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¿Qué significa ser negro?

La diferenciación entre blancos y negros se trata de un discurso social (y erróneo) que lleva medio milenio madurando, de la mano de importantes artistas y gobernantes

George Floyd Memorial in Raeford
Memorial de George Floyd en RaefordED CLEMENTE / POOLEFE

La terminología como herramienta racial

Para empezar, es importante analizar el sustantivo “negro”. De origen latino, comienza a utilizarse en Francia durante el siglo XVI, aunque no se utiliza de forma habitual hasta el siglo XVIII, momento de auge en la trata de esclavos. Cabe destacar que en francés, el color “negro” se escribe “noir”, mientras que el término que aquí tratamos es “nègre”. Es evidente por tanto que la palabra no se basa únicamente en un aspecto estético relacionado con el color de la piel, sino que tiene un fin mayor, más allá de las apariencias, un fin que pretende abarcar una serie de culturas, nacionalidades y formas ajenas al término “blanco”.

Se tratan de términos creados por el europeo de la Edad Moderna, sin permiso ni consideración del africano (o de cualquier parte del ancho mundo) con el único objetivo de posicionar al blanco por encima de los otros. El europeo designó al ser humano por colores con fines de diferenciación, evidentemente asociados a términos de racismo. Porque al hablar de “negro”, estamos metiendo en un mismo saco a millones de personas de variadísimas nacionalidades, culturas y sociedades. El término “negro”, que yo utilizo a falta de otra palabra mejor porque no se ha ideado otra palabra (o más bien, porque se ha creado una diferenciación que me obliga a escribir este artículo que, en un mundo sin racismo, no sería necesario), se utilizó para diferenciar a una unidad, la humanidad, en diferentes colectivos, las razas. Claro que estas ideas tenían una base sólida en las ideas de filósofos clásicos del calibre de Aristóteles, que calificaba a los habitantes de zonas frías como “valientes pero poco inteligentes” y a los asiáticos como “inteligentes pero poco valientes”.

Es importante entender el daño que los conceptos “raza” y “color” han causado en los seres humanos no europeos, especialmente en los negros. Y es más importante entender que hay tantos blancos en Sudáfrica como negros en Estados Unidos. Y que hay negros que votaron a Trump y blancos que votaron a Mandela. Sólo el sujeto influenciado por el artificio del racismo actuará como raza; es necesario para crear una humanidad común escapar de dichos conceptos y actuar en función de todas las demás ciencias, maravillosas y tratadas desde hace siglos, que diferencian al hombre de los animales.

La creación de una raza (ficticia)

Basándose en los artificios de “raza” y “negro”, occidente se permitió crear, desde los comienzos de la época esclavista, “la personalidad negra”. Escritores de renombre como Rousseau y Victor Hugo, ambos intelectos supremos y respetables, ayudaron a la perpetuación de esta personalidad en sus discursos. Se creó la idea de un África exótica (exótico, RAE: extraño, chocante, extravagante) donde bailaban la brujería, el canibalismo y el pecado, además de dominarles un pésimo sistema moral. Se les tachaba de vagos, salvajes. Aunque no hace falta más que acariciar un libro de Historia (o tener un ligero interés por la materia) para entender que el continente africano guarda una cultura rica y sólida. Fanon describe con perfecta concisión la evolución metafórica del mito negro en la sociedad occidental:

“Mi cuerpo se devolvía plano, descoyuntado, hecho polvo, todo enlutado en ese día blanco de invierno. El negro es una bestia, el negro es malo, el negro tiene malas intenciones, el negro es feo, mira, un negro, hace frío, el negro tiembla, el negro tiembla porque hace frío, el niño tiembla porque tiene miedo del negro, el negro tiembla de frío, ese frío que os retuerce los huesos, el guapo niño tiembla porque cree que el negro tiembla de rabia, el niñito blanco se arroja a los brazos de su madre, mamá, el negro me va a comer” .

La identificación de un ser humano como diferente, inferior, y si no inferior, de naturaleza retrógrada y descontrolada, provocó la mayor persecución racial que se ha dado en la Historia, infinitamente superior en números al Holocausto. La colonización y la trata de esclavos procuró erradicar la cultura africana durante medio milenio y, en todo caso, elegir la dirección que debía tomar dicha cultura. En primer lugar se representó al negro como un ser idiota, consecuencia del vicio congénito de su raza; siendo tarea de la colonización asistir, tratar y educar esta idiotez. Siendo tarea del hombre europeo conceder la civilización al africano. Los colonizadores nunca se vieron a sí mismos como crueles amos, sino como guías benévolos y cargados de paternalismo. Se enorgullecieron de haber liberado a los esclavos de las cadenas aprisionando su cuello y habiéndoles regalado toda la libertad que pudieran manejar.

El exotismo

Entró a continuación una forma diferente de idear la cultura africana, todavía manejada por los europeos. Se abandonó su rechazo y surgiendo una nueva época de romanticismo, exotismo e interés por lo lejano, numerosos artistas occidentales tomaron África como fuente de inspiración creativa. Se escribieron novelas en las que la esclavitud y la condición del hombre occidental moderno se volvieron una única metáfora, Picasso, Braque y Matisse empapan sus óleos con la sensual curvatura de las mujeres negras…

A partir del siglo XIX comenzó a aceptarse en la clase alta francesa (la más avanzada de su época) la presencia de negros, y como dijo Sylvie Chalaye: “alegran las asambleas mundanas, aportan un toque de exotismo y de color a las fiestas galantes ”. Nació entonces un nuevo racismo, frívolo y estético, superpuesto a los últimos coletazos de la esclavitud, en la que el negro es obligado a vivir su cultura, tergiversada y comercializada; el negro debe vestir ropas coloridas y reír abiertamente con su enorme boca de gruesos labios. El negro no es un intelectual, es un entretenimiento.

Baudelaire, que tuvo una amante haitiana durante veinte años (protagonista indiscutible de Las flores del mal) caracteriza a la mujer negra por su sensualidad y la voluptuosidad de su curvas, pechos desnudos, traseros generosos. Se crea entonces una nueva imagen del negro, aparentemente alejada de la esclavitud, pero escalofriantemente cercana. El jazz es otro ejemplo de esa locura exótica y descontrolada que parece poseer al negro, esa naturalidad, ese sentimiento de fantasía y misterio. Cabe a destacar un aspecto. Tanto el racismo esclavista, como el colonial, como el artístico, coinciden todos en un mismo punto: la naturaleza salvaje del negro. Ya sea en la moral, la educación, el arte, la sexualidad, la música, la sociedad… el negro se presenta como un ser salvaje dejándose llevar por sus instintos, sin capacidad de restricción propia. Parece que debe ser el blanco quien le enseñe a controlarse y, en caso contrario, controlarle él mismo.

Durante los últimos quinientos años, el negro ha sido tomado por un salvaje. Nunca antes, y esperemos que nunca después.