África

Lalibela: una segunda Jerusalén en el corazón de Etiopía

Las iglesias excavadas en roca a finales del siglo XII son hoy uno de los destinos turísticos más codiciados del país africano

La Iglesia de San Jorge es el templo más conocido de Lalibela.
La Iglesia de San Jorge es el templo más conocido de Lalibela.Alfonso Masoliver Sagardoyfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@7594fd9f

Los peregrinajes de hace mil años no eran como ahora, que ofrecen bocadillos por un euro en los albergues. Un peregrinaje de hace mil años bien podía significar una sentencia de muerte. El camino a los lugares santos requería, de alguna manera, atravesar un infierno decorado con guerras, bandidos y enfermedades, peligros que convertían al piadoso peregrino en un guiñapo desmadejado en un lado del camino. Así podían ocurrir momentos en los que era más probable que uno no llegase a la meta, antes de llegar sano y salvo y con la bolsa de monedas intacta.

Todo empezó con la violencia

Cuando se inició el periodo de las cruzadas durante el medievo y cristianos y musulmanes se molían a palos por el control de Jerusalén, peregrinar a la Ciudad Santa siendo cristiano equivalía directamente a una tentativa de suicidio. Es por eso que en Etiopía, el rey Gebre Mesquel Lalibela (siglo XII) supo que era necesario buscar una alternativa para sus súbditos, que ansiaban sin conseguirlo peregrinar a Jerusalén con la intención de visitar los lugares sagrados del cristianismo. El rey-sacerdote puso entonces en marcha un proyecto que, sin saberlo, terminaría siendo uno de los destinos turísticos más solicitados de la Etiopía contemporánea, además de sitio declarado Patrimonio de la Humanidad desde 1978. Las once iglesias de Lalibela. Una segunda Jerusalén. Una alternativa, que digamos, originada como un placebo religioso para los etíopes del medievo.

Algunos de quienes murieron mientras rezaban en Lalibela están al alcance de quienes visitan las Iglesias.
Algunos de quienes murieron mientras rezaban en Lalibela están al alcance de quienes visitan las Iglesias.Alfonso Masoliver Sagardoyfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@7594fd9f

Ni corto ni perezoso, el rey Lalibela visitó Jerusalén protegido por un poderoso séquito, tomó notas a conciencia de los lugares sagrados, regresó a su reino y se dispuso a buscar un sitio donde levantar su ambicioso proyecto. Pero no fue hasta que Dios le habló en sueños, según cuenta la historia, que no decidió comenzar la construcción de las iglesias junto a la localidad que hoy conocemos como Lalibela, ubicada a 340 kilómetros de Addis Abeba. El monarca tardó 24 años en terminar las ocho iglesias (la leyenda dice que los hombres las construían durante el día, mientras que los ángeles trabajaban en las horas nocturnas) y, a medida que las diseñaba, su sabiduría aumentaba más y más, y las iglesias eran más y más bellas cada vez, mejor diseñadas que las anteriores, como si la sabiduría creciente de Lalibela estuviera representada en la piedra tallada de su legado.

Cabe a mencionar que estas iglesias no están construidas como en Europa, piedra sobre piedra, sino que cada una fue cincelada a partir de un único y enorme bloque de piedra. Los obreros de Lalibela arrancaron literalmente las partes sobrantes de las colinas de la zona para hacer sus iglesias, aprovechando de igual manera el soplo que le dio Dios en sueños al monarca y que la piedra volcánica de aquí es ideal para este tipo de construcciones. Y resultan como enormes esculturas con ventanas y columnas, unidas sus esquinas por algo mayor que la mano del hombre. Es por eso que las iglesias de Lalibela son monolíticas o semi-monolíticas, estas últimas en los casos donde se tallaron a partir de dos bloques de piedra en lugar de uno.

De peor a mejor

Las iglesias están divididas en tres grupos: la Jerusalén Terrenal, la Jerusalén Celestial y el grupo de San Jorge. Una visita habitualmente comienza por el Jerusalén Terrenal (que es donde se encuentran las primeras iglesias construidas) y termina en el grupo de San Jorge, que es donde encontraríamos la última iglesia edificada por orden de Lalibela y, por consiguiente, la más hermosa de todas, fiel reflejo del culmen de su sabiduría.

Un sacerdote ofrece su bendición a una mujer.
Un sacerdote ofrece su bendición a una mujer.Alfonso Masoliver Sagardoyfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@7594fd9f

En la Jerusalén terrenal destaca el Complejo Mariano, donde la Iglesia de María, la Iglesia de la Cruz y la Iglesia de las Vírgenes se encuentran conectadas entre sí. De todos los templos de Lalibela, estos tres son los que muestran una mayor variedad de cruces grabadas en sus paredes. Y el asunto de las cruces es impresionante. Pueden verse cruces latinas, griegas, de San Andrés, latinas con los brazos acampanados, esvásticas (sí, como las de Hitler), cruces maltesas, carceladas, con forma de diamante, cruces patadas con los brazos largos y cortos, cruces de púas, de tau... Y sigue. Lalibela incluso inventó un nuevo modelo de cruz que llamó, como no, cruz de Lalibela. Se dice que el monarca quiso añadir el mayor número de tipos de cruces en sus iglesias con fines puramente diplomáticos, siempre pensando en convertir su sueño en una alternativa a Jerusalén, no ya para los etíopes, sino para el mundo cristiano en su conjunto.

