
IA
Jack Clark, cofundador de Anthropic y padre de la IA 'Claude': "Con lo que estamos tratando es con una criatura real y misteriosa, no una máquina simple y predecible"
La comparan con un monstruo real en la oscuridad, no con una simple herramienta. La inteligencia artificial, creación nuestra, plantea un dilema: dominar el miedo para entenderla o fracasar al negar su verdadera naturaleza

Resulta tentador, y sobre todo rentable, presentar la inteligencia artificial como una herramienta más, un software avanzado bajo nuestro absoluto control. Sin embargo, esta simplificación esconde un error de percepción fundamental, según advierte una de las voces más autorizadas del sector: Jack Clark, cofundador de la tecnológica Anthropic y uno de los principales artífices del modelo de IA Claude. Su análisis pone el foco en los potentes intereses que buscan domesticar un debate que debería ser mucho más profundo.
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De hecho, existen enormes capitales invertidos en promover la idea de que estos sistemas no son más que un martillo de última generación. Una narrativa tranquilizadora que persigue normalizar una tecnología disruptiva para facilitar su implantación comercial sin generar alarmas. El problema, según Clark, es que esta visión nos impide prepararnos para la verdadera dimensión del desafío que ya tenemos entre manos.
Frente a esta visión reduccionista, el experto defiende que «con lo que estamos tratando es con una criatura real y misteriosa, no una máquina simple y predecible». Esta es la idea central que desarrolla en un reciente artículo que amplía una de sus publicaciones, tal y como se puede leer en la cuenta de Jack Clark en X (anteriormente Twitter), donde insiste en que negar la naturaleza casi autónoma de estos sistemas es el primer paso hacia el fracaso en su gestión.
El riesgo de tratarla como una simple máquina
Asimismo, para ilustrar la encrucijada actual, Clark recurre a una poderosa metáfora. Compara a la humanidad con un niño asustado en su cuarto, que en la penumbra cree ver monstruos donde solo hay muebles y sombras. Aunque esa percepción nace del miedo, contiene una verdad: en esa habitación ha aparecido algo nuevo y desconocido. Reconocer a esta «criatura» no es esoterismo, sino aceptar la complejidad de una creación enteramente humana que ya escapa a una comprensión sencilla.
Por ello, el cofundador de Anthropic lanza una advertencia final. Aferrarse a la idea de que estos modelos son completamente predecibles es una garantía de desastre para la industria y los reguladores. El único camino para una convivencia segura y productiva pasa por dominar ese pánico inicial, aceptar la realidad del fenómeno y esforzarse activamente por comprenderlo. La complacencia, concluye, es el mayor peligro al que nos enfrentamos como sociedad.
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