Opinión

El mes más cruel

La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado”, escribió Borges, y los hechos le están dando la razón.

El mes más cruel
El mes más cruelCC

Se va abril, el mes que la experiencia milenaria del refranero asocia con la bendición de la lluvia: Abril, aguas mil; Abril, aguas mil, si no al principio, al medio o al fin; En abril, aguas mil, a la entrada y al salir, y al medio por no mentir; En abril cada gota vale por mil; Abril abrilero, cada día dos aguaceros; Marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso.

Abril, que marca la frontera entre el invierno oscuro y la primavera alegre, como sentencia también, con reservas y cautela, el refrán: El invierno no es pasado mientras abril no es terminado.

Lo cantó así Antonio Machado: “Son de abril las aguas mil. / Sopla el viento achubascado, / y entre nublado y nublado / hay trozos de cielo añil”.

Y como reverso pesimista, Las aguas de abril todas caben en un barril, que es lo que ha ocurrido con este abril de 2023 traidor al calendario y al refranero, por lo que con toda justicia podría aplicársele lo que dijo de él el poeta T. S. Eliot: “Abril es el mes más cruel”.

Porque no nos ha traído las esperadas aguas mil y, a este paso, muy pronto los versos de Borges (“Bruscamente la tarde se ha aclarado / porque ya cae la lluvia minuciosa. / Cae o cayó. La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado”) adquirirán la categoría de proféticos, y el paraguas será un mero objeto decorativo, y ver llover se convertirá en un fenómeno tan raro que, cuando las nubes abran las compuertas, nos asomaremos de inmediato a las ventanas y saldremos a celebrarlo como niños a la calle igual que ocurre cuando nieva. Volveremos así a sentir la caricia de las gotas, y oiremos de nuevo su repiqueteo en los tejados de las casas y los toldos de las tiendas, y las veremos teclear su indescifrable alfabeto contra el suelo o deslizarse a toda prisa por los ventanales de los escaparates en su frenético afán por llegar cuanto antes a fundirse con la tierra.

Hasta es posible que, en el próximo futuro, los días en que los meteorólogos prevean lluvias se suspendan las clases lectivas y los profesores lleven a sus alumnos al campo para observar de cerca los efectos del agua en la naturaleza, y las agencias de viaje organicen excursiones a las zonas bendecidas por el cielo donde se pueda aspirar el aroma antiguo de la tierra mojada, y los turistas elijan como destino aquellos lugares en que se les ofrezca la posibilidad de ver llover y no la de tomar el sol.

Entrevisto allá por las brumas grises de enero o de febrero, abril era la promesa de lo verde y nuevo, la luz recién estrenada del despertar, un horizonte abierto y azul.

Ahora que hemos llegado a los días más altos, abril es la puerta de entrada al tiempo amarillo, y el mirador desde el que se contempla en lontananza la raya del verano, esa tierra prometida a la que soñamos con volver cada año una temporada.