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El monasterio milenario donde los monjes reciben a Satanás

Cerca de la legendaria ciudad de Jericó se esconde un monasterio cuyos inquilinos ayunan cinco días a la semana, todas las semanas

Hombres y camellos transitan el desierto de Wadi Rum, en Jordania.
Hombres y camellos transitan el desierto de Wadi Rum, en Jordania.MUATH FREIJREUTERS

“A continuación, el Espíritu le empujó al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles le servían”. Así nos cuenta el evangelista Marcos cómo fue Jesús al desierto de Judea para ayunar y ponerse a prueba, antes de lanzarse de cabeza a predicar y dar media vuelta a nuestro mundo. Las Sagradas Escrituras afirman que Satanás se le apareció durante estos cuarenta días para comerle la oreja y convencerle de que transformara las piedras en suculentos mendrugos de pan, que se lanzase desde lo alto del Templo de Jerusalén para que le recogieran los ángeles al vuelo. Aun así, Jesucristo, fuera profeta o Dios, se negó a sucumbir a sus tentaciones, y cuando salió de aquel desierto ardiente podríamos decir que era un hombre nuevo, un paso más próximo a la divinidad que hoy es adorada por miles de millones de personas.

Esos curiosos ermitaños

Aquellos cuarenta días de ayuno provocaron un potente efecto en los primeros cristianos. Ellos comprendían la agonía del desierto mejor que ningún otro y sabían lo fácil que es caer en la tentación de refrescarnos el gaznate con un generoso trago de agua. La idea de un hombre que sobrevivió durante semanas en el desierto, alimentándose de nada más que cactus y del sorbo de agua ocasional, impactó profundamente en sus piadosos pensamientos. La soledad, este pulso contra el mal personificado, el sacrificio, todo esto atrajo a una serie de hombres y mujeres que buscaban seguir con la mayor precisión posible los pasos de su Mesías. Son los ermitaños. Nosotros los conocemos porque se escabullían entre las cuevas más apartadas de las montañas más alejadas y tenían las barbas muy largas y estaban esqueléticos.

Monasterio de la Tentación, próximo a la ciudad de Jericó.
Monasterio de la Tentación, próximo a la ciudad de Jericó.Natalia Volkovadreamstime

Mientras unos ayunaban y oraban en las cuevas del Pirineo aragonés o las cordilleras de Bulgaria, otros ermitaños quisieron ser lo más precisos posible y se dispusieron a ayunar en el mismo desierto que Jesús, en busca del mismo demonio (igual que nosotros insistimos en probar el sushi en Japón o las hamburguesas en Nueva York), y si fuésemos turistas del siglo III d. C nos encontraríamos con esta curiosa especie de santos acurrucados en las cuevas y agujeros que conforman el desierto en torno a la mítica ciudad de Jericó. Un buen ejemplo serían las cuevas del actual Monasterio de la Tentación, ubicado en esta misma región. Esperaban con paciencia, casi con ansia, a que llegase el susurro de la tentación de Satanás para enfrentarse a él y vencer, como hizo su Señor antes que ellos. La vida espiritual de estos personajes era durísima, digna de cien aplausos, similar a los ascetas budistas. Y los hubo incluso que fueron tachados de hechiceros diabólicos por los lugareños, así de próximos al mal estaban, como fue el caso del eremita San Iván de Rila.

San Gerásimo y el león

Entre estos primeros ermitaños destacó San Gerásimo del Jordán. Este era un hombre nacido en la actual Turquía que durante los años de su primera juventud perteneció a la secta de los eutiquianistas (un tipo de cristianismo temprano que la Iglesia Católica tachó rápidamente de herejía) y que poco después se cambió al bando de los católicos con muchos remordimientos de conciencia por haber caído en esta herejía. Desesperado por reparar su espíritu maltrecho, se lanzó a reinterpretar los cuarenta días de Jesús en el desierto. Con la ligera excepción de que San Gerásimo vivió de esta manera durante décadas. Dicen que ningún ermitaño aparte de San Cirilo le igualaba en materia de ayuno, y que durante los días de Cuaresma (que precisamente recuerdan los cuarenta días de Cristo en el desierto) se alimentaba en exclusiva de la Eucaristía, nada más. Un cachito de pan ácimo cada día.

