Pandemia

«Habrá gente que acabe en un estado fisiológico que le impedirá confiar en otros»

El neurocientífico Stephen Porges advierte de las nefastas consecuencias psicológicas del “trauma severo” a nivel mundial de esta pandemia

Stephen Porges
Stephen PorgesLa Razón

El psicofisiólogo estadounidense Stephen W. Porges (New Jersey, 1945) nos recibe por Skype en su despacho con vistas al mar, en el norte de Florida. Cuando se produce la llamada y aparece su imagen, Porges acerca la cara a la cámara, según dice, para «acortar la distancia social» a la que estamos sometidos. Una situación, la del confinamiento, que considera un trauma severo y un castigo equiparable a una celda de aislamiento en la cárcel. Porges enunció la extendida teoría polivagal (publicada en castellano por la editorial Eleftheria) para explicar la reacción fisiológica de nuestro sistema nervioso ante el peligro. Según él, además de la huida o la lucha, estamos cableados para una tercera respuesta: la inmovilización. Nos apagamos. Una explicación que sirvió en el caso de “La Manada” para argumentar la reacción de la víctima. En mayo tenía previsto venir a Barcelona para impartir el seminario “Neurobiología de las relaciones”, organizado por el Instituto Cuatro Ciclos. Ya no podrá ser, pero pronunciará su clase magistral por videoconferencia.

–¿Cómo anda nuestro sistema nervioso?

–Estamos programados para conectar con otros, interpretar sus gestos faciales y su tono de voz. Nuestro sistema nervioso demanda una interacción cara a cara y ahora nos encontramos con que es peligroso estar cerca incluso de aquellos a los que conocemos bien, porque no sabemos si son portadores del virus. La violación de esas expectativas de seguridad significa directamente una amenaza severa. A nuestro sistema no le gusta «no saber», así que parte del problema con el Covid-19 es que estamos llenos de incertidumbres; no sabemos quién lo tiene, si los síntomas serán graves si lo cogemos, si sobreviviremos, cuánto va a durar la cuarentena... No podemos ni interactuar con otros ni tener certezas, dos necesidades básicas. Estamos en un estado neurofisiológico muy extraño que a nuestro cuerpo no le gusta nada.

–¿Cuál es la reacción primaria a ese miedo?

– La respuesta primera es movilizarse, actuar, seguir moviéndonos, lo que llamamos «lucha o huida». Esta es nuestra principal estrategia defensiva. Pero, evidentemente, no podemos hacer nada, no hay forma de arreglarlo, así que toda esa energía queda atascada. Surge entonces el malestar psicológico, la ansiedad. La siguiente respuesta, que hay que evitar, es rendirse. Para deshacernos de esa angustia nos apagamos, concluimos que no hay nada que hacer, que no merece la pena. Mientras mantengamos esa activación, esa ansiedad, evitamos paralizarnos.

–Y tampoco podemos calmarnos mutuamente.

–En la teoría polivagal hay un tercer nivel, la co-regulación, que tiene que ver con nuestra capacidad de relacionarnos y de regularnos a través de esa interacción social, en lugar de hacerlo solos. Ahora es muy difícil porque estamos confinados en casa. Contamos con el teléfono, las videoconferencias, que son mejor que nada pero que tienen sus limitaciones.

–Usted dice que ahora debemos comunicarnos a un nivel más primitivo. ¿Cómo?

– Ahora se trata menos de las palabras, de lo que decimos, y más de estar presente en el momento de la conversación, prestando atención a la expresión del rostro del otro, sus gestos, el tono de voz. Así es como le invitamos a entrar en nuestro espacio psicológico. La mayoría seguimos manteniendo estas conversaciones como antes, pendientes de lo que dice el interlocutor, en lugar de como nuestro cuerpo necesita ahora. Con el tiempo iremos desarrollando esas habilidades más propias de la comunicación en el mundo terapéutico. No hace falta ni que usemos el lenguaje, podemos simplemente sentarnos frente a frente y mirarnos a través de la pantalla. No hace falta que hablemos todo el rato.

–¿Se puede considerar un trauma esto que estamos viviendo?

– Definitivamente. Para el sistema nervioso de un mamífero, permanecer aislado es un trauma severo. Piense en el código penal, en cómo el peor castigo que se puede imponer a quienes han cometido un delito y están en la cárcel es el confinamiento en solitario. La historia ha demostrado lo poderoso que puede ser ese aislamiento social. Experimentos con animales prueban el enorme efecto fisiológico que tiene en su sistema nervioso autónomo. Se vuelven mucho más defensivos y reactivos. Por eso debemos tener mucho cuidado con lo que esta crisis puede provocar. Mucha gente puede experimentar un reacondicionamiento y terminar en estados fisiológicos que les impidan confiar en otros. Y nuestra sociedad funciona básicamente gracias a la confianza.

