El noble arte del duelo: normas para no dejarse matar de orgullo
Ediciones Ulises recupera «Lances entre caballeros», la obra culmen del marqués de Cabriñana donde se sientan las bases de los retos, y añade un estudio previo de contextualización
Creada:
Última actualización:
En España siempre ha gustado apelar a la «testiculina» para resolver los problemas. Si una disputa no se ha resuelto por los santos genitales de cualquier cuñado es porque se ha logrado por el otro método, el de ver quién la tiene más larga. Pero el hecho en sí de ensalzar los atributos masculinos ha sido una norma vigente casi hasta nuestros tiempos, cuando, desde luego, comprobamos que no se han extinguido algunas de las bravuconadas más cañís. Lo que sí parece en desuso desde hace ya bastantes décadas es el noble arte del duelo. Relegado a novelas, películas, borrachuzos y fantasías de patio de colegio, ya chirrío uno de estos retos cuando, en 1950, Millán-Astray rompió la paz del palco del Nuevo Estadio de Chamartín, como se conocía al recién construido Santiago Bernabéu.
Las leyendas se dispersan sobre el total de la historia, pero en lo que parece que hay consenso es que fue un beso del legionario lo que afeó el ambiente. Como era norma, por allí estaba el presidente del club blanco, y hombre que daba nombre al campo, y no le gustó la actitud de Astray con la mujer de un diplomático. Ordenó que el militar abandonara el lugar y que no volviera nunca por allí. Una expulsión que no acató de buen grado el damnificado, que rápidamente pidió un «duelo a pistola» con el presidente. Muñoz Grandes y Moscardó restablecieron la calma sin necesidad de disparos, pero Bernabéu ya había logrado que aquel hombre al que tenía tanto desprecio no volviera por su casa.
Instalado en la cultura popular
Eran los últimos coletazos de una costumbre denostada, aunque bien afianzada en la tradición. De estos desafíos ya tenemos constancia en tres de las obras más antiguas de la Humanidad: la «Epopeya de Gilgamesh», la Biblia y la «Ilíada». En todas ellas se pueden encontrar ejemplos de combates singulares entre héroes a medio camino entre lo humano y lo divino. Es más, el duelo se presenta como una puerta abierta a lo sagrado y serán los dioses los que jueguen con los humanos para conceder/arrebatar la victoria o la vida. Y dentro de toda esa mitología el lance ha quedado marcado en el teatro, la literatura y el cine. De Lope y Calderón a «Los tres mosqueteros» y Cyrano de Bergerac. Cervantes y Quevedo también dominaron la esgrima y se fajaron con la muerte. Pero también tenemos ejemplos en «Star Wars» y en las películas del Oeste.
O en autores contemporáneos como Arturo Pérez-Reverte, habitual de las novelas de capa y espada y padre de Alatriste, espadachín que ocasionalmente hacía las veces de matón a sueldo. El espectáculo de dos hombres –ampliado en la actualidad cinematográfica a las mujeres– jugándose la vida frente a frente ha tenido enorme éxito en las generaciones de todas las épocas. «Tanto es así que sería difícil explicar la historia de Europa sin tener en cuenta la propia historia del duelo», firman José María Lancho y Luis Español en la reedición del clásico del marqués de Cabriñana, «Lances entre caballeros». Ediciones Ulises ha lanzado el título original junto a un estudio previo a cargo de Lancho y Español y unos apuntes biográficos que aporta Juan de Urbina y Ricardo de Benito, sobrino-nieto del autor.
Duelista consumado
Don Julio de Urbina y Ceballos-Escalera, marqués de Cabriñana del Monte, fue un «aristócrata, caballero ejerciente, deportista, esgrimista y duelista consumado» que a lo largo de 489 páginas brindó una historia del duelo, un anecdotario y su «Proyecto de bases para la redacción de un código de Honor en España». No tardó la obra en alcanzar de inmediato la condición de «Biblia del duelista» en nuestro país y en la América hispana. «La última botella de los valores del siglo XIX», afirman en una reciente edición que pretende «facilitar el acceso del público a una obra arquetipo de la España de su tiempo, y más concretamente de los valores de su élite». La mitad de la obra de Cabriñana ofrece una historia social y legal del duelo en Europa y en España y la otra mitad una virtual codificación de esa materia. «Lances entre caballeros» se publicó en el cénit del prestigio del duelo, «justo antes de su rápido y definitivo crepúsculo». Pese a convertirse en un punto de referencia obligado en su género, la corta tirada (cien ejemplares) ha hecho que el acceso al mismo sea difícil y que su brevísima tirada original se encuentre dispersa en bibliotecas públicas y particulares.
