Epicuro, o cómo conseguir la plena felicidad incluso en el mundo moderno
La sociedad del filósofo fue muy parecida a la nuestra, aunque no lo parezca, donde el individualismo está a la orden del día y el ciudadano deviene cosmopolita
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Con diferencia, el único filósofo de la antigüedad que ha engendrado a partir de su apelativo un epíteto de fama equivalente a otros grandes autores posteriores –pienso en «dantesco» o «kafkiano»– es el famoso Epicuro, cuyo nombre que ha devenido un adjetivo de no siempre buena fama, sino más bien denostado en la tradición, sobre todo cristiana, que ha visto en el sabio de Samos una especie de epítome del hedonista sin escrúpulos que se da al vino y a los placeres de la carne. Nada más lejos de la realidad. Pero, ¿nos importa hoy Epicuro? En el mundo hispanohablante es mérito de la pionera monografía que le dedicó Carlos García Gual en Alianza (1981) –y más recientemente en «El sabio camino hacia la felicidad» (Ariel)– haber rehabilitado esta filosofía en nuestros pagos. Y es que el mundo de Epicuro es muy parecido al nuestro, donde el individualismo está a la orden del día en una ecúmene globalizada y ya sin fronteras locales, interconectada y, seguramente, saturada de información donde, de repente, hay una gran extensión que es el orbe entero y el ciudadano deviene cosmopolita. Las grandes preguntas del individuo en este anchuroso mundo, sin certezas ni seguridad, es lo que hace al epicureísmo una filosofía tremendamente actual. Epicuro, en su carta a Meneceo, magníficamente traducida por Jorge Cano, habla sobre la felicidad a nuestro alcance y la necesidad de entender lo absurdo de nuestros miedos.
Entre el placer y el dolor
La filosofía epicúrea nace con una vocación liberadora frente a lo que se consideran errores tradicionales que nos esclavizan: el temor a los dioses, el miedo a la muerte, el ansia por placeres equivocados y la aversión al dolor que no es tal. Para Epicuro, lo que percibimos por vía sensorial es nuestra única fuente de conocimiento, como sucedía con Aristóteles, por lo que hay que entender la naturaleza y sus componentes por medio de indicios y razonamientos. El mundo se explica a partir de un atomismo en el que no hay intervención divina, con un universo regido por la casualidad. Por ello, resulta atractiva su filosofía hoy, lejos de abstractas especulaciones y centrada especialmente en aspectos prácticos y en la consecución de la felicidad mediante el bien vivir («eu zen»).
La sabia compensación entre placeres y dolores en la vida nos debe guiar en pos de la felicidad y la autonomía, hacia un conocimiento libre y verdadero frente a las falsas concepciones de la tradición. No eran los epicúreos unos hedonistas sin sentido en busca de placeres físicos, sino más bien liberadores del ser humano mediante el intelecto y el equilibrio perfecto de cuerpo y alma en el auténtico goce de la imperturbabilidad y la serenidad. El énfasis en ser feliz, en simbiosis con el entorno, actualiza enormemente al epicureísmo en un mundo como el de hoy, con fuerte tendencia a la individualidad y que intenta encontrar una vía ética y metafísica hacia el propio bienestar. Esto lo ha visto Catherine Wilson en su reciente libro «Cómo ser un epicúreo» (Ariel), que pone de relieve la vigencia de esta filosofía para el hombre de hoy.
En la era pandémica, cobra relieve la guía epicúrea contra el miedo a la muerte: esta es solo una disolución de los elementos que casualmente habían compuesto cuerpo y alma. El epicureísmo explica la extinción como una disgregación ajena a nosotros y propone liberarse de la angustia de la religión hasta ser felices como dioses, sin anhelar la eternidad. Sus razonamientos contra todo miedo, simples pero poderosos, con vistas a la felicidad, nos llegaron también por la poesía clásica de dos grandes autores romanos como Lucrecio y Horacio. Si el primero nos iluminó con su atomismo libérrimo, mítico, escéptico e ilustrado, que funda el mundo moderno con su redescubrimiento en el Humanismo, el segundo es clave con su idea del «carpe diem» y la «aurea mediocritas», transmitidas en sus inmortales «Odas». Nos llega hondo la poesía de Horacio, que anima a seguirle como uno más en la «piara» de Epicuro, en una vida sencilla, consciente, plena, normal y feliz. Otros célebres seguidores del epicureísmo en la antigüedad, que merecen ser recordados como guías de excepción en el mundo actual, fueron Filodemo de Gádara y Diógenes de Enoanda.