Turista
Este impresionante pequeño pueblo medieval seduce a los amantes de los viajes
Es el mejor valorado por los lectores de la prestigiosa revista National Geographic
En este caso el tamaño no importa. Y pese a que el problema de la despoblación es uno de los que más preocupa en la España autonómica, en el mundo de los viajes se está produciendo un suceso totalmente al contrario, ya que cada vez son más los amantes del turismo que eligen estos destinos considerados como verdaderas joyas arquitectónicas.
Ante este fenómeno la prestigiosa revista de viajes National Geographic ha realizado un reportaje sobre este tipo de municipios, y por encima de todos destaca una pequeña villa que cuenta con menos de 50 habitantes, pero que sorprende por la belleza y el espectáculo que suponen sus edificaciones y sus impresionantes calles. Se trata de la pequeña villa de Calatañazor, en la provincia de Soria, que a pesar de contar con un total de 47 habitantes, según el último censo del Instituto Nacional de Estadística (INE), cuenta con un conjunto arquitectónico que seduce a todo aquel que lo visita.
Su primer asentamiento podría datar entre el siglo II y III d.C, en la ciudad arévaca de Voluce que, según estimaciones arqueológicas, podría emplazarse a un kilómetro de Calatañazor sobre un cerro lindante con el río Milanos que se conoce como Los Castejones. Allí habría permanecido Voluce desde el siglo III-II a. C. hasta los siglos IV y C de nuestra era, es decir, durante todo el periodo de presencia o dominación romana en la Península. Con las invasiones germánicas los habitantes de la antigua ciudad debieron encontrar mejor acomodo en el promontorio que ocupa la actual Calatañazor y trasladarse a él.
De la época visigótica pudieran ser las tumbas antropomorfas que aparecen excavadas en la roca en la base del castillo, visibles desde este y accesibles por la vega. En el siglo VII se extendió por la península ibérica el dominio musulmán que alcanzó, por supuesto, a estas tierras en las que dejó perdurable huella. Precisamente en relación con las luchas que en ellas se libraron entre los cristianos del norte y los musulmanes del sur pudo producirse el acontecimiento que ha proporcionado más celebridad histórica a Calatañazor.
Era el verano del año 1002 Almanzor (Al-Mansur, esto es, «el victorioso»), general de los ejércitos del califa cordobés Hisham II y auténtico caudillo y soberano fáctico de Al-Ándalus, estragaba como cada estío durante las dos décadas anteriores las comarcas cristianas desde Santiago de Compostela hasta Barcelona.
La campaña militar de aquel año le había llevado por tierras riojanas a San Millán y Canales, de donde regresaba a sus cuarteles de invierno andaluces. Lo hacía victorioso pero enfermo. La ruta a seguir hacia Medinaceli le haría remontar el puerto de Santa Inés desde los Cameros y traspasar el portillo de Cabrejas, para salir a campo abierto frente al peñasco de Calatañazor. Hasta aquí la historia y en adelante la leyenda. Sancho García, a la sazón Conde de Castilla, que se había enfrentado a las huestes de Almanzor dos años antes en Peña Cervera, donde, si bien resultó derrotado como siempre, apreció quizá debilidades nunca antes advertidas en los ejércitos mahometanos, bien pudo calcular que había llegado el momento y la ocasión de rendir en combate a Almanzor, envejecido, enfermo y ahora en retirada.
Así pudo haber sucedido la batalla de Calatañazor, aunque documentalmente no sea dado asegurarlo ni desmentirlo. La tradición sostiene que «en la Calatañazor perdió Almanzor el tambor», que es tanto como decir que perdió su talismán de imbatible y que resultó derrotado, en la noche del 10 al 11 de agosto de 1002 y que fue sepultado en Medinaceli.
En el curso de la Edad Media se vincula Calatañazor con diversos personajes de la realeza castellana como Alfonso X, Sancho IV o María de Padilla: los dos primeros porque honraron la villa con su presencia en alguna ocasión; María, esposa de Pedro I el Cruel, porque pertenecía al linaje de los Padilla, señores de Calatañazor.
