
Día de Todos los Santos
El cementerio junto al mar que nació tras una epidemia y una orden del rey Carlos III
Este camposanto surgió como una solución de emergencia tras una epidemia, pero terminó convirtiéndose en un símbolo de resistencia y patrimonio

Hay lugares que se niegan a ser borrados del mapa, y el antiguo cementerio de San Andrés, en Tenerife, es un claro ejemplo. En estas fechas, cuando las decoraciones de Halloween se mezclan con el tenue brillo de las velas en memoria de los difuntos, los relatos sobre su pasado resurgen entre los tinerfeños. A pesar de las enfermedades, el abandono y el correr de los años, este camposanto ha sabido cómo aguantar, transformándose en una pieza clave e histórica del patrimonio insular.
El origen de los enterramientos en San Andrés se remonta al siglo XVI, cuando los difuntos eran sepultados dentro de las iglesias, como dictaba la costumbre de la época. En aquellos años el valle dependía de la parroquia de La Concepción, en La Laguna, y más tarde de la de Santa Cruz. La distancia y la dificultad de los caminos llevó a que muchos vecinos fueran enterrados en la propia ermita de San Andrés Apóstol, construida hacia 1510. Con su elevación a parroquia en 1747, se permitió realizar los sepelios en el propio valle, aunque la gran transformación llegaría décadas después, cuando el rey Carlos III ordenó la construcción de cementerios fuera de los templos por motivos de salubridad.
La primera idea para tener un camposanto propio data de 1814, aunque no fue sino hasta 1828 cuando se edificó el cementerio viejo, en la parte trasera de la iglesia. Durante buena parte del siglo XIX fue el lugar de descanso de varias generaciones, hasta que un suceso trágico obligó a hallar un nuevo emplazamiento.
En octubre de 1893 una epidemia de cólera azotó Santa Cruz y afectó fuertemente a San Andrés. En pocas semanas murieron una gran cantidad de vecinos y las autoridades decidieron entonces habilitar un terreno más alejado del centro urbano, entre la montaña de San Roque y la playa de Traslarena. Así nació el cementerio de la playa, concebido como una solución temporal que el tiempo hizo permanente. En 1911 se levantaron los muros que aún se mantienen y, años después, se construyó una pequeña sala para autopsias que también hacía las veces de capilla. Desde entonces, el mar ha sido su vecino más fiel.
A lo largo del siglo XX, el cementerio fue objeto de múltiples intentos de desaparición. La expansión urbanística de la zona y los proyectos turísticos asociados a la playa de Las Teresitas amenazaron su existencia. Sin embargo, la resistencia vecinal y las denuncias públicas lograron frenar los intentos de desmantelamiento. La clausura oficial llegó en 1964, cuando los restos fueron trasladados al cementerio municipal de Santa Lastenia, pero el lugar nunca dejó de ser un punto de referencia para los habitantes del barrio.
Con el paso de los años, el cementerio se ha convertido en escenario de relatos que mezclan historia y leyenda. Algunos vecinos aseguran haber visto luces entre las tumbas en noches de niebla, mientras otros hablan de murmullos que se confunden con el sonido del mar. Historias que, más allá de lo sobrenatural, reflejan el vínculo emocional del pueblo con un espacio que forma parte de su identidad.
Hoy, el cementerio de la playa de San Andrés ya no acoge entierros, pero sigue siendo un lugar histórico. Su silueta, recortada frente al Atlántico, simboliza la relación del pueblo con su pasado y con quienes lo habitaron. En esta noche de Halloween, el viejo camposanto vuelve a recordarle a la isla que la historia también se escribe en los márgenes, allí donde el mar y la muerte comparten horizonte.
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