Caso Íñigo Errejón

¿Qué necesita la víctima de acoso sexual: justicia o paz?

Psicólogas, juristas y trabajadoras sociales hacen hincapié en la importancia de respetar la decisión de las agredidas sobre el modo en que deciden abordar su caso

El portavoz de Más País, Íñigo Errejón
El portavoz de Más País, Íñigo ErrejónJUAN CARLOS HIDALGOAgencia EFE

Las denuncias de acoso sexual no solo sacan a la luz situaciones de abuso de poder, sino que también revelan el complejo y, muchas veces, doloroso proceso que enfrentan las víctimas al decidir si mantienen su caso en privado o acuden ante la justicia. Y es que, por un lado, existe un poderoso impulso de buscar apoyo y reconocimiento del daño sufrido. Además, a muchas víctimas les surge el pensamiento de que su denuncia puede ser clave para frenar los abusos de estos acosadores en el futuro y hacia otras mujeres. Sin embargo, denunciar también implica revivir el trauma, lo que engrosa el dilema que suele experimentar la víctima. Precisamente, esta disyuntiva ha vuelto a copar los debates debido a ladenuncia de acoso contra el político Íñigo Errejón. Frente a las voces que se centran en sembrar cátedra sobre cómo deben actuar las víctimas, surgen profesionales que defienden que lo más importante es respetar la decisión de las víctimas sobre cómo deciden abordar su caso.

«Si bien es cierto que animamos a las víctimas a denunciar, este camino ideal también puede ser pantanoso y desgastante. Por lo que, la principal pregunta que se debe hacer una víctima es ¿qué necesito yo ahora: necesito justicia o necesito paz? ¿Cuál es el escenario que me haría sentir mejor? ¿Qué es para mí la justicia? ¿Qué espero del proceso? Y, finalmente, si lo considera oportuno, tratar de recopilar toda la información que tenga acerca de lo sucedido para poder hablarlo con personas de confianza y con criterio, y decidir», subraya Andrea Acuña, psicóloga general sanitaria especializada en evaluación e intervención clínica orientada bajo una perspectiva contextual y de género.

Cuando una persona es víctima de acoso, comienza un complejo proceso emocional. En él, llega a ser tedioso incluso reconocerse como víctima. «En primer lugar, las mujeres debemos poder reconocer qué nos ha pasado. Muchas veces, es confuso para nosotras mismas. No podemos creer que una persona de nuestro entorno no nos haya respetado, nos haya agredido o violentado. A partir de ese momento, quizá lo contemos, pero puede pasar bastante tiempo», explica Ana Valmala, vocal de la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Trabajo Social de Madrid.

La identificación del acoso pasa por diferentes fases. En la primera fase, la persona se siente despreciada o maltratada de manera intencional y reiterada. «Antes de plantearnos estar sufriendo acoso, suelen aflorar sentimientos de miedo o angustia y de rabia e indignación. Estos últimos no siempre aparecen, ya que se dan cuando la persona tiene unas defensas psicológicas bien formadas y no se es negligente con el daño sufrido», expone la psicóloga.

También es habitual que la persona busque razones en sí misma para explicarse lo que está ocurriendo, llegando a culpabilizarse. Una vez estos sentimientos están presentes, suele darse una etapa de incredulidad, negación o duda. «Resulta complicado identificarse como víctima siendo uno de los factores principales el estigma social o el percibirse como una persona «fuerte» o de éxito», indica al respecto.

La revictimización

Uno de los recelos que surgen en la víctima a la hora de tomar la decisión de denunciar es la revictimización, es decir, las víctimas temen no ser creídas en el ámbito judicial o social. La abogada especializada en violencia de género Marta Nogales sostiene la importancia de que la víctima no sea cuestionada. «Es fundamental apoyarlas, preocuparse por ellas y preguntarse qué necesitan. Y dando respuesta a esta cuestión, diré que lo que más necesitan es ser creídas. Necesitan que, en el momento en que empiece a verbalizar cualquier episodio de violencia, no se le juzgue ni se ponga en duda su testimonio, evitando hacer juicios de valor o victimizarla más de lo que ya está», sostiene.

