Testimonios

Mucho desconcierto e indignación entre los vecinos de la zona

«¿Pero qué ayudas te van a dar si los terrenos han quedado sepultados por casi 10 metros de lava?¿Cómo quitas eso?»

Otniel Marrero ha pasado su segunda noche evacuado en el cuartel militar, pero a pesar de que su casa ha quedado calcinada, a primera hora de la mañana estaba ayudando a los vecinos y a decenas de turistas alemanes que estaban en la zona a reubicarse en casas y a salir hacia el aeropuerto. «Algunos estaban desubicados, no conocían bien el idioma y aunque muchos también durmieron en el cuartel, lo que querían era salir cuanto antes al aeropuerto y regresar a su país». Algunos de ellos residentes en la isla, en segundas residencias, y otros, simplemente, pasando sus vacaciones.

A sus 33 años, este grancanario, técnico forestal de formación, llevaba tan solo cuatro meses viviendo en La Palma en el momento de la explosión. Cuenta a LA RAZÓN que hubo cierto caos durante la evacuación. «Fue un contraste entre el caos y las ganas de ayudar que tenía toda la gente. Sabíamos a dónde íbamos, era un sitio de acogida. Pero entre las pruebas de antígenos, la espera de algunas personas mayores para recibir una cama, etcétera, hubo algo de desorden». Nos distribuyeron por bloques, podía haber unas 700 personas, distribuidas en grupos de 100 personas en cada uno.

A Otniel le inunda una mezcla de sentimientos, entre impotencia y indignación por cómo, a su parecer, se han gestionado las labores de prevención y evacuación. «Se supone que se podía prever, pero no puede ser que yo me entere que va a explosionar cuando explosiona. Días antes habían dicho que no nos preocupáramos porque el momento de la erupción estaba lejos todavía. Creo que se nos ha puesto en un riesgo innecesario porque el semáforo de riesgo volcánico pasó del amarillo al rojo de inmediato. Hemos pasado mucho miedo», nos cuenta.

Él y su mujer no pueden acercarse aún a su casa por seguridad, pero por fotos aéreas de la zona, ha visto que su casa ha quedado sepultada bajo la lava.

Recuerda que cuando el volcán entró en erupción estaba comiendo en el jardín de su casa. «Cuando miré para atrás vi en línea recta la explosión. Salimos corriendo y llegamos al punto de encuentro ubicado en el campo de fútbol hasta que nos reubicaron en el cuartel militar»

«¿Oyes el rugido del volcán?»

Líchel Hernández es del municipio de Los Llanos de Aridane. «Ahora mismo el tiempo está oscuro, solo se ve humo negro, pero no para, no para de escupir lava». Mientras da sus explicaciones por teléfono se calla unos segundos y pide que se escuche el rugido del volcán. «¿Lo oyes? Lo estoy viendo mientras hablo contigo. Mi casa está a la misma altura, a varios kilómetros de distancia, pero lo veo escupir lava desde aquí», narra a este periódico.

Este joven hostelero nunca había visto una erupción. A sus 48 años es la primera vez que presencia este fenómeno. «No me lo esperaba, dijeron que sucedería al cabo de dos o tres días, pero no tan pronto». En la cafetería que regenta no se habla de otra cosa. «Estaba trabajando y al momento de la erupción una señora que estaba sentada en una de las mesas gritó que el volcán había explotado. El volcán se volvió loco. Desde anoche la lava no para de salir. Yo duermo con la ventana abierta y el zumbido no desaparece ni un minuto. Ahora mismo el cielo está todo negro. Dicen que tengamos cuidado con las cenizas y su toxicidad, pero yo no noto nada, a mí no me huele a quemado. El problema está más abajo, hacia Todoque y Puerto Naos, que está a 10 minutos en coche», dice.

«Es un espectáculo para los de fuera, pero para los que vivimos aquí, para los que han perdido sus casas es muy desagradable, la lava ha llegado a arrasar incluso el colegio infantil de Los Campitos». Afortunadamente no hay pérdidas humanas que lamentar, pero sí muchos daños materiales. «Toda tu vida se te va y ahora dicen que habrá ayudas; pero ¡¿qué ayudas te van a dar si los terrenos han quedado sepultados por casi 10 metros de lava, cómo quitas eso?!»

El magma, en su búsqueda de salida al mar, ha arrasado con sus más de mil grados de temperatura no sólo casas y edificios, también amplios campos de cultivo con mención especial a los viñedos de la zona.