Opinión

De Cercanías

Obras La Sagrera alterarán tráfico de trenes a partir de este fin de semana
Obras La Sagrera alterarán tráfico de trenes a partir de este fin de semanaAlejandro GarcíaAgencia EFE

El lenguaje ferroviario está lleno de hallazgos y sorpresas. Unas veces son palabras altas y sonoras: vía férrea, guardagujas, expreso... Otras, significativas metáforas: red de ferrocarriles, nudo ferroviario, vía estrecha, vía muerta, furgón de cola (y el acrónimo AVE, que invita a volar). Normal así que antaño los asiduos del ferrocarril (camino de hierro se les llamaba cuando empezaron) pudieran hilvanar frases de este estilo: “Cojo el expreso de Irún hasta Venta de Baños y allí enlazo con el rapidillo de Monforte de Lemos”.

De cercanías, siguiendo la tradición, es un nombre escueto, exacto y melodioso. Lo que se dice un tren muy bien bautizado, al menos cuando empezó a circular. Porque lo que ahora sucede es que ya no concuerda el nombre con lo que el concepto sugiere, pues ni la cercanía presupone un viaje cómodo y rápido ni asegura tampoco la natural y lógica pretensión del viajero, que es la de llegar a tiempo a su destino. Y ahí está el quid del revuelo, el fundamento de tanto problema.

Los trenes de cercanías fueron pensados para viajeros reposados y sin prisas: campesinos de las huertas aledañas, lugareños que se tomaban un día de asueto para ir a la capital, aparceros y rentistas de la tierra que tenían hora para el médico y aprovechaban para ojear ferreterías. Eran gentes que se tomaban los viajes con otra filosofía: apenas miraban el reloj y, por si las vías, salían de casa bien provistos. Los de ahora, en cambio, mileuristas en su mayor parte y encima con estrés acumulado, han sustituido el bocadillo de chorizo por el sándwich rebajado y en vez de la novela larga y con argumento se contentan con los chismorreos del móvil y los libros de autoayuda.

Por eso alguna autoridad del Ministerio de Transportes o de Rodalies de Catalunya haría bien en dar ejemplo y obrar el milagro de viajar en un tren de cercanías. Para lo cual lo primero que deberían hacer es armarse de paciencia, y luego comprarse en la cantina de la estación un bocadillo sin reparar en calorías y desplegar nada más entrar en el vagón la novela de más de seiscientas páginas con planteamiento, nudo y desenlace. Así de bien pertrechados, qué importan las horas, las obras y los retrasos. Tranquilidad y a ver pasar paisajes por la ventanilla entre capítulo y capítulo. Porque de eso se trata: de acomodarse el viajero a las circunstancias, no al revés.

Y un ruego a las nuevas autoridades ferroviarias que se divisan en el horizonte de los traspasos: que no les cambien el nombre, que no bauticen a estos trenes con uno de esos desaboridos, herméticos y pretenciosos acrónimos: TCR (Tren de Corto Recorrido), TPTV (Tren Para el Transporte de Viajeros), TSA (Tren Susceptible de Averías)... Sería una pena, pues el nombre dice mucho de la cosa que representa.

Y puestos a pedir, ¿para cuándo el cambio de “tren de larga distancia” por el de “tren de lejanías”? Seguro que el día que así lo rebauticen ganará, como mínimo, en puntualidad, esa proverbial virtud de nuestra RENFE, siempre tan vituperada.