–¿Qué otras cicatrices nos puede dejar el Covid-19?

– Un alto sentido de vulnerabilidad. Y cuando no nos sentimos seguros, no dejamos que los otros se acerquen. Nos volvemos inaccesibles. Esto puede provocar que la gente ya no se sienta a salvo en compañía o conociendo a gente nueva. Otro de los efectos en el seno de la familia, probablemente el peor, se va a dar en entornos en los que había abusos infantiles o mala convivencia entre los padres antes de la cuarentena. Si fuerzas a un pequeño grupo de este tipo a permanecer secuestrado por un largo periodo de tiempo el resultado es muy malo.

¿Cree que el confinamiento puede afectar en negativo al proceso evolutivo de los niños?

–En entornos sanos, en los que la cosa funciona, la mayor disponibilidad de los padres puede hacer que todos crezcan. Pero muchos padres tienen que teletrabajar y no disponen de ese tiempo, los niños están muy necesitados y esto favorece un entorno reactivo y de reprimendas continuas. También depende mucho del espacio en el que viva la familia. Pero cuanto menos dure, mejor para todos.

-Usted mantiene que la sensación de seguridad es un elemento clave para la salud mental, algo que ha saltado por los aires.

-Lo más importante para un niño es que perciba la unidad familiar como un entorno seguro. Si no es así, provoca sentimientos de peligro e incertidumbre que son rápidamente integrados en la perspectiva que el pequeño tiene del mundo.

– Algunos mantienen que esta experiencia nos hará más fuertes. ¿Usted qué opina?

– Este es el tipo de discusión que tenemos ahora en mi casa. Yo creo que puede ser una oportunidad para una experiencia transformadora. Mi mujer, Sue Carter, es la neurobióloga que descubrió la relación entre la oxitocina y el comportamiento social. Ella se expresa en esos términos, de cómo ciertas experiencias te fortalecen y te hacen mejor. Hablamos del Holocausto y de la determinación de los supervivientes por salir adelante. Pero yo creo que pagaron un alto precio, el de sentirse vulnerables, y crearon un trauma transgeneracional. Es verdad que sus hijos fueron gente triunfadora, pero nunca se sintieron seguros, siempre moviéndose para sentirse a salvo. Así que todo depende del significado que le demos al éxito. En mi opinión, consiste en la capacidad de ser compasivo y de conectar con los demás. Sentirse a salvo con otros y permitirles que expresen su creatividad, generar amor y amabilidad.

–Hay gente en este contexto que confiesa sentirse culpable por sentirse mal pese a no sufrir ninguna desgracia.

–Esas personas se están diciendo que su malestar no tiene ningún sentido, visto como está el resto del mundo. Pero tenemos que entender e interpretar lo que nuestro cuerpo trata de decirnos. Que gran parte de esa información que nos está transmitiendo en forma de sensaciones desagradables tiene que ver con el elevado grado de incertidumbre que nos rodea. Nuestro sistema nervioso está en modo defensivo porque detecta peligro. Es un gran termómetro. Hay que ser comprensivos y respetuosos con nuestra respuesta física. La historia que nos contamos es clave. Muchos se sienten mal y luego se sienten culpables por ello porque creen que deberían tener compasión y una gran empatía por los otros. Pero no pueden porque su cuerpo está en un estado fisiológico de tal incertidumbre que dispara los resortes defensivos.

–Quizá nos estemos pidiendo demasiado.

– Entenderlo y comentarlo con otros nos ayuda a atemperar ese sentimiento de culpa. Y aquí puede aparecer la experiencia transformadora, nos estamos dando cuenta de lo que significa ser humanos, de la capacidad que tenemos de conectar y de regularnos unos a otros. De ser generosos.

Todo apunta a una tormenta perfecta porque después del aislamiento llegará la crisis financiera.

–Sí. La sociedad en los últimos 50 años ha visto cómo se iba debilitando cada vez más la clase media, y ahora apenas cuentan con ahorros. Incluso solo un par de semanas sin trabajar pondría a muchas familias en una situación insostenible. Y esta falta de certidumbre económica pone a nuestro sistema nervioso en sensación permanente de amenaza y vulnerabilidad. Es una tormenta perfecta con varias cascadas porque ahora no es solo un individuo, es toda la unidad familiar.

Y todo el país y el planeta entero. ¿Hay algún precedente en la historia de un estado emocional tan similar a nivel mundial?

–Esto es una democratización de la humanidad porque todos estamos acorralados. Sin excepción. Me recuerda al lugar en el que me recuperé de un cáncer de próstata y en el que estuve internado diez semanas. Allí daba igual quién fueras, tenías cáncer y eso era lo que importaba. Fueras portero o neurocirujano. Es la única vez que yo viví algo similar a la situación en la que nos adentramos ahora. Este sentimiento de que estamos todos en el mismo barco puede transformarnos profundamente.