El Complejo Mariano es hermoso como la piedra. Húmedo, frío, dentro de las iglesias el aire sabe a oraciones perdidas y sobrevuela por ellas un profundo aroma a pies (está prohibido entrar calzado en los templos). No hay nada en ellas que aparente el mínimo rasgo superficial. La decoración en su interior es sencilla y tosca, como la túnica de un franciscano. Los fieles venidos de cualquier rincón del mundo se escurren entre las grietas de la piedra y apoyan su frente en los muros para murmurar oraciones, las monjas se encorvan sobre los bastones acabados en cruz y realizan su recorrido diario desde hace sesenta años. Los locos duermen en el suelo hechos un burruño y miran con desconfianza a los extraños, ellos también rezan en los momentos de cordura.

El interés de Lalibela por imitar Jerusalén llegó al punto de que mandó construir otras dos edificaciones: el monte Sinaí (cuya ubicación original se encuentra en Egipto, pero eso no importa) y la colina de Gólgota. Ambos se tratan de un complejo entramado de pasillos, edificios tallados, precipicios y puentecitos que cruzan de un lado a otro.

El Gólgota... en Etiopía.
El Gólgota... en Etiopía.Alfonso Masoliver Sagardoyfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@7594fd9f

A medida que uno visita más iglesias, siempre que se siga el orden cronológico de su construcción, resulta evidente la premisa que habla de cómo Lalibela complejizó cada vez más sus proyectos. La entrada al Jerusalén Celestial era en sus inicios una estrecha pendiente con un precipicio a ambos lados y que obligaba a los fieles a arriesgar su vida si deseaban rezar en el interior de estos templos. La pendiente simboliza la subida al reino de los Cielos, y, si te caías, además de morirte, significaba que irías directo al infierno por no confiar en Dios. Imagine el lector estar cayendo por el abismo con la convicción de estar a punto de saludar a Satanás, y todo esto haciendo un peregrinaje “libre de riesgos” en lugar del peligroso viaje a la Jerusalén real.

Las maravillas siguen: una vez se accede al Jerusalén Celestial (hoy por una entrada segura), es posible recorrer un túnel de cincuenta metros a oscuras. Este túnel representa de forma física los miedos del infierno. Es irregular, el principio y el final desaparecen en un punto del trayecto, ocurren tropezones y golpes en la cabeza, en fin, el miedo es real durante unos minutos, como si uno estuviera descendiendo realmente al infierno. Y la Iglesia de San Jorge, la última, es pura maravilla, el éxtasis de la sabiduría del rey más santo y más original de la santa y original Etiopía.

Alternativas saludables

Aunque las iglesias suponen el mayor atractivo turístico de Lalibela, hay más cosas que hacer aquí. Es recomendable contratar a un guía que nos acompañe a lo largo de toda nuestra visita, ya que esta sería la única manera de comprender la compleja simbología de los templos, así y como acceder a las partes menos conocidas de la localidad. Pregunta por Mule cuando llegues y él te hará de guía. Por ejemplo, resulta fundamental visitar el mercado que se organiza cada sábado a las afueras, donde pueden encontrarse ropas tradicionales, una exagerada variedad de lentejas, maíz, garbanzos, etc., miel recién recogida de los panales de la región, herramientas locales para el cultivo y la cocina.... La apabullante originalidad de Etiopía estalla así junto a los gritos del mercado, mareado de olores y rostros interrogativos que se cruzan con nosotros.

El Monasterio de Asheton Maryam, ubicado en la montaña más alta de los alrededores de Lalibela, también podría visitarse. Es posible acceder al monasterio en tuk-tuk o subiendo la montaña a pie, que es un ejercicio maravilloso, y las vistas desde la cumbre no tienen nada que envidiar a los paisajes más conocidos del mundo turístico. Rozando el cielo con las puntas de los dedos podría concluir una visita a la ciudad sagrada de Lalibela: la segunda Jerusalén, el sueño de los santos, la psicodelia religiosa que todavía hoy aguanta los porrazos de la lluvia, mil años después de salir a la luz de entre las piedras.

Cómo llegar: En avión a Addis Abeba (capital de Etiopía) y desde allí puede cogerse otro avión a Lalibela; en avión a Addis Abeba y desde allí coger un primer autobús a Weldiya, y un segundo autobús a Lalibela.

Dónde comer: pregunta por Tsaon y disfruta de sus vistas mientras devoras un plato tradicional.

Dónde dormir (para bolsillos ajustados): Honey Land Guest House.

Dónde dormir (para bolsillos más pudientes): Sora Lodge Lalibela.