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Clara Roquet: “Hace falta más cine desde el reconocimiento del privilegio”

La directora catalana estrena “Libertad”, su debut en el largometraje después de los guiones de “10.000 Km” o “Los días que vendrán”, en el que aborda el verano de dos adolescentes
SEMINCI
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Clara Roquet (Vic, 1980) lleva años instalada en un lugar dignificado del cine patrio, pero siempre como guionista. Colaboradora habitual y co-escritora de las películas de Carlos Marqués-Marcet (”10.000 Km”, “Los días que vendrán”) o Jaime Rosales (”Petra”), la realizadora estrenó en 2015 el cortometraje propio “El adiós”, que triunfó en la Seminci de Valladolid y le abrió la puerta a la autoría en su concepción más completa y compleja. Seis años después de aquel triunfo, y en realidad cuatro si no contáramos cómo se detuvo el tiempo por culpa de la pandemia, Roquet estrena hoy “Libertad”, su ópera prima, debut en el largometraje y viaje brillante hacia el final de la adolescencia.
Después de pasar por Cannes y competir por la Espiga de Oro en esa misma Seminci, donde tuvo lugar el encuentro con LA RAZÓN, Roquet intentará atraer al público hacia las historias de Nora y Libertad, dos niñas de diferentes orígenes que en pleno verano se encontrarán la una en la otra y en lo que representan (o quieren dejar de representar). Cuando más chillan las cigarras en el Mediterráneo, y diez años después de su último encuentro, Libertad llega de Sudamérica para vivir junto a su madre, la cuidadora de la abuela de Nora. Del “coming-of-age”, hasta lo más político y de clase, Roquet firma un debut brillante y es capaz de abordar varias capas del final de la adolescencia sin dejar de lado un pulso estético a la altura de muy pocos profesionales.
-Última hora ya de un festival, ronda de entrevistas. ¿Está cansada de que le hagamos siempre las mismas preguntas?
-Pues mira, no. Y lo digo en serio. Esta es una película abierta a muchísimos temas de conversación, por lo que no se repiten mucho las entrevistas. Y sé que ocurre. Cuando hicimos “10.000 km”, como era algo tan específico, se repetían siempre las mismas preguntas. Pero con esta no. Hay muchísimas lecturas.
-Sigamos con la originalidad, entonces. ¿Cuándo nace la película? ¿Cómo y cuándo le empieza a dar forma al proyecto?
-Todo salió de un corto que dirigí hace un tiempo, “El adiós”, que además se vio también en la Seminci. Eso fue un gran empujón para mi carrera. Narra el día de una cuidadora boliviana cuando fallece la mujer de la que se encargaba y veía que había mucho que explorar en ese duelo tan extraño. Cuando estaba investigando, y también montando el cásting del cortometraje, me interesaba que el personaje de la cuidadora lo interpretase alguien que se dedicara a ello y que me contara su historia. Salió muchas veces la historia del adiós y de la tristeza, la de dejar atrás a sus familias en otros países para venir a cuidar otras, ajenas. Me afectó mucho. Además, siempre he tenido una relación muy cercana con mi madre y me pareció súper trágico. Ahí fue cuando me di cuenta de que necesitaba un punto de vista más propio para contar la historia. Yo no podía narrar desde la experiencia desde la cuidadora o desde la de su hija. No sé qué es eso. Ahí vino el personaje de Nora, la mirada a través de la que narro la película.
-¿Cómo ha llevado la traslación del guion a la dirección, de ser responsable de todas las decisiones respecto a la criatura?
-Hay mucha más presión. Aquí en Valladolid hubo una especie de foro de guionistas y hablábamos de eso, de que por mucho que seamos co-guionistas quien da la cara es quien dirige. Para bien y para mal, claro. Dirigiendo, ves que todo recae sobre ti. Y hay un tema, quizá por neurosis o por ansiedad, que es que te empiezas a preguntar qué tienes tú que contar, y a quién le va a importar lo que tú narres. Soy yo diciendo : “¿Me escuchará alguien?” Intento no pensar en ello y centrarme en el trabajo, en la narración. No puedo entrar en lo que no puedo controlar.
-Hay cierto punto en la película, en el que da un volantazo. En el que, en cierto modo, usted es consciente de su propio privilegio. ¿Cómo de complicado es llegar a ese ejercicio de humildad cinematográfica?
