Viajes

Nuestro rey nunca visitó ese burdel

Tras el retiro del emperador en Cuacos de Yuste, su escolta propulsó la apertura de nuevos negocios en la zona

Detalle en el dintel de La Casa de las Muñecas para señalar su función como lupanar.
Detalle en el dintel de La Casa de las Muñecas para señalar su función como lupanar.turismo garganta la olla

La última vez que fui de visita al Monasterio de Yuste (donde Carlos I de España y V de Alemania cojeó a retirarse tras crear su imperio) un guardia de seguridad me aseguró que en el siguiente pueblo se escondía una pequeña joya para cualquier viajero: nada más y nada menos que el prostíbulo en que nuestro archiconocido emperador exprimió los últimos jadeos de su vida. Una pequeña joya porque garantizaba un morbo fantástico para un plebeyo como yo. Sexo, guerras, emperadores, excesos, en fin, una escena clásica de Juego de Tronos en la vida real.

Aunque escuchando al guardia en seguida vino una duda. ¿Pero cómo haría Carlos I para culminar ese esfuerzo? ¡Si tenía gota desde muy joven! El pobrecito emperador sumaba 57 tirones de orejas y ya estaba para el arrastre porque sus victorias sobre el rey francés, los mercenarios suizos, los venecianos y los navarros, los protestantes, el propio Papa, decenas de reinos indios, habían resultado agotadoras y solo quería descansar en el Monasterio de Yuste, al norte de Extremadura. En invierno se dibuja como un paraje húmedo y triste, con las copas de los árboles desnudas, musgo, niebla, y dicen que también abdicó sobre su hijo y se escondió aquí para llorar la muerte de su esposa Isabel. En verano el paisaje se transforma en un refugio de color verde esperanzador, rodeado por los páramos secos de Castilla.

Sabiendo todo esto pues me sonaba muy extraño que el supuesto viudo desolado dejara un imperio en manos de su hijo para correrse unas juergas con las mozas de fortuna del pueblo de al lado. La historia del guardia me olió a chamusquina pero quise picar en el anzuelo.

Monasterio de Yuste.
Monasterio de Yuste.Alfonso Masoliver

El edificio en cuestión se conoce como La Casa de las Muñecas, está pintado de azul en la calle Chorrillo de Garganta La Olla, una localidad ensortijada entre los montes de Cáceres. Por su balcón asoman varias macetas con flores rojas y las risas divertidas de la chicas, aullidos de soldados veteranos, se escapa el fuerte perfume de la Madame que no quita el ojo de encima a nadie. Chocan todos con la pulcra calle que paseé aquel día, el pasado se topa con el presente y se esfuma. La casa es hoy una tienda de productos locales a ras de suelo, y el piso superior pertenece al dueño de la tienda y su familia, sigue pintada de azul, todavía riegan las macetas de flores, y, si la calle está vacía y hace un día despejado, tal vez pueda escucharse el sí agonizante de las niñas.

Dentro de la tienda me espera Mario, el dueño. En realidad Mario no sabe que me espera pero todo se enredó para que fuera así, es como funcionan los viajes, y tiramos del hilo y encontramos la mentirijilla que me dijo el guardia, mi fuga a Yuste, una pelea con mi mujer, esas dos copas de más que bebí el domingo, una quedada con los amigos, el cumpleaños de Joaquín, aquel antepasado mío siciliano que mató a su vecino y tuvo que huir a España… y un hilo completamente diferente por el lado de Mario. Nos han unido los destinos de los bastardos que abrieron los ojos en el piso de arriba. Yo de verdad creo que si coincide la hora y visitan Garganta La Olla, lo mejor sería que fueran a casa de Mario para comprarle cualquier baratija, una lata de pimentón que sea denominación de origen, un queso de cabra muy curado, una botellita de sidra, y que le pregunten por el prostíbulo al que nunca fue el Emperador.

Él despejó mis dudas. Efectivamente, Carlos I era un pobre hombre machacado, emocional y físicamente, y cualquier mortal en esas condiciones no está en condiciones de descender el escarpado camino de tierra que serpenteaba desde el monasterio hasta el pequeño valle, descabalgar a duras penas de la litera, someterse a murmuraciones, subir cojeando las largas escaleras que llevaban a las habitaciones y traicionar a embestidas a su querida Isabel. ¿Cómo? ¿Si pudo hacer que le trajeran a sus aposentos en el monasterio a una de las chicas? ¿En el monasterio? ¿Con todos los monjes mirando? ¿Siendo Carlos?

Casa de las Muñecas en Garganta La Olla.
Casa de las Muñecas en Garganta La Olla.Alfonso Masoliver Sagardoy

Pero sí es cierto que el prostíbulo fue “legalizado” porque lo quiso el Emperador y que sus soldados venían aquí para hacer lo que su señor no podía, o eso me dijo Mario, algo de culpa el monarca sí que tenía. La casa forma además parte del Conjunto Histórico Artístico del pueblo y no era el único burdel que había entonces. Solo en Garganta La Olla hubo cuatro de este tipo y dicen incluso que la Iglesia se hizo con la Casa de las Muñecas para luego venderla, una vez limpia de vicio y de locura, guardándose por el negocio un buen dinero entre los hábitos.

¡Puf! Solo es una suerte que los reyes de ahora hayan moderado sus concesiones y que nuestros políticos no vayan por ahí de lupanar en lupanar, menos mal que hemos evolucionado. Menos mal, porque estos conquistadores eran unos bellacos que no respetaban siquiera a su propia madre y para colmo visitaban esta clase de antros, fíjense, no como ahora que todas las chicas están seguras en casa con sus padres y... ¿o no?

Un grabado minúsculo sirve a modo de discreta señal. Está en el dintel de la puerta. Es una mujercita que se asoma a la calle con un vestido de granito. Una señal para los astutos. Mario me deja pasar y me enseña el patio del piso inferior y señala una pequeña ventana que asoma de una pared de arriba, desde la cual un observador podría dominar toda la estancia. Me asegura que la Madame miraba desde allí quién entraba y quién salía, ya se supone, para controlar. Me imagino a la Madame contigo: labios carnosos, un lunar pintado bajo la nariz, pelo negro, casi morado, pechos voluptuosos, un esclavo africano, vestidos de encaje muy recargados, un collar de perlas, quizá una voz estridente pero desgajada por el tabaco, mucha gracia, muy española, estricta con las niñas.