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Festival de Málaga

"20.000 especies de abejas": el espíritu más allá de la colmena

La ópera prima de Estíbaliz Urresola y protagonizada por la joven actriz, premiada en Berlín, Sofía Otero, compite en el Festival de Málaga con un estudio de las identidades trans desde la infancia

La joven Sofía Otero, premiada en Berlín, en"20.000 especies de abejas"
La joven Sofía Otero, premiada en Berlín, en"20.000 especies de abejas"BTEAM / INICIA FILMSBTEAM / INICIA FILMS

Hace ya un tiempo que el cine español se viene colocando en situaciones de privilegio en el panorama cinéfilo internacional. Pero ello no restó un ápice de sorpresa y alegría al Oso de Plata que la niña Sofía Otero levantó en la última Berlinale por su papel en «20.000 especies de abejas», dirigida por Estíbaliz Urresola. Con esa excelsa carta de presentación, la película desembarcó ayer en el Festival de Málaga dispuesta a cumplir los pronósticos y llevarse la misma Biznaga de Oro que se quedó el año pasado «Cinco lobitos». Y vaya si los cumplió. Una ovación espectacular en el Teatro Albéniz malacitano, que acogió el estreno español del filme con el corazón en el pecho, fue el termómetro perfecto para medir la capacidad catártica de un filme sensible, sí, pero férreo en su empeño empático: mostrar la verdad, que no la confusión, de una niña trans (luminosa, aplicada Otero) en el verano en el que comienza a preguntarse quién es. O, más bien, a cuestionarse qué no es.

Un acto de fe

Urresola, que cuenta que el origen del proyecto está en el sobrecogimiento que le produjo leer sobre el suicidio de un adolescente trans de apenas 14 años, que dejó escrito que ojalá los que vinieran después tuvieran un mundo más favorable, atiende a LA RAZÓN en la Costa del Sol sin dejarse llevar por las coyunturas (la de la aprobación de la Ley Trans) que podría hacer sombra a la tesis de su película: «Cuando empecé a escribirla, en 2018, ni en el mejor de los escenarios imaginaba estrenarla con una ley específicamente trans aprobada. Pero me apena que se genere controversia porque nos lleva a perder el foco, no nos deja ver el trabajo y los años de reivindicaciones que han llevado a esto. Se trata, según lo entiendo yo, de ponerle nombre a lo que no lo tenía», explica la directora.

Para entrar de lleno en la realidad de la película, la realizadora se sometió a un exhaustivo proceso de documentación: «Durante buena parte de 2018 y todo 2019 me centré en la investigación, para darle forma al guion, o al menos a un bosquejo de ello. En 2020 ya lo tenía, pero notaba esa alerta, me daba cuenta de los cambios sociales a pasos agigantados que estaba experimentando la sociedad. Especialmente respecto a las identidades trans en la infancia. Necesitaba actualizarlo, contarlo desde una perspectiva más actualizada», añade Urresola, que para este filme trabajó con Naizen, asociación que agrupa a familias de menores transexuales de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra.

Urresola, durante la presentación de la película en Málaga
Urresola, durante la presentación de la película en MálagaALEX ZEA - FESTIVAL DE MÁLAGA

Y así, «20.000 especies de abejas» es en realidad una taxonomía de las identidades trans. Pero no debemos confundirnos. No hay agresividad, no hay pancarta. Hay emoción, hay narración desde lo personal y hay estudio de lo íntimo. La película de Urresola, en perfecta sincronía como un sentido acto de fe (metáfora explícita y subrayada sobre creer en lo que no se puede ver), se pega a su tiempo para estudiar a una familia del hoy, pero se separa del espacio –el monte vasco– para narrar el vacío de una niña que se pierde en sí misma. «Lo trans ha existido siempre, pero venimos hablando de ello en términos legislativos desde hace muy poco. Es normal que haya debate, que cueste entenderlo. Lo que he intentando con esta película es proporcionar al espectador un retrato de lo cercano. En el seno de una familia. Para que entienda lo complicado del proceso. Y lo duro que ha podido ser, incluso para unos padres que luego pelearán por ello, entender una identidad distinta a la asignada. Cómo sufren todos los miembros de la familia, con distintos procesos de aceptación», completa Urresola.

Desprendiéndose de la orfebrería, en un ejercicio estético que huye de lo onírico en favor de lo natural, no tan documental como costumbrista, «20.000 especies de abejas» nos acerca a una madre (Patricia López Arnaiz en el mejor momento de su carrera) justo cuando decide volver al pueblo, en mitad de una separación marital y esperando los resultados de una oposición a profesora que la haría mudarse a Francia. Allí, el pequeño Aitor comienza a sentirse incómodo con cómo se le percibe, con cómo se le nombra, con cómo se le trata o viste. Y la aparición de una tía abuela arisca (Ane Gabarain), perdida en la montaña en su faceta de apicultora, catalizará el cuestionamiento entre silencios y zumbidos: «Quería intentar eliminar cualquier filtro de artificio, cualquier cuestión que tuviera que ver con lo fantasioso. No deseaba, de ninguna forma, que se pudiera percibir que lo que vive la niña es un delirio o una fantasía, sino que es una realidad física, material, pegada a la tierra», añade la directora sobre lo formal.

Primero Aitor, luego Cocó y al final Lucía a través de una de esas escenas que se clavan en la piel como un aguijón de fuerza emotiva, el personaje al que da vida Sofía Otero no solo articula el filme en términos argumentales, sino también productivos. La pequeña, de ocho años cuando la rodó hace uno, fue elegida entre cientos de candidatas: «Lo que ella traía de casa era una personalidad tan alegre y vivaz que yo no la acababa de ver como protagonista. No sabía que iba a ser capaz de llegar a ese lugar de incomodidad, de tristeza, de no sentirse comprendida. Por suerte, y a última hora, se nos ocurrió probarla y la conexión fue inmediata. Está actuando. Está trabajando. Es una personita llegando a un lugar feo y luego siendo capaz de volver a ser ella, feliz y risueña», se deshace en elogios Urresola, lo suficientemente humilde como para separar incluso sus propios manierismos del filme cuando amenazan su delicado ecosistema. Si todo el cine es político, y todo lo político es personal, «20.000 especies de abejas» es un estudio sobre los «condicionantes aparentemente no agresivos» que le dan forma a nuestra vida, según explica su directora, desde ya candidata a todo con una de las grandes películas españolas del año.