
Marta Robles
Rafa, un gigante
No quiero restar méritos a Stanislas Wawrinka en la consecución de su primer «Grand Slam» tras ganar la final del Abierto de Australia. Jugar contra Rafa Nadal y sobreponerse a su alargada sombra de número uno del mundo, no debe ser en absoluto fácil. Y más teniendo en cuenta que, de todas las finales de «Grand Slam» que ha disputado el mallorquín, en ninguna era tan favorito como en ésta, en la que podía haber alcanzado los 14 «Grandes» de Pete Sampras.
Así que salir a la pista central de Melbourne y enfrentarse a una leyenda viva no debe ser sencillo. Y Wawrinka lo ha hecho y, además, ha ganado. O quizás, y permítanme que lo diga, aunque no sea políticamente correcto, Nadal ha perdido.
Tras el partido, nuestro Rafa no ha querido ni que se le preguntase por su espalda y no ha parado de alabar a su contrincante y, sin embargo, amigo. Lo cierto es que sin esas llagas en la mano y ese dolor de espalda que le llevó a pedir la atención del fisioterapeuta y a dejar la pista durante los tres minutos que consiente el reglamento, es difícil pensar que el resultado hubiera sido el mismo.
Aplaudo, cómo no, a «Stan» Wawrinka, pero no me resisto a resaltar que no me ha gustado su vehemencia, casi enfado, cuando Nadal se ha visto obligado a retirarse de la pista, ni tampoco la reacción del público australiano. Sobre todo porque cualquier otro jugador en la piel de Rafa Nadal, simplemente hubiese abandonado, pero Nadal, además de apurar sus posibilidades, no deja sin el honor de ganar en la pista a sus adversarios. Rafa en la victoria es grande, pero en la derrota, como ha demostrado en Melbourne, es un gigante.
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