Crítica de la 2ª temporada

'Machos Alfa', una serie sin más pretensión que la de entretener, que no es poco

La ficción de los hermanos Caballero, que va a más en esta nueva entrega, muestra una mirada compasiva hacia el hombre que, con los súbitos cambios sociales, se ha visto en fuera de juego

Santi (Borja Otxoa) en su alegato o reflexión final de la temporada 2 de 'Machos Alfa'
Santi (Borja Otxoa) en su alegato o reflexión final de la temporada 2 de 'Machos Alfa'Netflix

Desmontando el tópico que dice que segundas partes nunca fueron buenas, de la segunda entrega de la serie 'Machos Alfa' puede decirse no que iguala, sino que mejora a la primera . La frescura de la idea original de "la deconstrucción de los machirulos" no se pierde, sino que evoluciona, es un efecto que se desarrolla en esta nueva salva de diez capítulos que se ve, como se dice coloquialmente, de un tirón.

En un tiempo en que las series de televisión están, por decirlo en la jerga moderna, en el centro de todo, es decir, del tiempo de ocio; donde estas ficciones seriadas de las plataformas de streaming pretenden ser sustitutivas de las arrumbadas novelas y del cine clásico, se agradece (y mucho) un producto sin más pretensión que el de entretener.

Sabemos, por series tan populares como 'La que se avecina' o 'Aquí no hay quien viva', de que palo van sus directores, los hermanos Laura y Alberto Caballero, maestros de la comedia absurda, de los enredos corales, de la caricatura de la cotidianeidad y el costumbrismo patrio.

'Machos Alfa', como ya se ha dicho, sólo quiere entretener (función primordial de una serie televisiva), que el espectador pase un buen rato y que descanse por un tiempo de sus martilleos mentales. Renunciando con acierto e inteligencia a la sofisticación, a la moralina y a la politización, los hermanos Caballero nos ofrecen un producto puro, de puro entretenimiento.

Y es un ejercicio difícil el que logran los creadores de la serie de Netflix, el de no caer en el sesgo político o moral, máxime cuando tratan temas tan delicados para nuestra sociedad activista y de cristal como el machismo, las nuevas masculinidades, el "empoderamiento" femenino y las flamantes sexualidades.

A priori puede parecer que la serie, como si fuese en la estela de Leticia Dolera y compañía, es una crítica risible, una denuncia, de las masculinidades tóxicas. Ni mucho menos, 'Machos Alfa' relativiza, caricaturiza y parodia tanta gilipollez adoptada por un feminismo radical, que sumado a movimientos woke e identitarios, con sus postulados roza lo absurdo.

No es que 'Machos Alfa' sea una defensa del machismo o lo que llaman machirulismo; ni mucho menos. Pero sí tiene una mirada compasiva hacia el género masculino que, de repente, con este súbito terremoto social impuesto por minorías hiperpolitizadas, se ha visto en fuera de juego aspaventeando ridículamente.

Si en la primera entrega la tensión (además de la sexual) que vertebraba la serie era la negativa y la posterior dificultad de los protagonisas, los machos alfa, de "deconstruirse" en unos cursos de nuevos roles masculinos; en la segunda se pasa de la teoría a la práctica. Las asunciones toleradas por los cuatro personajes principales se ponen en práctica con resultados desastrosos, cómicos.

Dándole la vuelta a la tortilla, los directores de la serie, dibujan escenas o situaciones de lo más hilarante al presentar una suerte de acoso sexual de una jefa (Cayetana Guillén Cuervo) a su empleado (Fernando Gil), la obsesión por registrar el consentimiento sexual del personaje interpretado por Gorka Otxoa con su compañera de oficina (Adriana Torrebejano), la tolerancia de un padre con que su hijo sea sometido a un curso de deconstrucción de roles sexuales (Fele Martínez) frente a la testosterona de la madre (Raquel Guerrero), o la convicción por parte de sus nuevas amistades de uno de los personajes principales (Raúl Tejón) de que es de género fluido.

Aunque, sin duda , el colofón de esta flamante entrega de 'Machos Alfa' es la desesperada escapada que busca el personaje interpretado por Gorka Otxoa , el menos "machirulo" de los cuatro gañanes, al verse envuelto en un lío amatorio con la hija de su jefe; con tal de no perder su trabajo, este se acoge a sagrado, es decir, a que es una mujer o se siente como tal.

Esta salida improvisada del personaje hace que los colectivos de defensa de lo LGTBIQ+ se pongan de parte de esta Loretta del siglo XXI y acaben por llevar a juicio a los responsables de la empresa que lo ha despedido por supuesta discriminación. Una situación hilarante por rematadamente absurda, pero que por gracia o por desgracia, también se vive en nuestra sociedad real actual: ahí tenemos por ejemplo el caso de la soldado Paco.

Es en el juicio, cuando el personaje que encarna Otxoa, Santi, toma la palabra ante la jueza, donde este deja la reflexión final de la serie, bueno, de la temporada, y que merece la pena ser reproducida íntegramente:

"Verá, hace cosa de un año, mis colegas y yo hicimos un curso de deconstrucción de la masculinidad. El caso es que aún estamos asentando los conceptos. O sea, por ejemplo, ¿qué es un hombre? O ¿qué es una mujer? Parece fácil,... pero luego tiene su miga. (...) El tema es que nos hemos tenido que replantear todo. Absolutamente todo. Nuestra forma de hablar, de pensar, de relacionarnos en pareja, de educar a nuestros hijos. La pareja heteronormativa y monógama está en crisis. Ya no sabemos ni quiénes somos ni qué nos gusta. Estamos teniendo que deconstruir hasta la forma de reproducirnos. Vamos, que con toda esta macedonia de conceptos nuevos, pues uno se despista. (...) Hacerse a ese nuevo hombre que nos pide la sociedad moderna... cuesta."

-O sea, que a usted lo han deconstruido tanto que, al final, se ha vuelto mujer- replica la jueza, interpretada por Eva Isanta.

-No. No. Déjelo, no ha entendido nada-, zanja el incomprendido Santi.