Opinión
Todo está en los clásicos
Abundan en otoño, la época de la rentrée, del reencuentro con los trabajos y los días, la rutina y el quehacer, las novedades literarias, algunas como resultado de los premios que también por estas fechas se dan a conocer (el Nobel, tan deslucido este año, el Planeta y otros), y proliferan asimismo las listas de recomendaciones lectoras.
No suelen aparecer en estas listas, y es lógico y natural, los autores clásicos, cuyas obras no se rigen por los criterios de la moda y la novedad, que son los que imperan en aquellas.
Pero en los clásicos están ya todas las cuestiones importantes y las grandes verdades sobre el mundo y la existencia. Que siguen teniendo todavía hoy plena vigencia, por más que puedan parecer a veces obvias y resabidas, pues afectan esencialmente a nuestra condición, y la conforman y definen. Y que vienen a coincidir con ese puñado de temas universales de los que se han ocupado todas las culturas y generaciones a lo largo de los siglos: el paso del tiempo y el carácter efímero de las cosas, los secretos y vicisitudes del amor, los caminos de la dicha y el infortunio, la comparecencia inexorable de la muerte…
En los clásicos hay, cómo no, aventuras, pasiones, intrigas, viajes, misterios, y también, cabalmente descritos y bien circunstanciados, los más genuinos y representativos caracteres y personajes: el héroe y el villano, el triunfador y el perdedor, el fantasioso y el cuerdo… El amplio catálogo de las virtudes y flaquezas del ser humano: la bondad y la codicia, el valor y la cobardía, el conformismo y la ambición… Las ideas, los comportamientos, las aspiraciones más nobles y los instintos menos confesables: de todo hallará quien se acerque a los clásicos, “esos libros que –en palabras de Italo Calvino– cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad”.
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