Coronavirus

La residencia de ancianos de Galapagar que resistió al Covid-19

La clave, la anticipación. Ninguno de los cincuenta residentes ha resultado contagiado. El centro elaboró su propio protocolo cuando conoció el caso italiano

En la residencia de mayores «El Madroño», de Galapagar, algunos de sus 50 residentes saben de Covid-19 por la televisión. Otros, con mayor deterioro cognitivo, no eran conscientes del alcance de la crisis sanitaria sin precedentes por la que estaban atravesando, pero sabían que algo pasaba cuando vieron que, de un día para otro, sus cuidadores llevaban mascarillas, que sus familiares ya nos visitaban tan asiduamente que, de repente, ya no bajaban al comedor en el horario de la comida y de la cena, y que su vida se limitaba al entorno de su habitación. Y todo durante los tres últimos meses.

La antelación con que se tomaron las medidas de prevención han sido determinantes para que esta residencia madrileña situada en el noroeste de Madrid, a 33 kilómetros de la capital, haya registrado cero casos de contagio.

El propietario de la residencia, Diego Villamor, cree que la anticipación ha sido precisamente el mayor «cortafuegos» para evitar las dramáticas cifras de infectados y de muertos que han registrado las residencias de mayores en la Comunidad de Madrid y en España en general. Eso, y una circunstancia tan sencilla como que el personal que trabaja en el centro normalmente acude a trabajar en vehículo privado y evita su exposición a grandes aglomeraciones de gente que muchas veces conlleva el uso del transporte público en hora punta.

Unos residentes disfrutan del jardín de la residencia de mayores El Madroño, en Galapagar
Unos residentes disfrutan del jardín de la residencia de mayores El Madroño, en GalapagarGonzalo PérezLa Razón

Además de la de Galapagar, Diego Villamor tiene otras seis residencias de mayores en toda España. Sus hijos están implicados en la gestión de algunos de estos centros y ya el 25 de febrero, cuando vieron el caso italiano, cuando se tuvo información de lo que empezaba a ocurrir en las residencias, decidieron tomar todas las precauciones. «Empezamos a hacer acopio de guantes, mascarillas, geles... Creamos un chat para ponernos en contacto con todos los directores de los centros y un protocolo con cuatro medidas básicas para empezar: el 9 de marzo se suspendieron las visitas, se exigió a los trabajadores que fueran con mascarilla y guantes a trabajar, que se tomara la temperatura todos los días por la mañana y por la noche tanto a los residentes como a los trabajadores y que se aumentara la limpieza e higiene en todas las zonas comunes», explica a LA RAZÓN.

Villamor cuenta que, al principio, muchos familiares no se tomaron muy bien el hecho de que no pudieran visitar a sus mayores. «Nos llegaron a amenazar con denuncias pero, después, hemos recibido mensajes de agradecimiento por las medidas de prevención que adoptamos y que creemos que han servido para salvar vidas».

132 residencias de las 475 de la Comunidad no han registrado ningún fallecimiento en sus instalaciones

Estas primeras medidas iniciales se fueron complementando con otras posteriores que incluían redoblar la plantilla de médicos y enfermeros. «En aquellos en los que había escasez, aumentamos las horas de trabajo; quien tenía horario de media jornada, lo ampliamos a jornada completa y también aumentamos el número de limpiadoras».

Pero cuando las cosas empezaron a ponerse peor, «se adoptó la decisión de confinar a los residentes en sus habitaciones y se empezaron a segmentar espacios por si había algún infectado».

Villamor asegura que aquellos fueron los momentos más duros porque a algunos mayores aquello les provocó desorientación al no poder bajar a las salas comunes, acudir al comedor o pasear por el jardín. «Mi hija se fue a vivir allí para poder prestar toda la atención a las personas que lo necesitaban; hemos estado muy encima de todos».

La falta de visitas presenciales ha llevado al centro de mayores a organizar otras fórmulas para que los residentes pudieran mantener contacto con sus familiares por medio de videollamadas. «Lo peor ha sido no poder ver a sus familiares, porque no es lo mismo el contacto físico con los tuyos, pero aquí se han hecho su propia familia, han hecho piña durante todo este tiempo, pese a que algunos no eran conscientes de lo que realmente estaba ocurriendo», dice Marta Villamor. Ahora, la residencia ha entrado en una «nueva normalidad» en la que se siguen a rajatabla los protocolos que marca la Comunidad de Madrid y se han reanudado las terapias con los fisioterapeutas, las actividades para recuperar el tono vital o las de estimulación después de los días de confinamiento. Pero la residencia no ha bajado la guardia y está preparada para un posible rebrote. El propietario asegura que se ha creado un puesto de coordinador médico, se está pensando en un nuevo concepto de residencia con medidas de higiene y actuaciones en todos los ámbitos, crear un comité de seguridad y salud y cambiar el sistema de entradas y salidas de los empleados.