La credibilidad de la víctima sigue siendo un desafío significativo para el sistema judicial, en gran parte debido a la existencia de sesgos y estereotipos que influyen en la valoración de su testimonio. «A menudo, se espera que la víctima demuestre un comportamiento ideal que sea coherente con la idea pública de cómo debería actuar una persona que ha sufrido acoso o violencia. Esto puede llevar a que, en lugar de enfocarse en la evidencia de los hechos denunciados, se cuestionen sus reacciones emocionales, el tiempo que tarda en denunciar o, incluso, su carácter», lamenta la trabajadora social Zulema Sánchez.

Además, el sistema judicial, históricamente orientado hacia pruebas físicas y testimonios objetivos, enfrenta dificultades para evaluar casos que ocurren en entornos privados o sin testigos y en los que el testimonio de la víctima es uno de los pocos elementos probatorios. Así, la falta de evidencia física o la existencia de testimonios contradictorios a menudo complica el caso.

«Aunque el Tribunal Supremo ha afirmado en varias sentencias que el testimonio de la víctima puede ser suficiente para desvirtuar la presunción de inocencia, en la práctica diaria observamos que se requiere evidencia adicional», explica Marta Nogales. Y añade: «En nuestro procedimiento penal existen medidas cautelares de protección, que incluyen desde la prohibición de acercamiento hasta, en casos extremos, prisión provisional. Sin embargo, la aplicación de estas medidas depende de la capacidad de probar los hechos, ya que estas medidas también restringen derechos».

La dificultad de ser creída se intensifica cuando el acusado es una figura pública o detenta una posición de poder, lo cual añade una dimensión de presión social y mediática que puede suscitar cuestionamientos sobre la motivación de la denuncia.

Repercusiones en el ámbito social de la víctima

El acoso sexual genera un profundo impacto en el ámbito social de las víctimas. Estas, a menudo se ven atrapadas en una compleja red de aislamiento y desconfianza. Por ejemplo, el temor a no ser creídas puede llevarlas a limitar sus interacciones y a retraerse, generando un progresivo alejamiento de su entorno habitual.

«Cuando se produce una situación de acoso o agresión sexual en el ámbito social (grupos de amistades, redes de contactos, ámbito laboral, educativo, entorno vecinal o de participación) uno de los mayores daños sociales que puede producirse es la ruptura de redes y el aislamiento. La víctima se siente expuesta, juzgada y señalada, tiene que apartarse del espacio que ocupaba mientras ve que la persona que ha provocado el daño continúa allí como si nada», expone Ana Valmala.

Ser escuchada y no juzgada

Un respaldo emocional sólido por parte de familiares, amigos o comunidades es crucial para contrarrestar esta soledad y el estigma que muchas veces acompaña a las víctimas. De esta opinión es Marta Nogales. «Escuchamos que «lo que deben hacer» es acudir a una comisaría para activar el sistema judicial y de protección, pero no denunciarlo por redes sociales. Como jurista, confío en nuestro sistema de protección y en los principios que rigen el procedimiento penal, pero considero esencial que las víctimas se sientan arropadas. Muchas veces, gracias a que cuentan su experiencia públicamente, otras víctimas encuentran el valor de manifestarse, generando un respaldo emocional y procesal. El testimonio conjunto es más fuerte: diez voces aportan una prueba más sólida que una sola», sostiene.

Para las expertas, ser escuchada, creída y no juzgada puede ayudar a que la víctima pueda reparar el daño. «No debemos olvidar que la denuncia es un derecho, no una obligación.

De hecho, en ocasiones, ocurre que el proceso que se inicia con la denuncia no es reparador para ella ni tampoco sirve para crear conciencia ni para avanzar en una sociedad libre de violencias machistas, más protectora para nosotras», comenta Valmala. Y añade: «El acoso sexual es un tipo concreto de violencia sexual contra las mujeres cuya principal característica es que sigue estando muy normalizado y, por lo tanto, invisibilizado».

«En el acoso hay dos actores principales, pero también es común que haya espectadores», reflexiona la psicóloga. Y añade: «Un buen primer paso sería acercarnos a quienes creamos que puedan ser víctimas para que puedan percibir nuestro apoyo. El siguiente paso sería establecer un contexto cómodo para preguntarle cómo se siente nante la situación que nosotros hemos percibido como acoso y ofrecer nuestra ayuda. Sería ideal informar o intervenir si nos sentimos capaces, incluso hablando con la persona que acosa. Practiquemos el cuidado mutuo y desarrollemos una visión crítica».