La columna de Carla de la Lá

El jeiter de mis ojos

Me resulta interesantísima la florida fauna de los odiadores, conocidos como haters

Fragmento de la película Eduardo Manos Tijeras.
Fragmento de la película Eduardo Manos Tijeras.La columna de Carla de La La

Me resulta interesantísima la florida fauna de los odiadores, conocidos mundialmente como haters y, en el siglo XXI, (que comienza realmente tras el Estado de alarma) jeiteres y jeiteresas. A mí las redes sociales me han dado mucho, y yo a ellas, ¿eh? Para un periodista, o escritor, son un paraíso sembrado de frutas exóticas al alcance de la mano. Serás admirado, amado, deseado, consentido, plagiado… Serás insultado, detestado, linchado, la gente se cansará de ti, como es normal… Por privado recibirás las más elevadas declaraciones de amor y las más inopinadas ofensas porque pese a todo, son un soporte sincero hasta la impudicia, hasta lo temerario.

Los furibundos de las redes me resultan interesantes del mismo modo que me atraen los viajes a destinos remotos donde conocer individuos de otras razas y dejarme embriagar por sus exóticos paisajes y viandas, porque, sinceramente, no conozco el odio.

Para empezar nunca siento envidia, al contrario, me gusta rodearme de personas más sexis e inteligentes que yo, más preparadas, más divertidas, más elocuentes, nobles, dignas, delgadas, bondadosas, jóvenes, con más tiempo libre y menos hijos, más carismáticas, estilosas, más felices y mejor peinadas... Con respecto al mundo de las ideas, nada me satisface más que cambiar de opinión, encontrar que estaba equivocada y virar deportivamente.

Yo, queridos (miren, odio decir yo) respeto y valoro la heterogeneidad, los que me conocen saben que soy liberalísima y que siempre estoy deseando escuchar argumentos que revisiten una por una mis convicciones e incluso las revienten. Mis mejores amigos no piensan como yo, pocos comparten mis escritos y columnas, pero ay... mis haters, jeiteres de las carnes mías, ¿cómo podré honrar su fabulosa existencia? ¿Qué puedo decir de su trabajo incansable y apasionado? ¿Cómo agradecer su lectura ávida, cuando me conjuran en soledad, cuando presos de la emoción me parafrasean impúdicamente, elevándome cada día un poco más, con esa vehemencia (y ese amor) que les domina?... Oh jeiteres y jeiteresas que repiten mi insignificante nombre y hasta mis más ridículas ocurrencias en la intimidad de sus hogares y en sus benditos perfiles … Sepan que les leería cada noche con melodiosa voz, les arroparía y les besaría en la frente como a mis hijos.

Hoy, como homenaje, tras un curso de intensa y muy fructífera relación con ellos, les dedico este análisis pormenorizado, no vayan a pensar que no les presto la debida atención:

El jeiter-lover-jeiter: un espécimen curioso pero abundante que despliega un esquema conductual descrito en los libros clásicos de psiquiatría: idealización-denigración. Me explico: primero te adoran con una adoración absolutamente inmerecida para después aborrecerte bajo idéntica arbitrariedad, llegando a obsesionarse en ambas fases.

El que no entiende: a veces se me olvida que existe esta inmensa multitud, mil perdones, y enloquezco con absurdas y/o literarias peroratas en abstracto, pero sucede que estas personas fuera de la literalidad se desorientan. Tampoco manejan el doble sentido ni mucho menos el humor, por lo que, en lo que dependa de ellos, castigarán cualquier clase de ironía, ambigüedad conductual o alteración del orden preestablecido y convencional, incluyendo la sintaxis, pero no tienen la culpa, criaturitas. Los que no entienden, pueden permanecer desconcertados o pasar a formar parte de la siguiente categoría.

El indignado: A unos les mueve la vanidad, a otros el miedo o simplemente la estupidez pero lo más divertido y lo mejor… son aquellos movidos, conducidos por la indignación. La indignación, esa energía pueril e irritativa que despierta la irracionalidad en masa, la autoridad paternalista, el poder omnímodo y la disciplina castrense como únicas formas de salvaguardar su integridad. Para mí sólo hay un hecho indignante en este mundo: ir a borrar a un “amigo” y comprobar que ya te ha borrado a ti (y bloqueado).

El jeiter político: aquí hay gente que parece instruida pero que en lo tocante a ideas políticas distintas a las suyas se acalora, maldice, se retuerce, contiende y, en definitiva, desvela un alma primitiva y tosca; siento especial clemencia por este nutrido grupo de personas que se afligen con un simple intercambio de pareceres.

El fanático: el fanatismo es un fallo del cerebro; yo por eso a los fanáticos los observo como el minerólogo que estudia desapasionadamente las características de una gema; sus rebuznos, me los tomo con todo el cariño y la comprensión que me permiten mi condición de persona adulta, sana y bien constituida. El fanático, al igual que el jeiter político (la base es la misma) defiende desde la máxima agresividad y la paranoia un asunto de su interés, ya sea la monarquía, la república, el futbol, el ecologismo, el veganismo, el feminismo… sin percatarse de que lo que realmente proyectan no son ideas (las ideas nunca agreden) sino sus propias heridas, de la índole y procedencia que sean, mal cerradas.

El inconsistente: en realidad son los más agradecidos porque se toman en serio todo lo que uno pueda decir o escribir reaccionando rapidísimo en cualquier dirección inesperada; un poco como las gitanas del Retiro que te dicen “guapísima” con una convicción, una fuerza natural y un aplomo incuestionables, embriagadores, terapéuticos, los mismos con los que acto seguido te desean mal fario y se cagan en todos tus muertos.

El envidioso: las redes en muchos aspectos son dañinas porque están diseñadas para hacernos adictos a la vanidad, donde el número de megustas mide nuestro grado de narcisismo, convirtiéndonos en algo así como mascotas saltarinas intentando llamar la atención de un amo displicente que nos refuerza intermitentemente. En semejante contexto imaginen el sufrimiento que pueden alcanzar los envidiosos ¡no quiero ni imaginarlo! Pero hay una realidad: dolor, hemos de abrazarlos en su amargura y no dar muestras innecesarias de poderío físico, económico, intelectual, sexual, social, ni anímico.

El intelectual frustrado: Este último es el jeiter de mis ojos porque reúne en su alma atormentada un compendio de todo el resto de los demás odiadores. Es varón (independientemente de su sexo), machista, aunque no lo sepa, infeliz, apasionado e impulsivo, como buen jeiter; debuta con alta puntuación en trastorno delirante, siente que tiene o que tuvo una posición en la sociedad que no se está cumpliendo y culpa de ello a los que triunfan, con alto grado de angustia y padecimiento. ¡Hay que quererlos mucho!