Viajes

Desde El Escorial hasta el volcán de Mayasa: conoce las puertas del infierno repartidas por el mundo

Turkmenistán, Méjico, Italia, Israel, Etiopía... la búsqueda del inframundo puede extenderse al planeta entero

Monasterio de El Escorial, reconocido por la Unesco en 1984
Monasterio de El Escorial, reconocido por la Unesco en 1984archivo

Antes de comenzar creo que deberíamos aclarar a qué me refiero cuando hablo de las puertas de infierno. No hablamos hoy del infierno dantesco que causa pavor y está en llamas y que regenta con mano de hierro el ángel caído Lucifer, hoy seremos viajeros y ciudadanos del mundo, entonces vamos a mirar el infierno, nacido de la palabra latina ínferus (por debajo de), como el mundo de los muertos en el sentido más amplio de la palabra. Vamos, el inframundo donde pueden ir a parar los que fueron malos pero en ocasiones también quienes fueron buenos, según la religión, nos referimos esa región mítica que todas las culturas han imaginado de alguna manera con sus horrores particulares. En el budismo se conoce como el Reino de los Narakas, el Islam lo llama Yahannam…

En muchas religiones se señalaron puertas para entrar en él. Uno podía, si quería y tenía el valor que requería, cruzar alguna de esas puertas para pisar vivos el inframundo. En la mitología griega se mencionan las catábasis de Hércules, Ulises, Orfeo, Teseo y Pirítoo; las leyendas aztecas mencionan a Quetzacoatl (el tipo que robó el maíz del inframundo); los cristianos dicen que Jesús entró y salió al tercer día; los hindúes se cuentan que el emperador Yudishthira también bajó.

Cuidado con los pozos falsos

Una vez que queda claro que el infierno debería verse con una perspectiva más abierta, quizá menos pesimista desde un punto antropológico, podemos ir de visita a la primera puerta del infierno que está en Darvaza, en el corazón ardiente del desierto de la actual Turkmenistán. Por aquí no cruzó ningún héroe ni se cayó ningún dios. Es solo que “el mejor truco que el diablo inventó fue convencer al mundo de que no existía” y los humanos jugamos a titular como puertas del infierno a cualquier cosa que escupa fuego y tenga 69 metros de diámetro, 30 metros de profundidad y una temperatura en su interior de 400°C. Como el Pozo de Darvaza que se incendió en 1971 porque un soldado soviético, poco espabilado y quizá rápidamente ejecutado por la broma, le tiró una cerilla, aun a sabiendas de que aquello era un pozo de gas. Sesenta años después, sigue ardiendo. Lo llaman Las Puertas del Infierno pero aquí no podremos encontrar a ningún demonio, y lo mismo en otros lugares con rarezas geográficas como el agujero negro de Andros.

Si somos de alguna religión y creemos en que pueda haber alguna puerta que lleve al infierno de verdad, podemos encontrar pequeñas joyas en nuestro viajes menos premeditados. Los primeros cristianos y los judíos podrían buscar debajo de las piedras en el valle de Hinón, situado muy próximo a Jerusalén, que según las escrituras es la puerta al Gehena (el infierno judío que en hebreo se pronuncia Ge Hinnom, que significa el valle de Hinón, blanco y en botella), aunque nadie ha encontrado todavía el lugar exacto de la puerta.

Las puertas del infierno brillan durante la noche.
Las puertas del infierno brillan durante la noche.Alfonso Masoliver Sagardoy

Volcanes y desiertos

Los nostálgicos lo tendrían todavía más fácil. Los romanos y los griegos conocían por Averno a un cráter cercano a la ciudad de Cumas, al sur de Italia, y se decía que era una puerta al inframundo. Aunque también dijeron que se encontraba no muy lejos de Pamukkale, en la actual Turquía, quién sabe, cualquier cosa es posible. Y si quedan aztecas pues les basta con ir a Méjico y buscar el cerro Chapultepec. Una vez allí no necesitan más que preguntar por la cueva de Cincalco. Por allí dicen que bajó Quetzacoatl (el que se mencionó más arriba) para pactar con un diablo el precio del maíz.

Otro ejemplo conocido en Centroamérica es el del volcán de Mayasa. Los nativos estaban convencidos de que ese volcán eran las puertas del infierno, hasta el punto de que varios frailes españoles fueron de visita para comprobarlo. Al ver el espectáculo de calor y fuego que prácticamente les estallaba en la cara con burbujas pues concluyeron que, por poder, ese volcán horrible podían ser las puertas del infierno, y colocaron por si las moscas una bonita cruz en su cima. Que por cierto todavía sigue allí.

Estoy casi seguro de que hay alguna puerta del infierno en Etiopía pero no he logrado encontrar al que lo dijo, creo que lo leí pero ahora no lo encuentro, entonces ya no estoy seguro. Me suena que fue un griego. En todo caso siempre me cuadró porque en Etiopía nació el primer homo (es decir, Adán) y antes era un vergel pero ahora la mayoría es desierto, algo debió ocurrir allí muy bruto. Quizá la tentación de la manzana. Y si nos ponemos religiosos y el desierto se produjo tras la expulsión de los hombres del Paraíso, al arrebatárnoslo, entonces podríamos decir que en el Paraíso había una puerta oculta al infierno, y que Lucifer lo sabía. Y si no estaba allí el Paraíso pero estaba en Irak o en Turquía pues en cualquiera de esos sitios. Alguna puerta debe haber en los desiertos, aunque no recuerdo quién lo dijo, dita sea.

El tema de la búsqueda del infierno puede llevarnos al paraíso, qué paradoja tan siniestra. Pero hay más. Otra en El Escorial. Una leyenda popular atribuye una marca impresa en la roca de una cueva a una patada que dio el diablo enfadado, provocando una explosión enorme, porque una chiquilla virgen no quiso venderle su alma como se lo pidió. Los más fantasiosos hasta dicen que fue por esa leyenda que plantó allí Felipe II el Monasterio, para combatir y vigilar con su centro de alquimia aquellas puertas del infierno, aunque puede que eso sea mucho divagar. Si son de Madrid pueden coger el coche este fin de semana y visitar al Escorial, hacer el recorrido turístico por el Monasterio, callejear una hora o dos, comprar un queso rico, ponerse hasta las botas de morcilla, cabrito con patatas, pimientos de padrón y vino en el Restaurante Horizontal, chocar las cinco al diablo cuando encontremos la cueva. Y reconocerle allí que hemos pasado un día endiabladamente divertido.