La columna de Carla de la Lá
Formas políticamente correctas de canalizar su ira
Si le aprietan los zapatos nuevos, si su pareja les ha caído gorda en el confinamiento, o si la temperatura del día no les parece la más adecuada, siempre pueden denigrar a Vox.
Hasta ahora, las personas de bien, los ciudadanos civilizados y gentiles nos distinguíamos por canalizar nuestra ira en el gimnasio, en la cama, en los negocios o al teléfono con cualquier compañía teleoperadora porque fuera de estos escenarios, estaba muy feo.
Ahora, sin embargo, disponemos de muchas más opciones, por suerte o por desgracia, donde desfogarnos sin dejar de ser políticamente correctos y, por si no los tienen identificados, yo se los voy a indicar en este su templo del buen gusto y el sentido común:
La mascarilla: cuando no era estrictamente obligatoria, hace unos meses mi BBF, María, me decía con sorna que aquí veía dos Españas y una ruptura más allá de los principios políticos en este polarizado país nuestro: la España con mascarilla y la España sin mascarilla. Hoy, sin embargo, la mascarilla se ha convertido en algo habitual en nuestra vida, en 13 comunidades autónomas del territorio ya se ha hecho imprescindible para pisar la calle como la principal medida de seguridad y dicen que hasta las uvas las vamos a tomar con escafandra en estos felices años veinte que jamás olvidaremos. Ay de quien se atreva a retirársela unos segundos de las narices porque se ahoga, porque le da alergia (como a mí) o porque se le ha roto una de las dos odiosas gomas. En ese momento recibirá abucheos e insultos por parte de sus vecinos y conciudadanos, que le increparán sin pudor y con las leyes de su lado.
Apellidos: Otra senda muy apañadita donde soltar a pasear al rottweiller de las naturales frustraciones, sin menoscabo de nuestra fama es, sin dudarlo ni un momento, agredir a las personas con largos e históricos apellidos. Si le aprietan los zapatos nuevos, si su pareja les ha caído gorda en el confinamiento, o si la temperatura del día no les parece la más adecuada, siempre pueden denigrar a un Fernández de Córdoba o sus homónimos. Y si no que se lo digan a Cayetana Alvarez de Toledo, cuyo apellido se ha convertido en el centro de las iras de la izquierda irreflexiva y simplona (que no es toda, afortunadamente, pero es mucha izquierda). Imagino que ustedes, lectores míos, que son sensatos, ya habrán reparado en ese odio dramático que sienten algunos españoles por la aristocracia, o lo que ellos consideran la clase alta opresora y todos esos conceptos que tantos botarates manejan con impudicia. Yo he pescado a muchos, y muchas, denigrando a Cayetana por su apellido (y poco más). Que si marquesa por aquí, que si marquesa por allá... pufff....pufff..
Fumadores: fumo de manera estrictamente social, es decir, poco, y aunque soy perfectamente consciente de los perjuicios del tabaco como persona adulta y moderadamente formada tengo que aceptar que en cada reunión a la que asisto, algún amigo o conocido me suelte la charla paternalista antitabaco afeándome la conducta. Esas personas, por supuesto, piensan que en sus virtuosas vidas no existe una sola grieta intelectual ni una incoherencia que un fumador pudiera detectar, pero existen y todos las vemos. La diferencia es que yo nunca me atrevería a decirle a un individuo mayor o menor de edad, amigo o no, lo que tiene que hacer porque me parece una redomada impertinencia pero… el tabaco y los fumadores nos hemos convertido en otro de los destinos políticamente correctos donde todo el resto de los ciudadanos pueden correr a desfogarse. ¡Un detalle divertido!: el único reducto a donde no ha llegado la inspección es a los paquetes de tabaco. ¿Han visto las terroríficas imágenes que en ambos lados de las cajetillas pretenden aleccionarnos a los pobrecitos descarriados de los fumadores? Son de una agresividad totalmente loca y descontrolada, de una violencia que podría herir la sensibilidad de Hannibal Lecter. Y sin embargo, la censura de lo políticamente correcto, la censura de Lo que el viento se llevó, no hace nada, porque contra los fumadores y el tabaco, es moralmente aceptable la barbarie.
Vox: Lo de Vox es un poema y el “buen odio” a Vox en España religión, como lo fue entre los sanguinarios nazis el “buen odio a los judíos”. Insultar a los miembros de ese partido (y lanzarles toda clase de objetos salvo flores) y sus militantes es políticamente correcto, noción de prestigio, marcador evolutivo y hasta lugar común, pese a que nos educaron, al menos a mí, en el respeto, la tolerancia, la heterogeneidad y la compasión. Y, desde luego, el candidato perfecto a ser ajusticiado en plaza pública por los numerosos feligreses de la nueva moralidad es Santiago Abascal porque además es blanco, hombre, heterosexual y no pide disculpas por ello.
Hombres: Mi amiga Reyes que es una de las personas más lúcidas que uno se pueda echar a la cara dice que en España los hombres heterosexuales van camino de ser encerrados en el armario y bajo llave. Ambas sabemos que habla hiperbólicamente pero, esto no es exagerar, aquí y ahora, los hombres son culpables de todo lo que ocurra hasta que no se demuestre lo contrario. Y en grupo, mucho peor, las personas heterosexuales de sexo masculino, ¡¡manada presunta!!, mejor que no se junten en grupos de más de dos unidades. ¡A por ellos!
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