Por supuesto que todos sus colegas eremitas le admiraban. Cualquiera se asombraría al encontrarse con un hombre capaz de soportar las privaciones de San Gerásimo.

La leyenda prosigue. Según cuenta su compañero Cirilo, ocurrió un día que San Gerásimo andaba de paseo por las orillas del Jordán y se encontró con un león que tenía aterrorizada a la comarca. Sus rugidos se escuchaban hasta las nubes. El astuto ermitaño descubrió que el león rugía de dolor, no de rabia, todo porque una astilla de madera se le había introducido hasta el fondo de la pata. Ni corto ni perezoso (imagino que un hombre con tamaña voluntad no era ningún cobarde), San Gerásimo sacó la astilla del animal y desde entonces el león le acompañaba a todas partes, como un perrito. Hay quien piensa que el santo encargado de esta proeza fue San Jerónimo, aunque este error se debe a la similitud de los nombres de ambos cuando se traducen al latín. Pero el león incluso cargaba con el agua del pozo si el ermitaño no tenía burro. Y cuando San Gerásimo falleció, la bestia se echó sobre su tumba y murió también al cabo de dos días.

El monasterio de San Gerásimo

Pocos siglos después de la muerte de este santo descomunal, en el año 1099, sus seguidores levantaron un monasterio en un lugar próximo a su lavra (aquí era donde los ermitaños se reunían para rezar) y que hoy conocemos como Deir Hajla, o Santo Monasterio de San Gerásimo del Jordán. Un punto diminuto rodeado de espesa vegetación y calvas de desierto. Curiosamente, en el mismo lugar donde se piensa que se refugió la Sagrada Familia durante su huida a Egipto. El cuerpo momificado del santo puede verse aquí, prácticamente incorrupto, junto a la cueva donde dicen que se resguardaron Jesús, José y María cinco siglos antes del nacimiento de nuestro héroe de hoy. Aunque pertenece a la rama cristiana griega ortodoxa, miles de peregrinos de todos los campos del cristianismo vienen cada año para presentar sus respetos al santo y transmitirle sus oraciones, desde hace siglos, incluso durante los años convulsos de las cruzadas y de la conquista mameluca.

Santo Monasterio de San Gerásimo del Jordán.
Santo Monasterio de San Gerásimo del Jordán.Alexirina27000dreamstime

Tú puedes venir aquí y husmear entre los frescos bizantinos que manan un brillo y una hermosura estáticas. Puedes pasear por su patio y respirar el aire húmedo, barajado con la arena rasposa que arrastra el viento desde lo más seco del desierto. Puedes rezar, si quieres, o pisar sobre las huellas de San Gerásimo, igual que pisó él antes las huellas de Jesucristo.

Pero la faceta más interesante de este monasterio único, la misma que dio nombre al artículo, es que los monjes que habitan aquí esperan con paciencia a que el Diablo venga a visitarles, igual que hicieron los primeros ermitaños antes que ellos y Jesús antes que ninguno. Ayunan cinco días a la semana bajo el tórrido calor y cuando su cuerpo y su mente se encuentran en un estado de debilidad total, cuando sus impulsos se vuelven incontrolables e incluso la más nimia tentación les haría caer de bruces y revolcarse por el barro como puercos, entonces levantan la cabeza con humildad y miran cara a cara a Satanás. Claro que no aparece el Satanás de carne y fuego, bobito, con sus susurros en arameo y sus cuernos y la lengua bífida a juego con la cola acabada en punta, claro que no. El Diablo no es como en las películas. En las películas se limitan a copiar una imagen que dibujó un monje del Monasterio de Broumov (República Checa) en el tenebroso libro conocido como la Biblia del Diablo. Pero esa es otra historia.

En el Santo Monasterio de San Gerásimo se aparece Satanás como se le apareció a Cristo: como una voz, como un deseo, como un amigo fiel que se preocupa por nuestra salud delicada. Que dicen los cristianos que se trata de su personificación más peligrosa. Y día tras día, sin descanso, desde hace cientos de años, los herederos de la fuerza de San Gerásimo repiten el ritual de recibirlo y de expulsarlo, una y otra vez, entre temerosos por ser derrotados y excitados ante la perspectiva de un triunfo. ¿Te atreverías tú a buscar este enfrentamiento tan peligroso?