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Isidoro Valcárcel, el debut de un bailarín octogenario

A sus 83 años, esta figura del arte conceptual español se introduce en la danza con «En función de 1, 2, 3...»
Lourdes CabreraConde Duque

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Llegué a los veteranos de Alejandro Magno a través de «Sebas» Álvaro. El montañero hablaba, y sigue hablando, con entusiasmo de la «fuerza interior» del ejército del gran rey. Nadie como ellos hizo tan cierto eso de que la experiencia es un grado. Arrugados y curtidos por un buen número de batallas, superaban las 50 primaveras con creces. Incluso contaban con sesentones que eran la envidia de cualquier general enemigo. Dio igual que los chavales que tenían delante fueran más o menos jóvenes, más o menos fuertes y atléticos, arrasaron de Grecia a la India.
El Magno murió a los casi 33 y ellos, no todos, claro, sobrevivieron. Continuaron «decidiendo la suerte del Imperio», contaba Álvaro. Ahora, toda esa «fuerza interior» viene a cuento cuando se habla de otro veterano, y no de Alejandro III de Macedonia, sino de la creación conceptual en nuestro país: Isidoro Valcárcel Medina (entre otros, Premio Nacional de Artes Plásticas), un tipo que, por experiencia, sería capaz de derrotar al ejército «magno».
A sus 83 años se ha dado cuenta de un vacío en su CV, la danza. En décadas de carrera, jamás se había acercado a ella y por ello no encuentra mejor motivo para probar: «No es que fuera un tema que me estimulase, pero, como nunca lo he hecho, he sentido la necesidad de ver qué pasa si me meto aquí». Fue el ligero impulso que necesitó para embarcarse en una aventura que presenta hoy en el Conde Duque madrileño, «En función de 1, 2, 3...», una pieza de danza que también es «fórmula matemática», asegura.
«Podríamos resumirlo diciendo que los números juegan un papel fundamental en nuestras vidas, son clave en la armonía y el movimiento». Aunque no vayan a pensar que el artista, siempre ajeno a las tendencias, se introduce en el código binario que domina el mundo. No: «Yo soy anti binario y anti tecnológico. Me hace la misma ilusión el 27 que el 43», sentencia de un montaje que se presenta con una mesa, 123 carteles (del 1 al 123) y un fondo. El artista coge los números repartidos sobre el tablero y los va poniendo «según salen, sin orden», en la pared.
Es ahí cuando se produce la magia de Valcárcel con una danza que huye de las normas: «Me revienta. No me gusta que el arte se haya oficializado. No hace falta ser un titiritero o un colorista extraordinario para crear». Huye de la idea del experto, «es un error», porque la danza es tan simple «como desplazarse a 2 centímetros o a 2 kilómetros, y eso está al alcance de cualquiera. El problema de especializarse es que ya no puedes hacer cosas normales, y a mí me gusta la normalidad».

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