Opinión

La noria

En el Parque de los Príncipes fueron todos a la guerra menos el ejército de Unai Emery, lo más parecido al de Pancho Villa. El Madrid de Zidane, ordenado, disciplinado, sembrando minas donde era necesario, con la bayoneta calada y ajeno a los fuegos artificiales del graderío. El PSG, sin alma, sin corazón, sin cuajo, un bluff. Me pregunto si ahora que el epítome de la riqueza y del talonario yace descacharrado junto a la Bastilla, con la cabeza de Emery recibiendo guiños de María Antonieta, la UEFA obviará los dólares que manan a borbotones en Qatar. La influencia existe, como el gas, el petróleo y los fondos de inversión. Poder supremo y a ver quién es el guapo que le quita el camello al jeque. El incumplimiento del «fair play» financiero por parte de Nasser Al-Khelaifi es tan irrebatible como manifiesta su laxitud con los ultras y el cargamento de bengalas que introdujeron en el estadio. La UEFA ha tomado represalias con clubes poco o nada pintureros por muchísimo menos. Atentos al plumero, pues. Y avizores con Bale, a quien Lucas y Asensio, dos de las sensaciones de esa batalla incruenta, han recluido en un papel secundario. A Zidane le salió redonda la jugada y el galés, otrora indiscutible si no estaba lesionado, ha saltado al escaparate de los transferibles, o así parece.

Disfruta el Madrid con tacto supremo de la recuperada condición de favorito que perdió en los torneos domésticos. La genética continental le impulsa; pero la noria da muchas vueltas y los ciclos son conejos en chisteras.

Más allá de la euforia madridista y de la fiebre de la Champions, la penúltima sorpresa: si Larrea no se presenta a jefe de la RFEF –dicen por ahí–, Rubiales sería a partir de hoy candidato único.