-Me parecía extremadamente importante y, de hecho, es algo de lo que fui muy consciente al ver “Roma”. Cuarón me parece un maestro absoluto, y en la película hay un dominio de la cámara y de los tiempos maravilloso, pero me parecía muy poco natural el punto de vista que adopta en la película. A mí me pasaba todo el rato. De hecho, en una primera versión del guion intenté narrar la historia desde el punto de vista de Libertad, pero no me salía. No entiendo lo suficiente ese mundo como para hablar desde él. No me puedo apropiar de ello, no puedo tomar la voz de alguien de quien sé tan poco. Lo que hace Nora, mi protagonista, es observar un poco la “otredad”, como yo también hago. Y, claro, en esa ignorancia también hay una fascinación.
-¿Esa mirada de Nora le sirve, de algún modo, como expiación?
-La mirada de Nora me sirve y me ayuda a sacar adelante la narración. Si no, no creo que la hubiera podido hacer desde el lugar de sinceridad desde el que está hecha. Y de honestidad, también. Yendo más allá, incluso, hay un tema importantísimo del que no hablamos demasiado. La mayoría de gente que hacemos cine, somos de clase media o clase media alta. Eso es así. Al menos en el grueso del tejido. Y se hacen muchas películas sobre la pobreza desde el punto de vista de la pobreza. Y es curioso. No digo que esté mal ni mucho menos, porque hay estudios y reflexiones muy certeras en ese cine, pero me gustaría ver más críticas de ese sistema, debería haber más cine sobre la pobreza pero desde el reconocimiento del privilegio. Debemos criticar nuestro propio entorno y nuestra propia condición antes de ir dando lecciones.
-¿Hay en ello un quite a la condescendencia, una cierta distancia con su propia película? ¿Cómo de importante era en ese proceso encontrar a la Nora de la película?
-Justo. La película pasa por la mirada de Nora y de su cambio. María Morera, con su mirada tan profunda y sus ojos azules, hace que pasen las cosas a través de ella. Hay tantos planos de ella en la película que, en cierto sentido, es como enfrentarse a un efecto Kuleshov. Siempre es María mirando algo, muy poco activo. Es una película de una niña que ve como otra hace cosas y, quizá, con ello denuncia su propio inmovilismo.
-Hay, en la película, también una reflexión sobre el machismo aceptado. Ese “eres muy madura para tu edad” y la normalización del “grooming”, incluso, como rito de paso.
-Totalmente, pero porque me interesaba mucho contar la diferencia de experiencia vital entre Nora y Libertad. Una está a años luz de la otra pese a que tienen la misma edad. Libertad tiene muchísima más calle. Es una película de la envidia de la libertad, pero también de una a la otra. Ninguna está realmente cómoda con los condicionantes en los que desarrolla esa libertad. Si no tienes los medios, ¿eres realmente libre? Me he obsesionado un poco.
-En lo estético, ¿cuál era su intención final? En ese verano eterno…
-La fotografía es de Gris Jordana. El reto era conseguir aunar la audacia asociada al verano con lo que a mí me gusta, la puesta en escena de trípode, de plano fijo, de quietud. Mis referentes siempre han estado muy en el cine clásico. Me gusta mucho Bergman, Saura, Martel. Son muchos referentes de la quietud, como Terence Davies. Quería una escena muy compuesta, muy tejida, pero a la vez darle libertad a mis actores. Y esas son dos cosas que no se llevan muy bien. Llegamos a la conclusión, entonces, que lo más importante eran los actores. Teníamos muchos momentos de Dolly planificados, y eso restaba naturalidad, así que tuvimos que quitarlos. Pese a mis llantos. Lo importante era que los actores estuvieran bien, cómodos. La puesta en escena no puede entorpecer el trabajo de los actores.
-¿Cómo está viviendo la parte más industrial del camino?
-Lo vivo como si le estuviese pasando a otra persona. Estoy escribiendo todo el tiempo, de hecho, porque ahora estoy con una serie. Cada rato libre que tengo aprovecho para eso. Aeropuertos, trenes, bares… Es una película que, es desde hace dos años, y tuvo que guardarse. Entonces, es de una parte de mí que quiere disfrutar y otra que quiere seguir adelante con los nuevos proyectos. Es una dicotomía muy interesante.
-¿Fue difícil levantarla?
-Si les preguntas a mis productores dirán que sí, pero yo no lo he sentido tanto. Tuvimos muchísima suerte con los laboratorios y los certámenes, porque nos salió todo. Nunca sentí que la película no se pudiera llegar a hacer.