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Gervasio Sánchez o cómo desnaturalizar la violación

El fotorreportero retrocede hasta 1984 y rescata 90 historias de mujeres que capturó con su cámara en mitad del horror
Gervasio Sánchez

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Nunca está de más volver a la mirada de Gervasio Sánchez, fotógrafo, buscavidas y conocedor en primera persona de las penurias de la guerra. Si hace un año lanzaba «Álbum de posguerra», ahora publica un libro con el que retrocede hasta 1984 y cuenta las desgracias de las mujeres en los conflictos de todo el mundo. “Hace un par de años”, cuenta, el Instituto Aragonés de la Mujer le pidió una selección de 40 imágenes sobre la violencia contra las mujeres y aquello le dejó con ganas de más, con ganas de ampliar la muestra hasta las 90 fotografías (90 niñas, madres, abuelas, solteras...), aun sabiendo que este número se le quedaba “muy pequeño”.
Pero la paradoja de este libro es que, pese a contar con las instantáneas de un primera espada como es Sánchez, lo importante no es tanto la imagen, que, por supuesto, no es despreciable, sino las historias que hay detrás de cada una de ellas. Por eso, explica su autor que le generó “más trabajo escribir los pies de foto que escoger las fotos, ¡y eso que esto ya me costó porque en una primera selección me quedé con 500 [de un total que no sabe ni cuantificar, pero que se cuenta por decenas de miles]! Fue un esfuerzo doloroso. Pero lo de las descripciones fue otro asunto en el que hay que meter todo el contexto, que es tan importante como la propia imagen”.
Las casi cien pesadillas que recoge “Violencias. Mujeres. Guerras” (Blume) hablan de historias que no quieren ser contadas porque, de hacerlo, “suelen traer problemas con sus familias y esposos. Conozco casos de mujeres violadas que no se lo han contado a su marido porque las echaría de casa al responsabilizarlas a ellas”. Es el caso de María Eugenia Urrutia Moreno, una de las protagonistas de la obra, violada delante de su pareja, atada por los asaltantes. Pues este la odiaba más a ella que a los violadores”…
El objetivo del fotorreportero era lograr “un libro con cierta unidad” en el que se hablase de “qué significa ser mujer en una guerra”: “Porque las bombas no distinguen entre niños y niñas, pero sí existen violencias específicas, como la violación. En estos casos, no es igual ser mujer que hombre”, argumenta Sánchez. Advierte de que los secuestradores de niños soldados van tanto a por niños como a por niñas, con la diferencia de que “preparan a los chavales para violar y a ellas las violan y las explotan sexualmente. Muchas veces son violadas hasta la muerte”.
Y continúa con el drama: “Los niños con los que traté en Sierra Leona, ya en proceso de rehabilitación de ese horror, no escondían que al llegar a las aldeas ‘usaban’ a las mujeres y a las niñas. Lo tenían como algo lógico, un derecho a la violación. Sin embargo, no aceptaban que habían cortado brazos porque era un tema tabú. Violar era natural... Y esto es de Sierra Leona, pero también pasó en Europa durante la Segunda Guerra Mundial”. Le dan la razón los datos que arrojan que en esta región de África Occidental solo un 8% de los menores rehabilitados eran niñas, normalmente muertas o, “en el mejor de los casos” −explica el fotógrafo con ironía−, habían quedado embarazadas de los comandantes, “que pasaban a ‘protegerlas’ y no dejaban que otros las violaran”.