Opinión
El aura
«Éste es de otra galaxia», decía Zinedine Zidane al final del partido en Ipurua cuando le preguntaban por Cristiano Ronaldo, autor material de la victoria, con dos aciertos en la diana. «Cris», como le llama Sergio Ramos, no aterrizó en el Real Madrid aerotransportado; pero cayó de pie. Suma goles, acumula títulos, exige renovaciones, cobra por ser quien es y hay muchas ocasiones en las que resulta difícil cuestionar sus exigencias económicas. Le pagan por meter goles y es tan efectivo como Harry Callaham cuando desenfunda el Magnum 44 en las calles de San Francisco. «Cris», cuando se equivoca, ni siquiera recurre a la palinodia. Es el más guapo, el más rico y el más certero, según su credo. Y no hay quien le baje del burro. En el Parque de los Príncipes firmó un recital y en Eibar añadió el «encore», un bis.
Si la condición física no le abandona, avanza. Ni siquiera le traiciona la cabeza, como parece que les sucede a Bale y a Isco. El galés juega obnubilado por el aura del portugués, como si supiera que nunca le alcanzará, que jamás será su relevo en el Santiago Bernabéu. El malagueño ha perdido influencia y confianza. Le tachan de ralentizar el juego del equipo, de no soltar la pelota con la velocidad de Modric; pero es que Modric sólo hay uno. Isco es una bendición para la selección española, y lo ha demostrado con creces, y ahora resulta que es un lastre para el Real Madrid. Zidane mira a todo lo largo y ancho de la plantilla y encuentra mejores bazas que la suya. Y él lo nota, acusa ese vistazo de soslayo y le cuesta terminar una jugada, pasar al hueco o rematar con puntería. Él y Bale estaban en Ipurua, pero ganó (1-2) Cristiano Ronaldo.
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