Opinión
Memoriosos
Hablaba aquí un servidor la semana pasada de la memoria, a propósito del descrédito y el hostigamiento que sufre en los planes de enseñanza, y vuelvo hoy sobre el mismo tema con la excusa y pretexto de traer a colación algunos casos curiosos de posesión de esa facultad sin la cual no somos nada.
Conservo en el archivo de las noticias curiosas una que apareció hace ya algunos años en el periódico –en 2015, cómo pasa el tiempo– y cuyo titular rezaba así: «Una australiana, capaz de recitar el libro de Harry Potter de memoria».
La australiana en cuestión, Rebecca Sharrock, diagnosticada de Memoria Autobiográfica Altamente Superior (HSAM), era capaz, según se precisaba en la noticia, de recordar con precisión todos los instantes de su vida, prácticamente desde su nacimiento.
Este don privilegiado le causaba, sin embargo, a la joven Rebecca –tenía entonces 25 años– muchos problemas, por la acumulación de recuerdos dolorosos que asaltaban de continuo su mente.
Como antídoto y calmante contra esa invasión de los días ya vividos, Rebecca había recurrido en su infancia a la lectura de los libros de Harry Potter, y así fue, repasando sus páginas, como aprendió uno entero de memoria.
La lectura de la noticia me trajo inevitablemente a la memoria el celebérrimo relato de Borges, «Funes el memorioso», cuyo protagonista, un muchacho de nombre Ireneo Funes, «no solo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado». De resultas de lo cual «resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos», un empeño que él mismo consideraba imposible de llevar a cabo, pues «en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez».
Borges se vale del propio Funes para enumerar también en el relato algunos casos de memoria prodigiosa registrados en la «Historia Natural» de Plinio: «Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez».
Sebastián de Covarubias, en su «Tesoro de la lengua castellana», cuya consulta siempre depara alguna amena sorpresa, anota, en la entrada correspondiente a memorioso, que los egipcios, para señalar una persona memoriosa, pintaban en su escritura jeroglífica una liebre o una zorra con grandes orejas, por ser estos dos animales de finísimo oído y señalada memoria. Y menciona a renglón seguido algunos personajes ilustres dotados asimismo del don de la memoria: «Hortensio, orador antiguo, la tenía tan grande que, llamado a una almoneda por un amigo suyo, Sisena, estuvo en ella todo el día y recitó al cabo de memoria todas las cosas, los precios, y los que las compraron, por su orden y nombres, y Séneca dice de sí en el prólogo del libro I de las Declaraciones, que solía decir dos mil nombres, así como los habían dicho, y llegándose a la escuela donde oían casi doscientos oyentes, tornaba a decir los versos de todos, comenzando desde el postrero hasta el primero».
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