Cástor Díaz Barrado

Nínive

Lo que está sucediendo en Iraq revela la despreocupación que, en ocasiones, muestra la sociedad internacional por la existencia de determinados conflictos y cómo priman los intereses nacionales frente a los valores y principios que deben inspirar las relaciones internacionales. Los iraquíes no pueden resolver por sí solo los conflictos que están en la base de los actuales enfrentamientos. La antigua ciudad de Nínive no tiene el esplendor de tiempos pasados y, hoy, se constituye en un símbolo más de la destrucción y la barbarie. La fragmentación que habita en la sociedad iraquí se ha agudizado y, pese a las declaraciones del secretario de Estado norteamericano, no caben dudas de que la intervención en Iraq en 2003, no sólo fue ilícita, sino, también, un error de política internacional. El futuro de Iraq se desvanece y resulta probable, en el entorno de guerra civil que está aconteciendo, que, finalmente, no sea posible la convivencia entre los iraquíes en el seno de un mismo estado. Las luchas entre sunitas y chiítas y las acciones que llevan a cabo los kurdos tan sólo presagian un fin desolador y, lo que es peor aún, un camino plagado de violaciones de los derechos humanos. No se puede saber si el cambio de gobierno en Iraq aportará alguna solución pero lo que se aprecia es una actitud desmotivada de quienes tienen la responsabilidad, en la comunidad internacional, de mantener la paz y la seguridad internacional. La situación en Oriente Próximo se encuentra, en la actualidad, en una situación límite. A lo que acontece en Siria, desde hace tiempo, se le suma ahora la intensidad de los enfrentamientos y combates en el conjunto del territorio iraquí. Qué más tiene que suceder para que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas decida poner en marcha medidas que pongan fin o que busquen soluciones a estos conflictos. La paz sigue siendo el valor supremo de la sociedad internacional y la condición necesaria para el respeto de los derechos humanos y el desarrollo económico y social de los pueblos. Lo peor es que todo indica que no interesa la paz o, por lo menos, que ninguno de los estados del planeta quiere acabar con estas situaciones de conflicto. Quizá no sea posible que Nínive vuelva a tener el esplendor del que gozó durante el imperio asirio pero sí sería muy deseable que las ciudades iraquíes no se vean inmersas en una lucha entre grupos y facciones que, a la postre, sólo conduce a la destrucción del estado iraquí y a la violación de los derechos de los iraquíes.