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Arquitectura

San Sebastián, elegancia como cultura

En un emplazamiento irresistible y con una buena calidad de vida, la capital guipuzcoana no deja indiferente a nadie

San Sebastián, elegancia como cultura
San Sebastián, elegancia como culturalarazon

En un emplazamiento irresistible y con una buena calidad de vida, la capital guipuzcoana no deja indiferente a nadie

Es imposible poner los ojos en la impresionante San Sebastián –Donostia en euskera– y no caer enamorado de ella locamente. Considerada como una de las ciudades más bellas de Europa, no puede haber localidad con mayor elegancia, con un emplazamiento más irresistible y con un significado tan apropiado para la definición «calidad de vida».

Sofisticada y construida alrededor de una de las mejores y más conocidas playas del mundo, La Concha, con el título de «Playa Real», nombrada así por la reina María Cristina y por su parecido con la forma de una concha de vieira, junto a Ondarreta y La Zurriola (uno de los destinos más atractivos para quienes practican surf), playas en los extremos suroeste y noreste. Los montes que la arropan, Igueldo, Urgull y Ulía, hacen de ella un paraje espectacularmente bello que cautiva a quienes la visitan. Este último destaca por unas vistas inigualables de San Sebastián, en las que se alinean, como si fueran un solo monte, Urgull, la isla de Santa Clara y el monte Igueldo.

Recorra la playa de la Concha de arriba abajo y de abajo arriba. Los 1.300 metros hasta su frontera con la playa de Ondarreta. Este paseo marítimo se caracteriza por su elegancia medida en los blancos de la barandilla diseñada por Juan Rafael Alday y las más de 100 farolas –todas ellas diferentes– que señalan el camino. Ya sea en el suelo de piedra o en la arena de la playa, siempre que la marea lo consienta, permite ir descubriendo las formas de una ciudad que se mira cada día en este auténtico espejo del mar Cantábrico. Una vez en la frontera, puede descansar admirando la complejidad de la bahía desde los bancos junto al Palacio Miramar.

Belle Époque

San Sebastián es el último refugio de la Belle Époque, donde por momentos parece que nos encontramos enelParís del siglo XIX con tan sólo observar unas cuantas fachadas o pasear por alguno de los bulevares de la ciudad. En ese siglo tuvo su apogeo, cuando se convirtió en lugar de baños y buena vida de monarcas y aristócratas. La reina regente de España, María Cristina, veraneó durante décadas hospedada en el bello palacio de Miramar, frente a la playa de La Concha, la cual se convirtió en santo y seña de una moda que para nada fue pasajera. Así se recubrió de lindos palacetes, adornos decimonónicos y se abrió a los lujos de la época. Dos lugares que recuerdan vivamente ese tiempo son La Perla, antiguo balneario de aristocracia y hoy convertido en un moderno centro de talasoterapia, y el Hotel de Londres y de Inglaterra. El actual ayuntamiento, un antiguo casino de 1887, donde Matahari o Trotsky se jugaron los cuartos a la ruleta, o el Hotel María Cristina, donde se alojan año tras año las estrellas invitadas al Festival de Cine de San Sebastián.

Pero también podemos graduarnos la vista con detalles del barrio más típico, la parte vieja de San Sebastián. Aquí encontramos la Plaza de la Constitución, con balcones numerados que nos recuerdan los tiempos en los que hizo de coso taurino. El mismo lugar donde resuena cada año la mítica tamborrada en fiestas. Mientras que para los amantes del arte, existe un eje (Loyola-Hernani-Calle Mayor) que enfrenta dos conjuntos religiosos imprescindibles. A un extremo, la Catedral del Buen Pastor, de estilo neogótico y cuyas torres se ven desde cualquier parte de la ciudad. Y al otro, en el casco viejo, la Basílica de Santa María del Coro, con una fachada en barroco-rococó.

Museo 24 horas al día

El mar ha hecho en la ciudad una obra maestra. Y el hombre, con los museos, los centros culturales y las esculturas de sus artistas más consagrados, trata de estar a la altura, como demuestra con su capitalidad europea de la cultura. San Sebastián es un museo al aire libre. El Peine del Viento, símbolo de Donostia, es la manifestación más famosa del amor de Eduardo Chillida por su ciudad. Un conjunto de tres grandes piezas de aceros sobre las rocas que lleva limpiando los horizontes del Cantábrico más de tres décadas. El propio Chillida pronunció en una ocasión que «el mar tiene que entrar en San Sebastián ya peinado», tras comprobar la fuerza de las olas ondulando sus crestas. Punto de reunión de aquellos que caminan hasta el final del paseo para encontrarse con el océano embravecido.

Si toca un día de lluvia, puede aprovechar para descubrir el Aquarium, el Museo de San Telmo o el del modisto guipuzcoano Balenciaga. Visitas de paso para acabar el día reponiendo fuerzas y viviendo la quintaesencia donostiarra con los pintxos.