Opinión

La CUP

«Colective Ultras Paris» (CUP) son los angelitos que, financiados por Al-Khelaifi, jeque del PSG, entran al campo con bengalas, las prenden, las lanzan y apostados a las puertas del hotel del Madrid pasan la noche dando la tabarra. Ni por esas desvelaron al campeón de Europa, con las ideas más claras que el aspirante. Y eso que la alineación de Zidane resultaba chocante a primera vista. Lucas, Kovacic y Asensio, en liza, con el banquillo más valioso de Europa: Isco, en caída libre; Bale, en el limbo, y Modric y Kroos en la última fase de la rehabilitación. Es probable que Zizou conozca las debilidades de sus paisanos y rivales mejor que Emery sus virtudes, y, con el 3-1 del Bernabéu, prefirió no arriesgarse inicialmente a una recaída. Sorprendió con el once y hasta cerca del descanso las mejores ocasiones de gol, y el fútbol más práctico, corrieron por su cuenta. Areola se lució en sendas paradas ante Ramos y Benzema. La primera intervención de Keylor Navas, en el 41, por un centrochut de Di María, y a continuación atajó otro disparo de Mbappé. Y no hubo más. El PSG seguía necesitando marcar dos goles y no encajar ninguno si quería clasificarse y agradar a la CUP, unas siglas que concentran más ruido que nueces y molestan más que una china en un ojo; más que el humo de las bengalas en la portería donde Cristiano sentenció la eliminatoria –y el equipo se relajó–, veinte minutos antes de que Cavani empatara de carambola tras la expulsión de Verratti. El Madrid cruza la frontera de los octavos de final sin miedo –el PSG no ha sido ni un aprendiz de coco–, con dos triunfos (el 1-2, de Casemiro) y con la confianza recuperada. Está en su salsa. Es su competición.