
Opinión
Apagón energético, ¿apagón personal?
Un acontecimiento aislado no suele producir efectos negativos duraderos

El reciente apagón energético sucedido en nuestro país ha tenido efectos económicos, sociales, políticos y humanos, aún sin valorar en su amplio sentido. La energía, «se transforma» y nos transforma, nos cambia la forma de vivir. Contribuye a nuestra seguridad, y a nuestro bienestar físico y psicológico.
Gracias al progreso podemos conocer, mejorar y trascender el mundo físico. No obstante, eso comporta también riesgos y dependencias. Porque volamos hay accidentes de avión, porque conducimos coches rápidos hay accidentes de tráfico, y así todo. Gracias a la energía eléctrica y al teléfono estamos conectados y dependemos sin casi darnos cuenta de ello.
Toda nuestra actividad está guiada y conectada. Por eso, un apagón nos afecta, sobre todo cuando es prolongado (horas o incluso días) de forma total: física, económica, social y psicológica, al vernos desconectados de nuestros semejantes, de nuestras fuentes de alimentación y de información, de nuestro dinero, de nuestros seres queridos, de nuestro ocio y de nuestro trabajo y profesión, nuestros planes truncados, la salud en peligro, etc.
Al enfrentarnos a esa soledad, a esa penuria incierta y sin red, sufrimos y nos encontramos frente a nosotros mismos vulnerables y sin recursos.
Estamos tan acostumbrados a dar el pulsador de la luz, el botón del ordenador, abrir el móvil..., que cuando esos gestos no tienen consecuencias nos desconcertamos y nos podemos angustiar, es el precio psicológico y emocional de estar conectados, que sin aviso nos cambia la vida, aunque sea unas horas.
Y ¿cuántas horas? Y ¿por qué ha sucedido? ¿y quién me asegura que vuelve la luz pronto? Las preguntas sin fin y sin respuesta suelen producir más ansiedad. Es entonces cuando aparece el catálogo de emociones que nos pueden inundar y acompañar en nuestra casa oscura silenciosa, sin TV, sin la serie favorita ni las noticias ruidosas, sin cotilleos, sin música. Nos acompañan también en nuestros pensamientos hacia la madre o el padre enfermos, el niño esperándonos en el colegio, el informe urgente sin enviar, etc.
En cuanto al posible catálogo de emociones, están el miedo, fastidio, inseguridad, indefensión, aburrimiento, ansiedad, soledad, cansancio, impaciencia, enfado, etc.
El miedo y la ansiedad son las más comunes y evidentes, estamos tan acostumbrados a tener (o creer tener) todo bajo control, que la pérdida de este y la incertidumbre nos puede invadir muy rápidamente.
Esta invasión también se manifiesta de muy diferentes formas dependiendo de las circunstancias, y de las condiciones personales. No es igual la forma de manifestarse y el efecto de la emoción (sea cual sea) en un niño pequeño que en un adolescente o un adulto sano y autónomo que en un anciano enfermo y dependiente.
Con frecuencia, estas emociones se pasan en cuanto la conexión se recupera, por eso un factor importante es la duración del apagón. Un acontecimiento estresante si es aislado, no lesivo (como un accidente con secuelas, o una agresión importante) puntual y pasajero, no suele producir efectos negativos duraderos.
El llamado «estrés postraumático» suele ser consecuencia de un trauma físico o psíquico. Un apagón (eléctrico y digital) no tiene por qué ser una catástrofe psicológica o causante de patologías, es una emergencia, una circunstancia imprevista en muchas ocasiones muy molesta, incluso dura, pero se puede aceptar y sobrellevar con recursos personales y sociales adecuados.
Se podría describir un «kit» de recursos psicológicos y de comportamiento que deberíamos practicar y conservar para estas ocasiones o parecidas:
1. Hacer acopio de estilos de respuesta de calme, no dejarse llevar por el malestar ni la impaciencia.
2. Aceptar la situación de una forma operativa procurando administrar los recursos materiales y personales de los que disponemos, con realismo y generosidad.
3. Practicar una postura cívica de colaboración en la búsqueda de soluciones y responsabilidades ciudadanas con las entidades pertinentes.
4. Con los niños o con las personas mayores buscar modos de distracción con juegos y pasatiempos quizás olvidados.
5. Ser operativos y prácticos, centrarnos en buscar soluciones inmediatas a los problemas inmediatos (alimentación, movilidad, etc.). No anticipar negativamente.
6. Buscar modo de comunicarnos con las personas cercanas de forma presencial y afectiva.
7. En caso de enfermedad no dudar y acudir a los servicios de emergencia.
8. Buscar y dar apoyo a los más necesitados, ya que la solidaridad es un pilar muy importante en los momentos de crisis.
9. Prestar atención y si el malestar psicológico, el miedo o la ansiedad persisten, o se incrementan después de volver a la vida cotidiana, buscar ayuda especializada.
Este «paquete de supervivencia» resulta recomendable utilizarlo en momentos de no emergencia, practicarlo, ya que no se puede improvisar.
Si «estamos condenados a ser libres» (Jean-Paul Sartre) utilicemos la libertad para dirigir nuestra vida de forma creativa y feliz aún en el apagón, y hacer que no sea apagón psicológico.
Lucila Andrés Díez es vocal del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid
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