Análisis

La herencia

No dejemos que la censura se apodere del Día de la Hispanidad, pese a la leyenda negra el modelo colonial español fomentó el desarrollo de las naciones conquistadas que ha permitido éxitos como el de República Dominicana frente al caos de Haití

República Dominicana y Haití comparten isla, pero encarnan dos mundos opuestos. El primero es un paraíso en la tierra. Las largas playas de arena blanca, las palmeras y sus aguas azul cristalino le han convertido en uno de los destinos vacacionales más deseados. República Dominicana es uno de los países más prósperos de América Latina y del Caribe. Haití, con el que comparte frontera, es el más pobre de Occidente. ¿Por qué?

Es una pregunta que me he hecho en múltiples ocasiones sin encontrar una respuesta satisfactoria. Sin embargo, hace unas semanas tuve la oportunidad de entrevistar al embajador en Angola, Manuel Hernández Ruigómez. Entre 2011 y 2014, fue el representante de España en la República de Haití. No pude evitar sacar el asunto. La respuesta fue inmediata: el modelo de colonial. «El francés y el español son dos regímenes de colonización diametralmente distintos». Hernández Ruigómez sostiene que mientras «el francés tenía como fin la explotación del territorio con esclavos, el español buscaba trasladar nuestras instituciones, nuestro modo de vida y costumbres, nuestra cultura y religión a otros mundos».

En 1697, España cede el tercio occidental de «La Española» a Francia que pasa a llamarse Saint Domingue. Los franceses poblaron la isla con esclavos africanos para trabajar en la producción, sobre todo de azúcar, pero también de otras plantaciones tropicales como café, cacao y algodón. «Francia lo que llevó allí fue la explotación pura y dura», relata. «La vida media de un esclavo africano era de 7 años», desde que llegaban a la isla hasta que morían. Saint Domingue se convirtió en la colonia más próspera del imperio francés. A mediados del siglo XVIII, este pequeño territorio, de apenas 23.000 kilómetros cuadrados de superficie, suponía el 20% del PIB francés. «Estos son datos totalmente contrastados por la historia e indiscutibles». «El nivel de explotación fue demencial».

Por eso, sostiene el embajador, que la independencia de Haití no fue un proceso como los que se produjeron en otras partes de América Latina o, incluso, de África. «La independencia de Haití fue una rebelión de esclavos contra los amos franceses», exclama. Luego Napoleón I envió a su cuñado, el general Charles Leclerc, para sofocar la revuelta, pero fue un fracaso. «No fueron derrotados militarmente por los esclavos, sí por las enfermedades que fueron diezmando a las tropas francesas».

Para Hernández Ruigómez otra prueba fehaciente de la voluntad española por dinamizar los territorios es la fundación de universidades. «La primera de España en América fue la Universidad de Santo Tomás, en Santo Domingo en 1538. La primera en Haití fue la Estatal, en 1942». Cuatro siglos de diferencia o de retraso, como queramos verlo. «Otro tanto se puede decir de los territorios portugueses», añade el embajador. «La primera de Brasil fue en 1920 en Río de Janeiro. En Angola, fue en 1976, un año después de la independencia de Portugal». El embajador lamenta que conciudadanos nuestros se presten a la difusión de la injusta leyenda negra sobre la conquista.

Es muy posible que en este Día de la Hispanidad se vuelvan a repetir las protestas contra la figura de Cristóbal Colón. En México tenemos a un presidente, Andrés Manuel López Obrador, más interesado en denunciar los abusos de hace 500 años que en corregir los que se producen delante de sus narices como la discriminación indígena o los feminicidios. Obrador tiene un gran trabajo por delante para garantizar el bienestar y la seguridad de su pueblo. La izquierda exige un revisionismo descolonial y una censura histórica con el pretexto de salvar las sensibilidades de las minorías, pero se muestra menos combativa (o hacen menos ruido) con los atropellos contemporáneos como la explotación de los uigures en China o la persecución de las mujeres en el Afganistán de los talibanes.

Para el profesor emérito en la Universidad de Cambridge, Robert Tombs, «considerar que nuestro pasado es uniformemente glorioso es un absurdo, pero también describirlo como enormemente vergonzoso». El debate sobre los acontecimientos históricos no puede convertirse en dogma y, mucho menos, en una falsificación para obtener la paz social. Somos custodios de nuestro pasado.