Entrevista

Shlomo Ben Ami, ex ministro de Exteriores hebreo: "La izquierda global ha traicionado a Israel"

El primer embajador hebreo en España considera que “la única solución al problema israelo-palestino pasa por Jordania”

Shlomo Ben Ami, exministro de Exteriores israelí y primer embajador de Israel en España
Shlomo Ben Ami, exministro de Exteriores israelí y primer embajador de Israel en EspañaONG A CALL FOR PEACE

Conmocionado, como todo su país, por la masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre, el exministro de Exteriores israelí y exembajador en España Shlomo Ben Ami se resiste al desánimo e insiste en la necesidad de que la operación antiterrorista que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) libran en estos momentos en Gaza sea acompañada por un plan político para el día después: una propuesta realista y factible que sirva para que Israel pueda al fin lograr la paz con los palestinos y consigo mismo. Una solución que, a juicio de Ben Ami, pasa necesariamente por la «confederación jordano-palestina», olvidar la fórmula de los dos Estados y «regresar a los términos de la Conferencia de Paz de Madrid de 1991». Es el combate intelectual de toda una vida, al que se ha entregado con pasión, honestidad y erudición.

¿Prevé un conflicto, como ha avisado repetidamente el ministro de Defensa de Israel, largo, de meses?

Será algo muy largo, de meses, incluso un año. Las guerras relámpago y las bellas y gloriosas victorias militares ya no existen hoy en conflictos asimétricos como el de Gaza, algo que vimos en la guerra de Irak o más recientemente en la de Ucrania. Es una guerra contra un enemigo que ha construido en torno a mil kilómetros de túneles y es prácticamente invisible. Será complicada, y su resultado, incierto.

¿Puede Israel destruir completamente a Hamás?

Hamás ha montado una organización militar impresionante, en posesión de cantidades enormes de misiles, gracias a la ayuda financiera masiva de Irán y Qatar. Mucho dependerá de si Israel es capaz de llegar a los mandos superiores e intermedios de Hamás, porque ello puede acelerar el fin de la guerra. Si no hay una estructura jerarquizada, aunque queden dispersos centenares o miles de combatientes, la organización se quebrará, como vimos en el Ejército iraquí de Sadam Husein al enfrentarse a EE UU. Otra cuestión es a dónde irán estos miles de terroristas en caso de que se desmantele la organización; podrían acabar en organizaciones más radicales, salafistas, estilo Daesh. Y eso que en la masacre del 7 de octubre Hamás sobrepasó las prácticas de ISIS: 1.300 personas asesinadas, familias enteras masacradas, chicas disparadas después de ser violadas y sus genitales mutilados, incluso un caso en el que sacaron un feto del vientre de su madre para apuñalarlo después. Y el secuestro de 240 personas, entre ellos bebés y ancianos enfermos de cáncer. El cadáver acribillado de dos de las secuestradas ha sido encontrado por el Ejército israelí en las cercanías del hospital Al-Shifa. Incluso después de la eliminación de Hamás, en el caso de que ello sea posible, no veo un futuro muy prometedor en Gaza.

¿Ocupará Israel la Franja? ¿Qué plan tiene el Gobierno tras la guerra?

El Gobierno israelí no demuestra tener una orientación y un pensamiento para después de la guerra. Su imaginación acaba con la idea de la derrota de Hamás. Y ese es uno de los mayores problemas. Un pensador estratégico chino hace ya siglos dijo que la «táctica sin estrategia es el ruido de la derrota». Y el Gobierno actual de Israel tiene una táctica para destruir a Hamás en este peligroso y denso territorio urbano, pero carece de objetivo político, y ese es un grave pecado en guerras de este tipo. La guerra en sí no produce resultados políticos: una derrota de Hamás puede dejar simplemente la zona en estado de caos.

«Suponiendo que eliminar a Hamás sea posible, no veo un futuro muy prometedor en Gaza»

Shlomo Ben Ami

¿Podría el Gobierno de Netanyahu transferir el control de la Gaza a una fuerza internacional?

