientes, si llega a tanto. El Ejército congoleño se limita a proteger las ciudades importantes y deja los puntos menos estratégicos al cargo de las milicias. Sheldon asegura que llama todas las mañanas al gobernador de la provincia para que traiga a los soldados a Kirotshe, pero la respuesta siempre es la misma: “paciencia, ya llegarán, paciencia”. Pero no llegan. Quienes llegan son el M23.
La vida en Kirotshe se ha transformado en una pesadilla. El director del hospital de la localidad, el doctor Thierry Mulembetsi, ha visto cómo el personal a su cargo se ha reducido a dos enfermeros, cuando hace dos semanas eran 78 empleados. El resto ha huido. A Thierry se le desangró este martes entre los brazos una muchacha de 20 años; la chica huía de la localidad de Shasha cuando fue alcanzada por una bala. “Otros 15 heridos fueron trasladados en ambulancia a Sake”, informa, “y sólo quedan cuatro pacientes en el hospital. Son dos niños con desnutrición y una mujer y otro niño con malaria”. No piensa que la mujer vaya a sobrevivir. El médico apenas lleva cuatro meses en el puesto y procura mostrarse satisfecho con su situación. Tiene medicamentos suficientes para atender a quienes se han quedado, electricidad y dos enfermeros valientes. Cuando el M23 tome Kirotshe, se levantará de detrás de la mesa de su despacho y correrá con los demás en dirección a Sake.
Una defensa precaria
Todo en este pueblo arrastra un sabor a decadencia: las casas cerradas de quienes han huido, el hospital prácticamente vacío, las evasivas del Gobierno, los uniformes como de copia-pega que han reunido los Wazalendo para vestirse con un aire de dignidad. El coronel Eface, de los Wazalendo al cargo de la localidad, se lamentaba igualmente del abandono que sufren por parte del Ejército: “lo único que queremos son armas para combatir mejor. No queremos un sueldo y la comida nos la trae nuestra familia, no estamos aquí por dinero. Estamos aquí para defender nuestra tierra, entiendes, somos patriotas. Pero es muy difícil. Necesitamos armas”. Todos asienten a su alrededor. Uno de sus hombres, tartamudo desde pequeño, escupe una ráfaga de palabras en suajili y el coronel traduce. “Dice que escribas esto: que necesitamos armas”. Todavía lo repiten varias veces más. Armas, armas. Ni siquiera piden dignidad. Cuando empieza a llover y los truenos confunden los sentidos, todos corren a cubierto bajo un toldo improvisado con hojas secas y esperan a que escampe con la mirada fundiéndose en la dichosa colina.
Parece irónico que sean armas lo que falta en una de las zonas más militarizadas de África. Aquí hay militares de India, Pakistán, Bangladesh, Nepal, Sudáfrica, Indonesia, Marruecos, etc., integrados en la Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONSUCO) y más de 130 grupos armados de diversos intereses y procedencias que se enfrentan por el control de los recursos y de las tierras fértiles. Este periodista incluso pudo encontrar en Sake, yendo en dirección a Kirotshe, a cuatro mercenarios Wagner con los parches arrancados para dificultar su identificación, dos de ellos vistiendo uniformes de combate rusos y vigilando la ruta de entrada y salida de la ciudad.
El problema respecto a la misión de la ONU lo expone el coronel Eface con un deje de rabia moldeándole los labios: “Cuando yo oigo MONUSCO, escucho M23”. Alega que los cascos azules, presentes en el país desde 1999, son colaboradores necesarios de la guerrilla a la hora de suplirles de armas. Que la MONUSCO “está aquí para proteger los intereses de los países extranjeros”. Su discurso coincide con el del doctor Mulembetsi, quien añade que la única asistencia que recibe el hospital procede de Médicos Sin Fronteras y que la ayuda de la ONU “no sale de Sake”. Y con la declaración de Sheldon Zahiga, que va más allá al enumerar de corrido las que considera que son naciones aliadas del M23: Ruanda, Kenia, Uganda, Sudán del Sur y Eritrea.
La financiación del M23 por parte de Ruanda fue demostrada por una investigación de Naciones Unidas este 2023, aunque el presidente ruandés, Paul Kagame, lo niega. Las relaciones entre Uganda y el grupo guerrillero quedaron probadas cuando el hijo del presidente ugandés, Muhoozi Kainerugaba, calificó de “hermano” en la red social X al portavoz del M23, Willy Ngoma. Kenia envió tropas al país en una misión de estabilización de la Comunidad de África Oriental (CAO) que concluyó esta misma semana, pero este periodista mapeó sus posiciones hace meses y éstas coincidían con las zonas de extracción de oro y cobre próximas a Kibumba, en el territorio de Mwenga, que son operadas a su vez por la Kamituga Mining Company con sede en Nairobi. Sudán del Sur también envió tropas en la misión de la CAO pero Sheldon reitera que buscan desestabilizar el Congo. Únicamente considera que los militares de Burundi vinieron a República Democrática del Congo para combatir de forma veraz al M23, aunque los burundeses también han regresado a su país con el término de la misión.
Todos los entrevistados se sienten abandonados por el gobierno congoleño. Saben que el mundo les ha abandonado pero están acostumbrados a ello. Es el abandono del Gobierno lo que les desconcierta. Las elecciones presidenciales tendrán lugar el próximo 20 de diciembre pero los habitantes de Kirotshe, pese a haber enviado su solicitud para recibir la tarjeta del votante, no podrán ejercer su derecho al voto debido a su precaria situación. Sheldon dice que “es como si ya no fuéramos congoleños”. Y suena el crepitar de los disparos en la colina, y sus ojos zigzaguean nerviosos en busca de algo a lo que aferrarse.
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