Iglesia católica

El teólogo de cabecera del Papa Francisco reformará la antigua inquisición

El Santo Padre nombra prefecto para la Doctrina de la Fe al argentino "Tucho" Fernández, cargo que tuvo Ratzinger

El Papa Francisco, con el nuevo prefecto para la Doctrina de la Fe, Víctor Manuel Fernández, conocido como "Tucho"
El Papa Francisco, con el nuevo prefecto para la Doctrina de la Fe, Víctor Manuel Fernández, conocido como "Tucho"La Razón

El Papa ha comenzado sus vacaciones con algo más que un golpe de efecto: el nombramiento de una de las piezas clave en el engranaje vaticano y, por tanto, en el devenir de la Iglesia católica. Este sábado Francisco daba a conocer que el nuevo prefecto para la Doctrina de la Fe es el arzobispo argentino Víctor Manuel Fernández, ante la jubilación del jesuita español Luis Francisco Ladaria.

El pontífice de 86 años ha elegido a su teólogo de cabecera para situarle al frente de la antigua Inquisición, es decir, del departamento de la Santa Sede que se encarga de tutelar y determinar los principios que la Iglesia considera verdades de fe. Tal es la relevancia de este "Ministerio" católico, del que el propio Benedicto XVI fue prefecto por encargo de Juan Pablo II desde 1981 hasta 2005, cuando fue elegido Papa. De hecho, Joseph Ratzinger fue el responsable de redactar el actual Catecismo católico, lo que permite hacerse una idea de la responsabilidad que asume ahora Fernández, sobre todo, teniendo en cuenta lo que el propio Francisco ha verbalizado a través de una carta que le ha dirigido.

"Nos hace falta un pensamiento que sepa presentar de modo convincente un Dios que ama, que perdona, que salva, que libera, que promueve a las personas y las convoca al servicio fraterno", expone el pontífice en este gesto poco habitual de escribir una misiva a un cargo recién nombrado para avalar su designación y destacar cual debe ser su cometido.

De hecho, en el texto dispensa al nuevo prefecto a capitanear la lucha antiabusos que recae en su Dicasterio: "Dado que para las cuestiones disciplinarias –relacionadas en especial con los abusos de menores– recientemente se ha creado una Sección específica con profesionales muy competentes, te pido que como prefecto dediques tu empeño personal de modo más directo a la finalidad principal del Dicasterio, que es ‘guardar la fe’".

Así pues, el Papa quiere que su "ministro" recién elegido se vuelque en animar a los teólogos a que abran nuevas líneas de investigación y "no se contenten con una teología de escritorio" con "una lógica fría y dura que busca dominarlo todo", sino que trabajen desde el contacto con la realidad. De hecho, no tiene problema alguno en entonar un "mea culpa" y en la carta Francisco reconoce que la Santa Inquisición "en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales". "Fueron tiempos donde más que promover el saber teológico se perseguían posibles errores doctrinales", asume el Santo Padre, que tampoco quiere dar un carpetazo sin más al pasado. Por ello, le urge a combinar de forma "armoniosa" lo que denomina como "el rico humus de la enseñanza perenne de la Iglesia" con "el magisterio reciente".

"Tucho", como coloquialmente se conoce a este prelado, hasta ahora pastoreaba la arquidiócesis de La Plata, perteneciente a la provincia de Buenos Aires. Pero, si por algo es conocido y reconocido Fernández, es por fundamentar el pensamiento de Jorge Mario Bergoglio, en torno a la llamada "teología del pueblo", que se desmarca de los postulados marxistas de la teología de la liberación, viendo a la ciudadanía y, especialmente a los pobres, no como objetos de una limosna religiosa, sino como protagonistas activos del devenir eclesial.

Como antiguo rector de la Universidad Católica Argentina, desarrolló esta línea de investigación a la vez que asesoraba al Papa a la hora de redactar algunos de sus documentos magisteriales de referencia. Ahora, Francisco le pide que dé un paso al frente para asumir un liderazgo harto complejo, teniendo en cuenta la polarización creciente en la Iglesia por las resistencias a las reformas emprendidas en aras de aterrizar de forma definitiva las directrices marcadas por el Concilio Vaticano II, formuladas por Pablo VI.