Opinión
La invitación de la lluvia
Se resiste a abdicar el señor verano, que se conoce que ha oído hablar de la crisis energética y se empeña en calentarnos bien el planeta para que sobrellevemos mejor el frío y los recibos de la calefacción cuando llegue el invierno.
El otoño, mientras tanto, quién sabe si aprovechando un descuido de su predecesor todavía reinante, ha mandado por delante como emisaria de sus intenciones a la borrasca Danielle. Que ha sido en todas partes bienvenida, porque empezábamos ya a creer, como Borges dejó escrito en versos memorables, que “la lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado”. Tanto la hemos añorado, tanto tiempo llevábamos sin oírla repiquetear en el balcón y llamando a los cristales, tanto deseábamos salir de casa con el paraguas, uno de los pocos objetos perfectos de este mundo, al decir de Josep Pla. Ver llover desde la ventana o sentado a la mesa en un café, adivinar el frescor que alivia los quehaceres y el vivir, volver a presentir con gusto la caricia de la ropa…
Nunca llueve a gusto de todos, un dicho que ahora no dice verdad, pues todos llevamos meses suspirando por el rezo minucioso (otra vez Borges) del agua que lava la atmósfera y pone algo de calma y sosiego en el curso de las cosas.
El verano es por lo general tránsito apresurado y después de la errancia toca otra vez acomodarse cada cual a sus rutinas y obligaciones y querencias. Y parapetarse en la medida de lo posible contra la vocinglería y el alboroto que cada año se apodera de la vida pública por estas fechas, los otoños calientes que pregonan los alguaciles de los poderes y los contrapoderes, que la travesía se presenta larga y los augurios no son favorables.
Conviene, así pues, como hace la naturaleza, recogerse y apagar ruidos. Buscar en uno mismo los asideros que hagan falta para ir pasando sin mayores sobresaltos las hojas del calendario. Retirarse hacia dentro, como aconsejaba el emperador y filósofo Marco Aurelio en sus Meditaciones: “La gente busca el retiro en el campo, en el mar o en la montaña; y tú también sueles añorar tales retiros; pero todo ello es de lo más vulgar, porque puedes retirarte para tus adentros, cuando lo desees. En ninguna parte puede el hombre hallar lugar más tranquilo ni más libre de ocupaciones que en su propia alma; especialmente si atesora en su interior ese tipo de bienes que le proporcionan una completa tranquilidad.”
La calma y la introspección que predicaban los estoicos, la paciencia y la conformidad que recomienda también la vieja sabiduría del refranero popular: Después de la tempestad viene la calma; Siempre que ha llovido ha escampado; A mal tiempo, buena cara; Cada martes tiene su domingo; Date prisa despacio, y llegarás a palacio (el Festina lente, “Apresúrate lentamente”, del dicho latino); Vísteme despacio, que tengo prisa; Paso a paso se va lejos; Despacio y buena letra, dice el maestro en la escuela; No hay nublado que dure un año; Paciencia y barajar; No se ganó Zamora en una hora…
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