Desmontando a Ezra Pound, el poeta maldito que acabó en el manicomio por abrazar el fascismo
El que fue uno de los mejores poetas del siglo XX pasó 12 años en un manicomio. El integrante de la “Generación perdida” que inspiró a T. S. Eliot, Ginsberg o Joyce, murió dos veces por poner su talento en manos del fascismo italiano
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Nadie representó mejor la “Generación perdida” que el poeta, músico y ensayista Ezra Pound. Y tampoco ninguno de sus integrantes fue denostado y olvidado como él. La razón de ello estuvo en su ferviente devoción por el régimen fascista de Benito Mussolini. Pound puso su talento en manos de los instrumentos propagandísticos de “El Duce” durante la guerra. Terminado el conflicto, EE.UU le juzgó por traición, y solo gracias a la intermediación de diferentes figuras del mundo de la cultura, entre ellos, Hemingway, consiguió evitar la pena de muerte al declararse demente. La vida de Ezra Pound fue víctima de los acontecimientos históricos.
Nacido el 30 de octubre de 1885, en Idaho, se trasladó muy joven a Nueva York. Tras graduarse por la Universidad de Pensilvania en lenguas románicas, viajó a Londres en 1908 para trabajar como corresponsal en distintas publicaciones del país, dando ya muestras de un talento excepcional pero de un comportamiento más que excéntrico. Su obra –muy influenciada por la literatura medieval y la filosofía ocultista y mística neo-romántica– abogaba por recuperar la poesía antigua para ponerla al servicio de una concepción moderna y conceptual. Además, hizo grandes esfuerzos para llevar la poesía provenzal y china al público sajón.
Amigo de escritores
Durante su estancia en Londres, se casó con la novelista Dorothy Shakespear y se hizo amigo de Yeats, al que consideraba el mejor poeta vivo y para el que trabajó como secretario. También se granjeó la amistad de T. S. Eliot, y editó su obra «La tierra baldía». Se hizo amigo de Marcel Duchamp, Tristan Tzara, Fernand Léger y otras figuras del dadá y del surrealismo. De igual modo, mantuvo contactos con el círculo literario de exiliados estadounidenses que permanecía en Francia, como Gertrude Stein y Hemingway. «Pound dedica una quinta parte de su tiempo a la poesía y emplea el resto en tratar de mejorar la suerte de sus amigos. Vende sus cuadros. Les organiza conciertos. Escribe artículos sobre ellos. Les presenta a mujeres ricas. Hace que los editores acepten sus libros. Les adelanta los gastos del hospital y los disuade de suicidarse... al final algunos de ellos se contienen para no acuchillarse a la primera oportunidad», dijo de él el autor de «El viejo y el mar».
Su carácter generoso y abierto –que nunca obedeció a prejuicios raciales o religiosos– sorprende con la vuelta de tuerca que dio en 1924. Establecido en Rapallo (Italia), Pound abrazó el antisemitismo y se convirtió en un fervoroso seguidor de Benito Mussolini. Así, manifestó públicamente su admiración por el dictador italiano, por Hitler, y alabó el talento estratégico de Stalin, mientras que consideraba a Churchill y a Roosevelt responsables de todos los males de la sociedad. Entre 1941 a 1943, se alzó como la voz radiofónica de la propaganda fascista. Además de prestar su talento a la Prensa, participó en las actividades culturales que desarrolló el régimen. Tras el final de la guerra y la caída de Mussolini, el poeta, de 60 años, fue encarcelado en un campo de prisioneros en Pisa, donde era fácil distinguirlo por su melena pelirroja y su inseparable libro de Confucio, acompañado de un diccionario chino. Trasladado a Washington, fue acusado de traicionar e injuriar a EE.UU.
Aunque se llegó a pensar que algunos funcionarios de la Italia fascista sospechaban de que utilizaba sus discursos para enviar mensajes cifrados a los aliados, nunca se ha podido demostrar que trabajó como agente doble. Fue acusado de traición a su país, un delito que estaba castigado con la pena de muerte. Sin embargo, la comunidad literaria, que tanto le debía, se prestó a testificar que había dado ya muestras de ser un demente en Londres y en París. El juez asumió estos testimonios, que formaban parte de la estrategia del poeta, y lo salvó de morir fusilado a cambio de pasar doce años encerrado en un manicomio. En 1958, otro magistrado lo volvió a declarar loco pero le concedió la libertad al estimar que era un anciano inofensivo.
Tras salir del manicomio, volvió a un lugar ubicado entre Alemania e Italia, donde hizo el saludo fascista nada más pisar tierra, para instalarse en un enorme castillo con vista a un viñedo. Pocos se atrevieron a defender su obra, pero su hija lo cuidó y vivió con él allí, donde actualmente se encuentra el Centro de Literatura Ezra Pound. Se definió como un «fascista de izquierda», y, aunque gran parte de la fama de este escritor está vinculada a su adhesión al totalitarismo, no podemos olvidar que pagó un alto precio por lo que hoy se consideraría un delito de opinión, un fenómeno extraliterario.