Mascarillas

Los aprovechados de la pandemia

«No podemos sentirnos seguros en un Estado en el que el Gobierno controle con mano férrea la Fiscalía»

Las crisis muestran lo mejor del ser humano, pero en algunos casos, lo peor. Es lo que estamos viendo en la guerra de Ucrania, que ha generado una solidaridad extraordinaria y cada día conocemos nuevas muestras de generosidad. Al lado también surgen desaprensivos que aprovechan la oportunidad para ganar dinero o cometer delitos repugnantes. El bien y el mal son dos caras de una misma moneda, aunque, afortunadamente, la Humanidad ha ido evolucionando en lugar de retroceder. Es cierto que la barbarie ucraniana puede conducir a la duda, pero sería un error. La maldad es un comportamiento de una parte minoritaria de la sociedad, aunque es cierto que lo negativo siempre merece una mayor atención informativa. No solo la guerra, que como es lógico tiene una relevancia enorme, sino las noticias de todo tipo sobre crímenes, delitos, abusos… Hay noticias que tienen fecha de caducidad, porque la hiperconectividad que vivimos, esa necesidad de estar permanentemente informados gracias a Internet y las redes sociales, conduce a una inquietante aproximación epidérmica de los acontecimientos.

Una noticia tapa a la anterior y lo hemos vivido recientemente con Afganistán. Al igual que cualquier relato tiene un principio, un desarrollo y un final. En unos casos pueden ser unas horas, en otros, un día y como máximo unos pocos días, porque el interés acaba por decrecer. Afganistán ha desaparecido de los medios de comunicación y los talibanes siguen cometiendo todo tipo de barbaridades. No se han convertido a la democracia. En su momento, el independentismo catalán despertó una gran preocupación, pero ahora aburre hasta a las ovejas. Las crisis permiten la aparición de desaprensivos dispuestos a lucrarse a costa del dolor ajeno. Es lo que ha sucedido con el escándalo de las mascarillas protagonizado por dos pícaros, Luis Medina y Alberto Luceño. No se limitaron a una ganancia proporcional y legítima, aunque hubo gente que trajo mascarillas perdiendo dinero o directamente regalándolas, sino que pegaron un auténtico pelotazo. La desmesura de su comportamiento repugnante causa estupor.

La crisis pandémica provocó una enorme alarma social, más que lógica, y todo el mundo andaba desesperado buscando mascarillas, guantes, respiradores, etc... En muchos casos surgió lo mejor del ser humano, pero también aparecieron los Luceño y Medina de turno dispuestos a enriquecerse rápidamente. El primero se llevó seis millones y al segundo le toco uno. No está nada mal por no hacer nada, salvo tener una enorme cara dura y una ausencia de escrúpulos pasmosa.

Hay que aclarar que eran los típicos pícaros que vieron una oportunidad y que no eran empresarios, que es algo muy serio y respetable. Eran, simplemente, comisionistas. Se trata, nada más y nada menos, que del cincuenta por ciento del contrato sin ningún esfuerzo más allá de enviar algún correo y hacer llamadas. Desde que conocimos cómo se estaban gestionando los contratos para traer mascarillas, tuve una mala impresión y todo parecía indicar que surgirían pícaros por doquier dispuestos a ganar pasta fácil. La urgencia hizo que se levantaran los controles y se utilizaran procedimientos de contratación excepcionales. Era fundamental conseguir mascarillas, porque se necesitaban salvar vidas. Lo sucedido en el Ayuntamiento de Madrid muestra que el comportamiento del alcalde, el equipo de gobierno y los partidos de la oposición, que apoyaron el polémico contrato, está exento de cualquier responsabilidad. Fueron timados por estos desaprensivos.

José Luis Martínez-Almeida es una persona honrada con una trayectoria impecable. Por ello, es incomprensible el comportamiento de la izquierda política y mediática. Me parece deleznable y muestra una falta de ética inquietante. No vale todo para desgastar al rival, porque en su momento, además, les pareció muy bien este contrato. El otro día, el alcalde recordaba la famosa frase de Pedro Sánchez sobre de quién depende la Fiscalía. Hay que aclarar que es una anomalía, porque dejó claro que no es independiente, sino que está a las órdenes del Gobierno. Nunca ha sido el espíritu de la previsión constitucional, aunque fue coherente con esta idea colocando a una exministra y diputada socialista al frente de la Fiscalía General del Estado. A partir de esa decisión, tengo muy claro que la instrucción tiene que seguir en manos de los jueces y que no se puede modificar la ley de Enjuiciamiento Criminal. Hay muchos fiscales magníficos, pero el concepto de dependencia orgánica que tiene la izquierda política es un despropósito. No podemos sentirnos seguros en un Estado en el que el Gobierno controle con mano férrea la Fiscalía.

Los centenares de millones en contratos otorgados a dedo por el Gobierno durante la pandemia merecen la misma dedicación que está teniendo el Ministerio Fiscal con las mascarillas del Ayuntamiento de Madrid. Por supuesto, extiendo está crítica a la inclasificable actuación de la fiscal Sabadell contra Ayuso en unos contratos que han sido controlados por la Cámara de Cuentas y en los que no existe ni un atisbo de corrupción o irregularidades. La Fiscalía forma parte del Poder Judicial y tiene que ser una institución que ofrezca seguridad a los ciudadanos. Es inaceptable que se comporte arbitrariamente. El comportamiento de Medina y Luceño no sé si tendrá sanción penal, pero debería tenerla. No siempre lo que es moralmente reprobable y éticamente deleznable tiene una tipificación jurídica. Otra cuestión es el aspecto fiscal que se tendrá que dilucidar si han cumplido con sus obligaciones. En cualquier caso, lo que han hecho es un auténtico escándalo y es muy acertado que lo persiga la Fiscalía, que el Ayuntamiento se persone como perjudicado y que los medios de comunicación avergoncemos a estos caraduras. Me gustaría que se profundizase en el resto de contratos que huelen igual de mal.