En cuanto a la posibilidad de una suerte de Gobierno internacional en Gaza, no es imposible aunque lo veo muy difícil. Todos los Estado árabes, menos posiblemente Qatar, están a favor de que Israel elimine a Hamás, pero temen formar parte de una fuerza internacional para el mantenimiento del orden en la Franja porque sería percibido por sus pueblos –hay una enorme diferencia entre gobiernos y sociedades en el mundo árabe– como al servicio de la causa y los intereses de Israel. Tampoco Israel apoyaría una fuerza internacional de la ONU, que en los últimos años se ha convertido en una organización en estado de bancarrota y sin ninguna credibilidad, no solo para los israelíes. Por ejemplo, a pesar de que la atención de todos esta estos días en Gaza, hay una guerra iniciada por Hizbulá en el norte, que si se agravara sería un cataclismo global, y gran parte de la culpa la tiene la ONU. En 2006, el Consejo de Seguridad aprobó una resolución, la 1701, en la que se instaba a desmilitarizar la zona comprendida entre el río Litani, en el sur del Líbano, y la Línea Azul con excepción del Ejército libanés y la FINUL (Fuerza Interina de Naciones Unidas en el Líbano), e incluso se exigió el desarme de Hizbulá. Israel se retiró hasta el último milímetro hasta la frontera internacional. Yo era ministro entonces y recuerdo cómo el propio Arafat me regañó por aquella retirada: tenía razón. La realidad es que Hizbulá cruzó ese río y desde entonces y hasta hoy ataca a Israel cada vez que le viene en gana.

¿Estaría entonces la Autoridad Palestina (AP), en manos de Al Fatah, en condiciones de asumir ese reto?

La Autoridad Palestina sufre un serio déficit de legitimidad. Pero puede asumir esa responsabilidad administrativa y política en Gaza solo bajo la condición de que Israel acepte la apertura de un proceso de negociaciones para la paz. No obstante, para que esa condición se cumpla Israel tiene que cambiar de gobierno y formar un gabinete centrista. La presión popular en Israel va a ser tan abrumadora que Netanyahu y sus aliados radicales no podrán seguir en el poder; ello podría ser incluso antes de que acabe la guerra. Ya no hay izquierda en Israel que luche por la solución de dos Estados. La izquierda ha sido asesinada dos veces. La primera muerte se produjo a principios de siglo con el rechazo de sus propuestas de paz por parte de los palestinos. La segunda la estamos viendo estos días: la reliquia de la izquierda israelí ha sido traicionada por la izquierda progresista global en Estados Unidos y Europa. Lo que quedaba de ella ha visto cómo el legítimo apoyo a la cuestión palestina se ha convertido en universidades de élite como Harvard, y en otros círculos progresistas en alianza a veces con grupos islamistas, en una nueva forma, presuntamente políticamente correcta, de antisemitismo. 80 años después del Holocausto, comunidades judías en Occidente están viendo de repente el espectro de la «Kristallnacht» o Noche de los cristales rotos. Entendería que la generación woke, joven y progresista, y algo ignorante, ¿no?, saliera a manifestarse en apoyo de Palestina tras la respuesta israelí en Gaza, pero lo hicieron antes, a raíz de la masacre de Hamás. Una perversión del sentido común en medio de este infierno moral que es esta guerra. Y con todo ello se ha producido definitivamente la muerte de la idea de los dos Estados.

Pero estos días las grandes potencias, con EE UU a la cabeza, insisten en la solución de los dos Estados.

Hay demasiada retórica vacía en torno a la famosa solución de dos Estados. En mi último libro [Profetas sin honor. La lucha por la paz en Palestina y el fin de la solución de dos Estados, 2023], publicado antes de esta guerra, defendía que la idea de los dos Estados había muerto. Y hoy lo hago con más razón. La primera muerte de la fórmula de los dos Estados se produjo en 2000 con Ehud Barak y en 2008 con Ehud Olmert como primeros ministros, cuando se ofreció la retirada israelí del 100% de los territorios ocupados palestinos, la partición de Jerusalén y la internacionalización de la Ciudad Vieja, y ello fue rechazado por la parte palestina. Y ahora con la actual guerra en Gaza, con una izquierda israelí inexistente y sin interlocutor en Palestina, se ha producido la segunda defunción. No existe ya solución Israel-Palestina: la única posibilidad pasa en estos momentos abrir un triángulo incorporando a Jordania; una federación jordano-palestina.

