Opinión
Las fechas más tristes del año
La expresión latina Tempus fugit («El tiempo huye», «El tiempo se escapa”) viene que ni pintiparada para estas fechas de Nochevieja y Año Nuevo, que se cuentan entre las más tristes del año, pues son la constatación, pública y ruidosa, de que una parte nada despreciable de nuestra vida –¡trescientos sesenta y cinco días!– se ha ido para siempre. Lo cual significa que nuestro tiempo, que, si bien se mira, es lo único que tenemos, ha encogido un poco. El tiempo, el don más preciado que nos dan al nacer, y sin embargo nos pasamos la vida deseando que pase pronto y venga otro –el de mañana– que imaginamos siempre mejor.
Nos parece además, de tan acostumbrados como estamos a verlo pasar, que va a durar siempre, o que nos queda mucho todavía. Lo medimos con los relojes, y lo entretenemos con cualquier ocupación, y buscamos el modo de que no se nos haga demasiado largo, y deliberadamente lo perdemos a veces para que transcurra más ligero; incluso en ocasiones, cuando mortalmente nos aburrimos y no sabemos qué hacer con él, nos obstinamos en matarlo, o eso decimos: «¿Qué haces?», pregunta uno. Y responde el otro: «Nada, matando el tiempo».
Para acortar los espacios y acelerar el curso de la vida se han inventado infinidad de artilugios, pero ninguno para alargar el tiempo, que es el bien más escaso: «No tengo tiempo», «Nunca tengo tiempo para nada», «Me falta tiempo», «¿De dónde voy a sacar yo el tiempo para hacer tantas cosas?», se oye decir.
El paso del tiempo, la callada tragedia de la que en todo momento somos protagonistas y testigos sin siquiera darnos cuenta. O si nos la damos, ya se encarga cada cual de fingir que no es así; no es tan difícil, basta con cerrar los ojos y mirar para los afanes y preocupaciones que traen las horas, a fin de cuentas la vida sigue y hay siempre otras cosas más importantes de las que ocuparse...
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