Opinión

Guerra y rusofobia

Una mujer camina delante de unos coches quemados en un puente de Irpin (Ucrania) | Fuente: Diego Herrera / Europa Press
Una mujer camina delante de unos coches quemados en un puente de Irpin (Ucrania) | Fuente: Diego Herrera / Europa PressDiego HerreraEuropa Press

Imposible sustraerse a la guerra en Ucrania. La llevamos dentro, asoma en todas las conversaciones, ensombrece los trabajos y los días. Cómo no ocuparse de ella entonces, de qué se puede hablar si no, incluso en una modesta columna semanal como esta.

En vano rebusca uno en el diccionario tratando de encontrar algún término con que nombrarla o definirla, y lo mismo respecto a quienes la planearon y sostienen. No lo hay. Como no hay tampoco manera humana de entenderla, ni de explicarla, ni mucho menos de justificarla. Las palabras palidecen ante los hechos. Y los adjetivos que podrían servir para calificarla –atroz, bárbara, absurda, irracional…– están demasiado gastados por el uso. Abominables son los crímenes (bombardeos de ciudades y de civiles), y ruines los que los excusan o disculpan, si es que los hay, que cuesta trabajo imaginarlo.

Como cuesta trabajo imaginar que todo un pueblo, el ruso en este caso, que será sin duda el primero y el que más sufra por las sanciones económicas impuestas por los países de Occidente, no pueda hacer nada contra lo que está pasando (hay, según parece, protestas en las calles, reprimidas con dureza, y el miedo a las represalias atenaza). Más dudoso es que esas sanciones lleguen y afecten de verdad a los oligarcas de los megayates y a los sátrapas que están al mando.

Ahora bien, la identificación de Rusia y los rusos con Putin y su camarilla, la mezcla de conceptos como país y gobierno, ¿es razonable? La rusofobia que todo ello ha despertado, y contra la que la comunidad rusa en Cataluña ha alertado, ¿no será contraproducente? La extravagancia de algunas reacciones a que esa rusofobia ha dado lugar (un restaurante que cambia el nombre a la ensaladilla rusa, una discoteca que no sirve vodka, la eliminación de árboles rusos en el concurso al mejor árbol de Europa), ¿llevan a algún sitio? La expulsión de deportistas que compiten a título individual (otra cosa es cuando representan a su país), ¿tiene sentido? ¿No se estará fomentando así el victimismo, que es lo que buscan y pretenden los inquilinos del Kremlin, crear un enemigo exterior para unir y aglutinar el interior, al que ya se cuidan bien de tenerlo previamente controlado y desinformado y silenciado? ¿No es esa su estrategia y la base de su propaganda, Europa y Occidente nos odian y desprecian, démosles por tanto la espalda y rechacemos sus valores? Por no hablar de las cancelaciones de actos culturales (un curso sobre Dostoievski) o de conciertos y ciclos musicales de compositores (Tchaikovsky) e intérpretes rusos.

Es invierno, está lloviendo y, mientras uno mira por la ventana a resguardo de toda inclemencia, trata de imaginar cómo, a estas mismas horas, caminarán bajo la lluvia y el frío los miles y miles de refugiados que han perdido su casa y vagan a la intemperie en busca de cobijo.

Volviendo al principio: ojalá algún día las palabras tengan la fuerza de las armas, y la razón pueda enfrentarse en campo abierto a la barbarie, y la simple condición humana sea capaz de acabar con el desvarío.