Esta familia, procedente de Padilla de Yuso (hoy Coruña del Conde, Burgos) obtuvo el señorío de su villa de origen y el de Calatañazor, y de ella formaron parte Juan Fernández de Padilla, notorio por sus enfrentamientos, incluso armados, con el obispado de Osma, su nieto Juan de Padilla, adelantado mayor de Castilla, el hijo de este, Pedro López de Padilla, también adelantado mayor de Castilla pero con título obtenido a perpetuidad de Enrique IV, Martín de Padilla, nacido en la propia villa de Calatañazor e interviniente en la batalla de Lepanto, al que Felipe II otorgó el cargo de capitán general de las galeras de España, y la ya citada María de Padilla, amante de Pedro I, quien, casado con Blanca de Borbón, declaró ante las Cortes convocadas en Sevilla (1362) haber contraído matrimonio con María antes que con Blanca, por lo que aquella fue reconocida como reina y sus hijos como herederos de Castilla.
Ya en el siglo XVII la plaza de Calatañazor pasó de manos de los Padilla a la casa de los duques de Medinaceli. A ésta perteneció hasta que, por fallecimiento sin descendencia de Luis Francisco de la Cerda, su noveno duque, heredó el patrimonio su hermana María y recayó, por enlace matrimonial de ésta con el marqués de Feria, en este linaje nobiliario un siglo después.
A la caída del Antiguo Régimen la localidad se constituye en municipio constitucional, entonces conocido como Calatañazor, en la región de Castilla la Vieja, partido de Almazán7 que en el censo de 1842 contaba con 57 hogares y 232 vecinos. A mediados del siglo XIX el término del municipio crece al incorporar las localidades de Abioncillo y Aldehuela de Calatañazor. En la actualidad cuenta con menos de 50 habitantes, pero se ha convertido en un referente turístico de la provincia soriana, y que cuenta con la distinción de Conjunto Histórico Artístico Nacional desde 1962.
Entre sus atractivos destacan:
- El Castillo: Calatañazor es una población fortificada, se conservan lienzos de la muralla en el noroeste y sur, tambores y una pequeña puerta. La construcción originaria data del siglo XII y alcanzaba en algunos tramos los 18 metros de grosor. Fue reformado en el siglo XIV. En estado de ruina consolidada, conserva algunos lienzos y parte de la torre del homenaje desde dónde se pueden alcanzar unas vistas impresionantes. Por el lado noroeste, el más sensible de la fortaleza, cuenta con un foso, mientras que por el valle de la Sangre la propia altura de los riscos ofrece una protección suficiente.
Debajo del castillo se conserva una necrópolis altomedieval con tres tumbas antropomorfas fechable a partir del siglo X. No muy lejos circulaba la vía romana de Astorga a Zaragoza.
- Arquitectura popular: El pueblo te hace regresar al medievo por su estructura que le hacen tan especial, por sus calles empedradas con canto rodado y sus casas con desplomadas paredes de tapial de barro y paja o tosca mampostería de piedra, estructura y trabazón confiada a irregulares rollizos de enebro, puertas protegidas por postigos de media altura, cubiertas de teja sobre las que se alzan las genuinas chimeneas cónicas pinariegas.
Un conjunto prototípicamente medieval en su interior y no menos en su exterior, rodeado como está de recia muralla cuyos lienzos y cubos cubren todo su perímetro, con excepción del flanco oriental.
- Rollo: La Plaza Mayor de Calatañazor la preside un rollo que recuerda que la villa gozaba de la jurisdicción de impartir justicia a los reos, ya sea con la pena capital o con la exposición o vergüenza pública que suponía «estar en la picota».
- Iglesia de Nuestra Señora del Castillo: Actual iglesia parroquial, se trata de un edificio de planta de salón con una sola nave y una torre adosada en su parte norte. Es de origen románico, si bien de la primitiva fábrica no se conserva sino el paramento occidental en el que perduran un óculo baquetonado y la portada.
La singularidad de esta estriba en el alfiz rectangular que enmarca el arco de la puerta, un componente habitual en las construcciones árabes, cuya presencia aquí se debe, sin duda, a los numerosos musulmanes que residían en Calatañazor. La puerta dispone de arco de medio punto de doble arquivolta sobre sendas columnas encapiteladas.