¿Y cómo se haría ese Estado federal?

Una vez desmilitarizada totalmente Cisjordania, el Ejército de una hipotética federación jordano-palestina tendrá que estar al otro lado del río Jordán, al igual que el Ejército egipcio se encuentra al otro lado del canal de Suez. No es, por tanto, un modelo inexistente para la región, pues sobre esta base se firmó la paz entre Israel y Egipto. Lo que podría empujar a Jordania a asumir esta fórmula sería una retirada unilateral israelí de la mayor parte de Cisjordania; un plan que el primer ministro Ariel Sharon tenía pensado ejecutar y Olmert llegó a proponer. La amenaza de que Israel llevara a cabo la retirada de Cisjordania ya empujó a figuras jordanas destacadas a promover en 2008 la idea de la confederación porque la amenaza de caos que ello significaría para Jordania sería casi mortal. La idea fue apoyada durante largos años por el anterior rey de Jordania, Hussein, además de por voces serias y preocupadas en el sistema jordano, como antiguos primeros ministros o el propio príncipe Hassan, hermano de Hussein, en 2012.

¿Ve por la labor a las autoridades jordanas?

No. Si preguntara hoy al Gobierno jordano, al rey Abdalá II, a su entorno, por la confederación jordana-palestina o le tirarían por la ventana o le dirían que antes de empezar a hablar se tiene que crear antes el Estado palestino, que es como decir que no. Pero yo planteo una situación hipotética en el caso bastante posible de que una retirada unilateral de la gran parte de Cisjordania –una retirada vital si Israel quiere evitar su fin como Estado judío– provocaría un caos total en Jordania: las decisiones estratégicas se toman a raíz de acontecimientos, no de pensamientos teóricos. Por ejemplo, los egipcios, que no quieren nada que ver con Gaza, están obligados a involucrarse en los asuntos de la Franja por la inestabilidad que les causa en su frontera. En 2008, en un largo encuentro con el ministro egipcio de Asuntos de Inteligencia Omar Suleimán en El Cairo elogié el papel de Egipto como poder estabilizador en Gaza. Él me respondió: «¿Qué alternativa tenemos si Gaza es una frontera común que tenemos con Irán?».

Es, como afirma en su libro, la historia del fracaso de los Acuerdos de Oslo.

Los Acuerdos de Oslo de 1993, que llevaron después a las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos cambiaron el paradigma de la Conferencia de Paz de Madrid de 1991. Vistos desde la perspectiva de hoy, los Acuerdos de Oslo fueron un fracaso al desligarse de la idea jordano-palestina de Madrid. Me pregunto si el Gobierno de España está dispuesto a desplegar, coordinado con Estados Unidos y la UE, una diplomacia de la posguerra para regresar a aquellos parámetros. La diplomacia española alcanzó varios hitos: la Conferencia de Madrid en 1991, la de Barcelona en 1995 o la creación del Cuarteto también en Madrid en 2002.

«La guerra en Gaza ha acabado con la izquierda israelí y ha enterrado definitivamente la solución de los dos Estados»

Shlomo Ben Ami

Entretanto, ¿hay que seguir centrando los esfuerzos en presionar a Qatar para que debilite su apoyo a Hamás y la liberación de los rehenes?

Qatar, que ha sido un financiador del terrorismo internacional durante años, no está por la labor de hacerle ningún favor a Israel; si ayuda en la cuestión de los rehenes lo hace por caer bien a Estados Unidos. Doha tiene relaciones muy buenas con Irán y con organizaciones islamistas y al mismo tiempo cuenta con la mayor base estadounidense en Oriente Medio. Imagine los equilibrios que hace este país. ¿Va a ser posible? No lo sé, porque hay que penetrar en la cabeza de Yahya Sinwar, que es un pequeño Hitler. Por otra parte, a Israel lo veo centrado en la fase militar y, con gran pena, no tengo la impresión de que su objetivo más inmediato y mayor sea el de los rehenes. Estamos en un punto muerto, ojalá haya una sorpresa. Si a mí me preguntaran, yo haría un intercambio inmediato de todos por todos y de una vez: que regresen ya los 240 rehenes a Israel y que se suelten todos los presos palestinos, los miles, que hay en cárceles israelíes, ya sean de Hamás o de Fatah.

