Universo
Encuentran un posible lugar en el que hallar vida en el espacio, pero la ventana de oportunidad es ínfima
Las enanas blancas, los densos cadáveres de estrellas como el Sol, emergen como un inesperado refugio para la vida, pero solo si un planeta logra sobrevivir al apocalipsis estelar y migrar a una nueva órbita habitable
Que los rescoldos de una estrella muerta puedan albergar vida es una fascinante posibilidad que la astronomía explora con un interés creciente. El foco está puesto en las enanas blancas, los densos remanentes estelares que quedan tras la extinción de astros como nuestro Sol. Se calcula que solo en la Vía Láctea existen unos diez mil millones de estos cadáveres estelares, y el hallazgo en 2020 del primer planeta que sobrevivió intacto orbitando uno de ellos ha abierto un campo de investigación completamente nuevo. Para que una estrella llegue a este estado, primero debe pasar por una violenta expansión, convirtiéndose en una «Gigante Roja» que engulle todo a su paso. Este proceso de muerte estelar puede ser increíblemente violento, y recientemente los astrónomos han podido capturar el momento exacto en que una estrella estalla por segunda vez, ofreciendo una visión sin precedentes de estos fenómenos.
Sin embargo, la búsqueda de mundos habitables en estos sistemas presenta un desafío monumental. La zona donde podría existir agua líquida se encuentra extraordinariamente pegada a la estrella, una proximidad que genera un problema conocido como «calentamiento por marea». Este fenómeno, provocado por la intensa gravedad de la enana blanca, podría calentar un planeta hasta el punto de evaporar por completo sus océanos y, por tanto, esterilizar por completo su superficie.
De hecho, para que un planeta tuviera la más mínima oportunidad, tendría que darse una auténtica carambola cósmica, tal y como explican en medio de divulgación científica The Conversation. En primer lugar, debería formarse a una distancia muy lejana de su estrella para sobrevivir a la devastadora fase de Gigante Roja. Una vez que la estrella colapsara, el planeta tendría que iniciar un largo viaje, migrando lentamente hacia el interior del sistema hasta asentarse en la nueva y mucho más cercana zona habitable.
Una ventana de oportunidad muy estrecha
Asimismo, el éxito de esta maniobra orbital depende de un factor crucial: el tiempo. La migración planetaria no podría ocurrir de inmediato, sino que tendría que esperar a que la enana blanca se hubiera enfriado lo suficiente como para que el calentamiento por marea no fuera una amenaza mortal para el agua líquida. Es una ventana de oportunidad muy ajustada, pero teóricamente posible. La esperanza reside ahora en la tecnología, pues se confía en que el Telescopio Espacial James Webb tenga la capacidad de analizar las atmósferas de estos mundos y detectar moléculas compatibles con la vida. Este tipo de tecnología es crucial, especialmente cuando se buscan mundos pequeños, ya que recientemente se ha encontrado un exoplaneta tan diminuto que ha dejado boquiabiertos a los científicos, demostrando los límites que se están superando en la detección planetaria.
Por otro lado, localizar a los candidatos adecuados sigue siendo una tarea ardua. La principal dificultad radica en que las enanas blancas son astros muy pequeños, con un tamaño similar al de la Tierra. Esta reducida dimensión complica enormemente la detección de planetas a su alrededor mediante métodos tradicionales como el de tránsito, que se basa en medir la ínfima atenuación de la luz estelar cuando un mundo pasa por delante de su estrella.