A la posterior obra gótica tardía (seguramente ya en el siglo XVI) pertenece la capilla mayor, siendo la nave y el coro del siglo XVIII.
En su interior se halla una pila bautismal románica del siglo XI, el Cristo de Calatañazor o del Amparo, talla del siglo XV en un retablo barroco del siglo XVII, y un pequeño museo que guarda variadas piezas de interés histórico y artístico, entre las que destacan las confirmaciones de privilegios originales de la villa otorgados por Enrique IV en 1456, los Reyes Católicos en 1477 y Carlos V en 1530.
El retablo mayor, de finales del siglo XVI a comienzos del XVII, en su primera parte, es obra de Juan de Artiaga y Francisco Rodríguez. El resto del retablo es del siglo XVII y el camerín de la virgen del siglo XVII. La virgen es una talla del siglo XV.
- Iglesia de San Juan: De esta pequeña iglesia-ermita de una sola nave, presbiterio y ábside, no quedan sino algunos despojos que aún quieren dejarse ver entre la vegetación. Se conserva la portada en regular estado ostentando una sencilla decoración a base de bifolias.
- Ermita de la Soledad: Iglesia extramuros restaurada en gran medida, pero que muestra intacto el ábside y la puerta que se abre en el lado norte. Sólo presenta decoración esta puerta en su arquivolta exterior que voltea sobre los ábacos volados al haber desaparecido las columnas adosadas a las jambas.
En el ábside existen dos puertas tapiadas que se abrieron en el siglo XVII para el tránsito de los desfiles procesionales. Una imposta recorre el tambor a media altura dividiéndolo horizontalmente en dos secciones, mientras que las columnas son de fuste continuo en toda su altura. Tanto los capiteles como los canecillos que se distribuyen bajo el alero son de una talla admirable, en particular una figurilla representando a un músico sedente.
Un sabinar único en España
Además de tener un increíble patrimonio monumental, Catalañazor cuenta con un sabinar único en España.
Se trata de uno de los bosques de sabinas mejor conservados del planeta. Desarrollado sobre terreno llano, de carácter calcáreo y a 1.000 metros de altitud, algunos de los ejemplares de esta masa arbórea monoespecífica alcanzan un porte y una edad notables: 14 metros de altura, más de cinco metros de diámetro y cerca de dos mil años de existencia.
Las condiciones climáticas de la zona, con intensos y duraderos fríos invernales, heladas tardías, sequía estival, fuertes contrastes térmicos, unidas al escaso desarrollo del suelo, resultan adversos para la vida de un gran número de especies vegetales, por lo que muy pocas especies han podido acoplarse a este medio.
Para ello se necesita poseer órganos adaptados a reducir la transpiración (hojas aciculares y escamiformes cubiertas por una gruesa cutícula) y desarrollar importantes aparatos radicales que les permitan profundizar en el suelo o cubrir una amplia zona para poder obtener el agua y los nutrientes necesarios.
Todas estas características las cumple la sabina albar (Juniperus thurifera), lo que ha llevado a la implantación de la asociación Juniperetum hemisphaericothuriferae Rivas Martínez, como más relevante agrupación florística.
La importancia que adquiere este Espacio Natural es por las sabinas en él presentes, con unas especiales características debido al gran porte y talla que alcanzan de manera bastante homogénea sus ejemplares. En el matorral, destacan las comunidades de sabina albar y enebro o sabino (Juniperus communis ssp. hemisphaerica), estepa, lavándula, espliego, cantueso, tomillo, mejorana, ajedrea, biércol, ...
En la escasa superficie de este Espacio Natural, con importantes actuaciones humanas, pocas son las especies faunísticas que pueden tener aquí su hábitat, residiendo únicamente las de pequeño tamaño y territorio reducido (pequeños mamíferos, paseriformes, pícidos, insectos, ...) que toleran la presencia del ganado y del ser humano. Utilizándolo las de mayor tamaño y exigencias de naturalidad como zona esporádica de campeo.
Estas viejas sabinas, en muchos casos de troncos huecos, albergan un grupo de especies que encuentran aquí cobijo como murciélagos, lirones, palomas, mochuelos, cárabos, abubillas, picos, páridos, trepadores ... Siendo estas las principales especies que pueblan el Sabinar.
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