¿Está afectando la operación antiterrorista en Gaza la imagen de Israel?

Empezando por el propio Israel, le daré un ejemplo: un reciente estudio de opinión del Israel Democracy Institute arrojaba el dato de que la identificación de la juventud árabe-palestina de Israel con el Estado hebreo se había elevado del 48% anterior al 7 de octubre al 70% como resultado de la conmoción provocada por la masacre. Aquí tiene usted un sorprendente voto de confianza por parte de los palestinos israelíes que de repente ven una unidad de destino con sus conciudadanos judíos.

¿Y fuera, ante la comunidad internacional? Nunca antes vimos tantas visitas de líderes occidentales a Israel, pero el tono ha cambiado en los últimos días.

Las visitas de líderes europeos a Israel tienen dos explicaciones: una, la simpatía por la conmoción tras la matanza terrorista; y la otra, la interpretación de que el conflicto local en Gaza es parte de otro global más amplio en el que Europa y EE UU están en una parte y en el que Rusia, China, Corea del Norte e Irán se encuentran en la otra. Irán ha creado un cerco en torno a Israel: Hizbulá en el norte, Hamás en el sur, milicias chiíes en Siria y en Yemen. Es la misma geopolítica que ha surgido a raíz de la guerra de Ucrania. Hay, por tanto, un abismo entre la posición de los gobiernos occidentales, conscientes de la complejidad de la situación geoestratégica, y sectores de opinión en estos países occidentales que tienden a ver las cosas de una forma binaria en la que la parte supuestamente débil nunca puede tener la culpa de sus tragedias.

Las concentraciones de rechazo a Israel se repiten en los países occidentales.

No pido que se aplauda lo que está ocurriendo en Gaza, que es una tragedia, pero sí que se comprenda que la realidad no es tan simple. Los israelíes no entienden por qué la muerte en la guerra de Yemen de 400.000 personas, el 60% de ellas civiles, no ha despertado ni una sola manifestación en favor de los pobres yemeníes, que quedaran anónimos para siempre, como tampoco se han visto manifestaciones después de que los sirios masacraran en tres años a medio millón de personas. El inexplicable Nobel de la Paz Barack Obama mató con drones más civiles en Irak y Afganistán que el propio George Bush. Por varias razones, la cuestión israelo-palestina despierta mayor interés. De alguna manera, Israel carga sobre sus hombros los pecados de 200 años de colonialismo occidental en tierras ajenas. Tengo la explicación, pero la dejamos para otra entrevista.

¿Y corre peligro el proceso de normalización diplomática entre Israel y el mundo árabe?

Los Acuerdos de Abraham siguen ahí, y la mejor prueba de ello es la reciente cumbre arabo-islámica celebrada en Riad, en la que una propuesta iraní de congelar todo contacto diplomático y económico con Israel fue rechazada por todos los países firmantes de los Acuerdos, Emiratos, Marruecos, Bahréin, y por la propia Arabia Saudí. Los países árabes aprueban la eliminación de Hamás aunque no puedan decirlo públicamente.

Finalmente, ¿puede lo ocurrido hacer que la sociedad israelí pierda la confianza en su sistema de seguridad y de defensa?

La sociedad israelí tiene confianza en la capacidad de sus ejércitos. Pero volviendo a la solución de los dos Estados, los israelíes ven que cada vez que sus militares se retiran de un territorio, como hicieron del sur del Líbano y Gaza, reciben misiles, y, por tanto, se sienten inseguros con procesos políticos de retirada. En estos momentos hay 250.000 desplazados dentro de Israel, con comunidades que han quedado vacías en el norte y en la frontera con Gaza. Es una inseguridad que se expresa en un apoyo popular abrumador a esta guerra. Con todo, los palestinos están ahí, y su tragedia es la nuestra también, y hay que hacer todo esfuerzo para sacar de esta guerra algún horizonte de paz, pero siempre mediante una comprensión informada de la realidad, en su contexto, y sobre todo, evitando el autoengaño.