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Arte

Joan Miró, el pintor letraherido

La Fundación Mapfre dedica una exposición al vínculo que el artista estableció entre pintura y poesía

Dos visitantes contemplan un poema de Miró ilustrado por sí mismo
Dos visitantes contemplan un poema de Miró ilustrado por sí mismoCristina BejaranoLa Razón

Hay una parte de la pintura de Joan Miró que nace en los poemas de Rubén Darío, Federico García Lorca, Verlaine, Apollinaire, Paul Éluard, Tristan Tzara, Bécquer... Toda una efervescencia literaria, apuntalada por las amistades juveniles en su Barcelona natal, que lo predisponía desde temprano para el lenguaje y los códigos poéticos. Una inquietud que tomó sendero propio en los años veinte, cuando sus pasos lo condujeron a la ciudad del Sena. Allí emergió su reflexión sobre las posibilidades expresivas de la poética en la pintura. Una preocupación que lo empujó por direcciones insólitas y que explora la Fundación Mapfre en la exposición «Miró poema», que trata de sacar a luz los lazos que el artista estableció entre pintura y poesía, uno de los elementos que sobrevuela su obra, pero que se ha contado en pocas ocasiones. Una historia que se desgrana a través de diecisiete pinturas, treinta dibujos y nueve libros ilustrados, además de múltiple documentación original (en este apartado sobresalen, de manera especial, las notas y los apuntes de cuadros hechos en papel pobre, sobres recortados o folios rotos, que también aportan una imagen de pintor raptado por la inspiración, de esbozo urgente del cual después nace la obra de arte).

Quizá la pieza más sobresaliente, que puede solo contemplarse a través de un vídeo porque el original no puede prestarse por motivos lógicos de conservación, es el largo poema río que el propio Joan Miró escribió. Un texto, sin más titular que «Proyecto para un libro de artista», que muestra su obsesión por el verso y que ilustra su interés por incorporar a su pintura un lenguaje tan deshuesado y emocional. En la muestra puede contemplarse el primer libro que él realiza, «Érase una urraquita», en el que asoma una característica: cómo Miró convierte la caligrafía en una expresión artística, una prolongación de la pintura o una dimensión nueva del dibujo. «A partir de los años veinte puede observarse en su obra un ánimo por alcanzar lo esencial. Es algo que toma de la poesía y que lo traslada a los lienzos. Es cierto que también incluye palabras, pero no lo hace como los cubistas para los que las palabras son solo nombres. Él las incorpora a su discurso de una manera distinta. Ahí tenemos, por ejemplo, las onomatopeyas que añade a sus telas. Pero, también, incluye números, que para él son algo más, son un elemento estético y metafórico», comenta Carlos Martín, conservador jefe de Artes plásticas de la Fundación Mapfre.

Universo creativo

Varias piezas, como «La siesta», enseñan su meditación por alcanzar una pintura reducida a lo sustancial en la forma, pero no en la intensidad, y que definirá también parte de su universo imaginativo y creativo. Precisamente en este óleo, la cifra es casi una pura elegancia del pincel y la figura blanca, casi un punto y una coma, un campesino, y el reloj, que se percibe sin casi verlo, funciona como una metáfora y una presencia de enorme hondura. Miró, en «Il était une petite pie» o en «Peinture», añade a sus composiciones palabras. Pero es que también sus formas son percibidas como letras. Miró, en «Il était une petite pie» o en «Peinture», suma a sus óleos palabras y sus dibujos parecen inspirados en letras. Una tela, en la que escribe «beaucoup du monde» (Mucha gente), tiene una resonancia especial, porque inquietó incluso a los surrealistas de su tiempo, que no dudaron en reconocer que él había llevado su estética más allá que ellos. «Es acaso el más surrealista de todos nosotros», reconoció André Breton.

Este Miró influido por la literatura se interesó por los caligramas, poemas visuales, que impulsó Apollinaire, y no se mostró indiferente a las aportaciones del letrismo, una corriente impulsada por el poeta Isidore Isou en 1945. A la vez trabajó en poemarios de amigos y admirados autores. Es lo que hizo con Tristan Tzara y con «Adonides», la última publicación de Jacques Prévert.

La obsesión de convertir en poesía su trazo pictórico, animó a Miró y le dio coraje artístico. Puede apreciarse en cómo las ilustraciones para poemarios dejan de ser mera pintura al margen de la página y tienden a absorber los poemas y a romper la distancia con la escritura. Para Miró, cada vez más, su pintura es también poesía. A raíz del Mayo del 68 y los eslóganes pintados en las paredes, incorpora letras de molde a sus pinturas. Pueden verse en «Poéme (III)», donde la expresión de su pintura ha alcanzado el notable sincretismo de un poema y el trazo tienen el diligente encanto de las letras de un poema.