Quisicosas

Volver, jamás

Pretender que conocemos lo que va a ocurrir es, simplemente, un espejismo, no tenemos la más remota idea, no existe la bruja Lola, no tenemos el don de la anticipación

Empezar, esa es la palabra. Destierre lo de «volver», «otra vez lo mismo», «retomar». Déjelo, porque no es cierto. Ni un sólo día es igual al anterior. Cada jornada abrimos un capítulo intonso que, noche tras noche, cierra distinto.

Cuenta la autora Paola Bergamini que Flannery O’Connor (1925-1964) a los seis años (la misma edad a la que empezó a escribir) enseñó a un pollo a caminar hacia atrás. El suceso llamó tanto la atención que un equipo de televisión de Nueva York apareció en su Savannah (Georgia) para grabar el fenómeno, con la desgracia de que ese día el pollo no quiso interpretar el número y tuvieron que montar el vídeo al contrario. Años más tarde, la escritora dirá: «Estoy convencida de que ese fue el momento más importante de mi vida. A partir de ahí todo fue a menos».

No bromeaba, la perspectiva es decisiva, no sólo para el caminar de los pollos. Los seres humanos somos los únicos capaces de encarar idéntica circunstancia de modo diferente, dependiendo de nuestra libertad. Hay un pequeño demonio, tal vez no tan diminuto, que nos sugiere afrontar el final del verano con un velo de tedio. Como si todo fuese previsible y el cole, el trabajo, los ritmos domésticos, constituyesen las notas manidas de una melodía empachosa, de esas de las que una pugna por arrancarse de la cabeza. A nuestros ojos miopes, la libertad estival se sustituye por horarios, la improvisación cede ante las citas, los paisajes nuevos por el gris. Ocurre, sin embargo, que desconocemos por completo los hechos que rellenarán las casillas del calendario de los próximos doce meses. Cuando pasemos la última página, nos sorprenderá la cantidad de encuentros y acontecimientos totalmente insospechados que han jalonado el curso. Pretender que conocemos lo que va a ocurrir es, simplemente, un espejismo, no tenemos la más remota idea, no existe la bruja Lola, no tenemos el don de la anticipación. Es imposible saber cómo va a discurrir el empleo, cómo es el rostro de un hijo por nacer, qué traerá la jubilación, vislumbramos someramente los mimbres, lo ignoramos todo sobre el cesto.

Como Flannery y su pollo, conviene no dar las cosas por supuestas. Lo previsible suele ser cuna de sorpresas desmesuradas. Les confío que hace años, al menos dos, que me entreno deliberadamente en afrontar cada jornada con curiosidad. Ya no miro el móvil como primera premisa. Me siento ante la ventana con mi té y escruto lo que hay fuera, para entender que fuera hay un mundo que tiendo a dar por supuesto. Leo algo interesante y, después, echo mano a las citas del día. De noche, en la cama, hago recuento. Ningún día defrauda.