«Este libro no viene a llenar ningún vacío», escribía el marqués: «Es uno más entre otros muchos que se han publicado sobre cuestiones de honor desde que la imprenta existe, y en ellos nos hemos inspirado al escribir esta obra [...] el código del duelo publicado en París el año 1836 por el conde de Chateauvillard, con el modesto título de “Essai sur le duel”, es realmente en la época contemporánea la base y la fuente principal de todos los demás códigos del honor en Francia, en Alemania, en Austria y en Italia». De esta forma, Cabriñana reconocía sus deudas con el trabajo del conde francés, aunque actualiza esa historia del lance y las leyes que lo castigaban tres décadas después. Ponía fin a nuevas tentativas privadas de codificación del honor en España.
«La intención del autor consistía en evitar males mayores: puesto que el duelo existía, puesto que se practicaba, puesto que se aceptaba en la sociedad, ¿acaso no era bueno facilitar una serie de reglas que evitaran que la inexperiencia de los padrinos y de sus representados sembraran de cadáveres el campo del honor?», explica la nueva edición. Sin embargo, por otra parte, esa misma codificación contribuía a hacer posible y aceptable un hecho ilegal. «Estamos en presencia de la teoría del mal menor», puntualizan de una lacra social que Lancha y Español asemejan al juego o la prostitución o, actualmente, el tráfico y el consumo de drogas: «El legislador prohíbe el tráfico, pero también pretende mantener un nivel de tolerancia que no suponga una dificultad insalvable de acceso a la droga para la masa de consumidores cautivos, y que un incremento de precio no derive, indeseablemente, en la multiplicación de otros crímenes».
La ley fue un instrumento insuficiente para hacer desaparecer algo que la norma tomaban como un crimen pero que, al mismo tiempo, la élite, incluso los legisladores, consideraban una característica esencial de occidente hasta el punto de convencerse de que un país sin duelo no podía considerarse civilizado. Un hombre culto encontraba en el duelo un signo indudable de progreso. Y es que ni Reyes Católicos, que prohibieron los retos en sus reinos, ni las condenas de la Iglesia, que también los condenó desde mucho antes en distintos concilios, como el de Valence del siglo IX, sirvió para zanjar una costumbre que llamó la atención de la condesa d’Aulnoy en su viaje por la Península: «Los españoles no dejaban la espada ni para ir a Misa». También admiró el historiador Pierre de Brantôme las «bravuconadas» de los españoles. Así, este volumen asegura que «hay razones para pensar que la epidemia del duelo moderno, si en su forma más contagiosa surge en Italia, lo hace entre las tropas españolas, en el siglo XVI. Se trata de un fenómeno tan hispánico que hasta hace muy poco se contemplaba en los códigos penales de varios estados hispanoamericanos». Y por ello será la espada ropera, difundida por los españoles durante las guerras de Italia y luego por toda Europa, el arma por excelencia del duelo a lo largo de su historia.
Periodista y espadachín
La impunidad de ministros, militares, intelectuales y periodistas ante la ley era palpable en los lances de honor: «En la redacción tenemos un cuartito destinado a sala de esgrima, con sus correspondientes floretes embotados y caretas, donde todos los días practicamos ese noble arte bajo la dirección de un profesor francés [...] La profesión de periodista está expuesta a los lances de honor y hay que saber manejar la espada y el sable por si llega el caso de batirse», explicaba Rafael Cansinos Asséns hacia 1900 respecto al ambiente en la redacción de «La Correspondencia de España», donde la realidad del duelo aparece como elemento inexcusable para un periodista en el ejercicio de su función. El honor era el último reducto soberano del individuo y el fundamento social más irrenunciable del hombre civil; y, así, el duelo era la última salvaguarda de su honor, una propiedad ajena a la esfera del Estado y un derecho natural e innato.
El prohibicionismo del duelo es la historia más patente del fracaso de la ley al enfrentarse con una institución socialmente aceptada que tuvo en el último tercio del siglo XIX y el primer decenio del XX el momento de su esplendor en España e Iberoamérica. Pero también fue este el instante en el que se empieza a comprender cuál es el único método eficaz de enfrentarse a los lances: el cambio ideológico. «El empleo de la propaganda, la lucha por ganarse la opinión pública, la adhesión de personajes conocidos, la celebración de congresos nacionales o internacionales, la publicación de libros o el cambio de orientación de la Prensa, fueron a la postre mucho más eficientes que ninguna sanción penal», cierra el libro.